jueves, 20 de mayo de 2021

Los niños Templarios


En la villa aragonesa de Monzón (Huesca), su Plaza de San Francisco acoge el monumento dedicado al rey Jaime I el Conquistador  y a los Caballeros del Temple, obra del burgalés José María Casanova,  quien lo modeló, en 2003, utilizando gres con textura que asemeja  bronce.

Sobre  pétreo pedestal, se yerguen seis templarios dispuestos a la batalla,  armados con sus espadas, protegidos con escudos, cascos y cota de malla.  A sus pies, sentado, un niño sostiene el casco que hizo famoso al rey  Jaime I, con el mítico dragón por cimera. Más abajo, en mitad del  pedestal, sobre un entrante, está sentado otro niño, quien tañe con  gracia juglaresca un laúd.

Para  quien no esté avisado, tales niños pueden parecer extraños en dicho  monumento. ¿Serán escuderos del Temple, pajes de los caballeros?

La inscripción que acompaña el grupo escultórico, tampoco aclara gran cosa:

 "Año  1213. Muere el rey Pedro II en la batalla de Muret. La reina María de  Montpellier, es acogida en Roma por el Papa Inocencio III. Su hijo Don  Jaime, rey de Aragón y conde de Barcelona, es confiado a los caballeros  templarios del castillo de Monzón: el Gran Maestre Guillermo de  Montrodón, Juan de Miravell, Luis de Estemariu y otros, se ocupan de su  formación de caballero y de rey".

Dicho  texto, escaso y confuso, relata la historia de manera sesgada e  incompleta, sin acabar de aclarar quienes son esos niños y qué hacen  entre tan feroces gentes de armas.

Jaime I  nace el 1 de febrero de 1208, hijo del rey Pedro II de Aragón y María  de Montpellier. Pedro II muere en 1213, durante la batalla de Muret,  luchando contra los "cruzados papales" que invadían y se anexionaban  Occitania, con el pretexto de exterminar la herejía cátara. El rey  Pedro, se lanzó a combatir contra los cruzados porque esas tierras, del  país de Oc, eran feudo de la Corona de Aragón, y estaba obligado a  defender a sus vasallos, aunque algunos de ellos estuviesen considerados  como herejes. 

Singular detalle histórico omitido en la inscripción del monumento, quizá ¿por pudor histórico?

Jaime,  heredero del reino aragonés, había quedado "en prendas" del sanguinario  cruzado Simón de Montfort, a cuya hija había sido prometido en  matrimonio, como acto de futura paz entre ambos bandos. 

Ese  mismo año, muere la reina madre, refugiada en Roma bajo la protección  papal, la cual, en su testamento, confió el niño a la custodia del  Temple. Los nobles aragoneses, respaldados por los templarios  encabezados por el Comendador de Monzón, Guillèm de Montredón, Maestre  de Aragón, acuden al santo padre Inocencio III, para que interceda ante  su mercenario "cruzado", Simón de Montfort, a fin de que les devuelva al  príncipe Jaime y el reino no quede sin rey. 

En  1214, el cruel "cruzado", tras recibir toda clase de garantías de paz  por parte de los aragoneses, entrega el niño a los templarios. Unos  templarios, que en la sangrienta "cruzada" se han mostrado tibios,  cuando no claramente partidarios de los nobles occitanos y los herejes  cátaros.

Reunidas  las Cortes en Lleida, en el mismo 1214, el príncipe Jaime es jurado  como heredero, llegando a la Encomienda del Temple de Monzón en agosto  de tal año, cuando contaba seis de edad.

Para  que el forzado retiro le resultase más llevadero, trajeron para  acompañarle a un niño de edad similar, su primo, Ramón Berenguer V,  conde de Provenza, pues en aquella época dichas tierras pertenecían a la  Corona de Aragón (entre 1166 y 1246). Con Ramón, el príncipe  compartió estudios, ocios y trabajos, mientras ambos eran educados por  los caballeros del Temple, tanto intelectual como militarmente, según  correspondía a caballeros de su rango, al tiempo que estaban protegidos  del ambiente levantisco que asolaba el reino. Estos son los dos  infantes, representados en el monumento arriba citado.

Los  nobles seguidores de Jaime temían que el regente, conde Sancho  Raimúndez del Rosellón, tío abuelo del niño, y el abad de Montearagón,  don Fernando, tío del príncipe, pudieran coaligarse para controlar el  gobierno, incluso tal vez eliminar al joven heredero. Tales nobles,  dudando si los templarios se decantarían por los tíos del niño,  exigieron al Comendador, Guillèm de Montredón, que les entregase al  príncipe para mejor custodiarlo, pero los templarios lo retuvieron  alegando su tutela, según el mandato papal que vigilaba el legado  pontificio Pedro de Benevento. 

La  situación se puso tan tensa que, al temer el Comendador un intento de  asalto y rapto de los niños, por los nobles o los partidarios del conde o  el abad, trasladó a los infantes con gran secreto hasta la cercana  fortaleza templaria de Ontiñena, donde permanecieron durante seis meses.  Cuando el Comendador consideró pasado el peligro, los hizo devolver a  Monzón.

Durante  el verano de 1216, se enviaron mensajeros a los nobles de su bando,  Pedro Fernández de Azagra, Blasco de Alagón, Pedro de Ahones y Guillèm  de Cervera, entre otros, para que al cumplir el príncipe los nueve años,  acudiesen a Monzón para jurarle por rey. En septiembre aparecieron  todos ante los muros templarios, para hacer pleito homenaje y jurarlo  por su señor natural, en un espléndido acto celebrado en la capilla  románica de San Nicolás del Castillo.

Los  caballeros del Temple formaron un pasillo de honor, ataviados con sus  blancas capas de rojas cruces, alzaron las espadas y crearon un dosel  sobre la cabeza del príncipe. En la puerta de la capilla, el Comendador  Guillèm de Montredón, tomó la mano de Jaime I y lo condujo por la nave,  hasta dejarlo sobre un trono sito en el presbiterio. A continuación,  todos los nobles se llegaron a él, para arrodillarse, besar la mano del  niño rey y jurarle fidelidad.



En noviembre de 1216, el pequeño Ramón Berenguer partió hacia Provenza, para hacerse cargo de su condado, y afirma la Crónica que, el rey niño, Jaime I, lloró con gran sentimiento esa despedida. abrazado a su primo.

Atrás  quedaban largos días de camaradería, tediosas horas de estudio,  esforzados entrenamientos de armas, emocionantes investigaciones en la  biblioteca templaria, aventureras travesuras por las estancias y  subterráneos del castillo, o noches de serena contemplación del cielo  estrellado desde las almenas.

Por  fin, en junio de 1217, con nueve años y cinco meses de edad, Jaime I  salió de Monzón con sus partidarios, y una nutrida tropa templaria, a  reclamar de don Sancho y don Fernando, sus tíos, el gobierno de la  Corona de Aragón que ambos ejercían tiránicamente, pretextando la  minoría de edad de su sobrino. Y en septiembre de 1218, las Cortes  Generales de Aragón y Cataluña, lo declararon mayor de edad con tan solo  diez años. A pesar de haber pactado, con don Sancho, el fin de la  regencia, durante los siguientes quince años, tuvo que luchar contra los  levantiscos nobles, azuzados por sus tíos, lo que finalizó en 1227 con  la Concordia de Alcalá. 

El  "bon rei en Jaume I", jamás olvidó esta azarosa etapa de su joven vida.  Durante el resto de su reinado, conservó la amistad y el favor hacia  los Caballeros del Temple, otorgándoles numerosas mercedes y recibiendo  la ayuda militar de la Orden, en las campañas guerreras por las que  recibió el título de "el Conquistador".