domingo, 24 de enero de 2021

Recepción de un Caballero dentro de la Orden del Temple

 


Para la recepción de los caballeros se observaban unas formalidades muy particulares. El cap. LVIII de la regla decía que cuando algún caballero, queriendo huir o renunciar el mundo, desease entrar en la milicia del Templo, no fuese admitido enseguida, sino que, siguiendo el consejo de San Pablo, se probase antes si el espíritu era de Dios.

Justificado éste, se accedía en cierta manera a su petición y se le leía la regla, y entonces era cuando el maestre y los demás hermanos determinaban si habían de recibirle o no en la Orden. Admitido ya, y cumplido el término de las demás pruebas preparatorias, se señalaba día para su solemne recepción.

Así que se procedía a un examen completo de los recién llegados ante el Tribunal de los Doce Hermanos Mayores, leyéndose anteriormente las Reglas. El escenario habitualmente era la una Iglesia de la Orden, con las velas encendidas al ser de noche.

El candidato aguardaba en una sala contigua. Llevaba una túnica blanca, su cabello siempre estaba al descubierto, aunque llevaba una especie de semi-velo del mismo color, y aparecía completamente desarmado, sin capa y sin espada. Estaba acompañado de su padrino.

En un momento dado, iban a buscarle los dos Caballeros de mas edad para formularle dos preguntas: ”

• ¿Cómo os llamáis?

• ¿Qué intenciones os han traído hasta nosotros, cuando sabéis que vais a someteros en esta milicia a duros trabajos, a combates que pueden arrebataros la vida y, a la vez, os veréis obligados a mantener una existencia en la que no podréis gozar de ninguno de los placeres del mundo exterior?”

Después de sus respuestas afirmativas, era introducido con ciertas ceremonias en la iglesia. Arrodillado entonces en medio del Tribunal de los Doce Hermanos Mayores y a los pies del gran maestre pedía por tres veces “el pan y el agua y la sociedad de la Orden“. El jefe le decía en seguida: “Caballero, vais a contraer grandes obligaciones; tendréis que sufrir muchos y dilatados trabajos, y habréis de exponeros a peligros eminentes. Será preciso velar cuando quisierais dormir; soportar la fatiga cuando desearíais descansar; sufrir la sed y el hambre en ocasiones que ansiaríais comer y beber; pasar a un país cuando os placiera quedar en otro“.

Despúes de esto se le hacían las siguiente preguntas:

• "¿Estáis dispuesto durante todos los días de vuestra vida, desde hoy en adelante, a convertiros en servidor y esclavo de la Orden?."

• "¿Os halláis dispuesto a renunciar a vuestra voluntad para siempre, obedeciendo todo lo que vuestro comandante disponga en todo momento?.”

El recién iniciado debía responder: “Si Señor; Si Dios me lo permite”.

Llegados a este punto, el candidato debía ser llevado fuera de la Iglesia. Acto seguido el Maestre se adelantaba, ponía las manos sobre los Evangelios y con voz firme se dirigía al Capitulo con estas palabras:

“En el caso que alguno de vosotros conociera una o varias causas por las que este hombre no mereciera ser un hermano nuestro que lo declare ahora mismo, por que será mejor escucharlo ahora que no cuando el aspirante vuelva a encontrarse ante nuestra presencia…

¿Deseáis que le hagamos regresar en el nombre de Dios?….”

Normalmente respondían: ” Que regrese en el nombre de Dios.”

Y una vez el candidato volvía a encontrarse ante el Capitulo de la Orden, hacia publica renuncia a su vida anterior y aceptaba convertirse en un esclavo de la Orden. Acto seguido el Maestre le hacia varias preguntas que concernían a su condición militar, a su estado social, a su salud, si tenia deudas o le movían otros intereses.

Como lo normal es que todas las respuestas fuesen afirmativas, se le obligaba a hacer sus votos de esta manera:

” Hermano, oíd con atención lo que vamos a deciros ¿Prometéis a Dios y a Nuestra Señora que desde hoy mismo hasta el final de vuestros días cumpliréis las ordenes del Maestre del Temple y de los Comandantes que sean vuestros superiores? ¿Prometéis a Dios y a la Señora Santa María que siempre de una forma absoluta y sin ninguna concesión, mantendréis permanentemente vuestra castidad? ¿Qué viviréis sin que nada os pertenezca? ¿Qué os encontrareis en condiciones de seguir y respetar las buenas maneras y costumbres de nuestra casa? ¿Qué estáis dispuesto a ayudar a la conquista de acuerdo a la fuerza y el poder que Dios os haya dado, de la Tierra Santa de Jerusalén? ¿Qué nunca abandonareis nuestra Orden ni por una causa fuerte o débil, ni por un motivo peor o mejor? ”

Nada mas escuchar estas nuevas afirmaciones el candidato ya era admitido en la Orden del Temple. Se le recordaba que solo tendría derecho a pan y agua, a un pobre ropaje, a una cama muy sencilla, a vivir casi en la miseria y a realizar unos duros trabajos.

Por ultimo se le entregaba el manto de los Templarios, una cruz y una espada. Una vez los había recogido, el Maestre y el Capellán le daban el beso de la Fraternidad y se rezaba el Himno que era común en casi todas las Ordenes Religiosas.

Cuando el aspirante había respondido de una manera satisfactoria, pronunciaba los tres votos de pobreza, castidad y obediencia en manos del gran maestre, consagrándose al mismo tiempo a la defensa de la tierra santa. Recibía en seguida el manto de la Orden con la cruz y la espada, y los caballeros que habían asistido a la ceremonia le daban el abrazo o acolade y el beso de fraternidad, con cuyas ceremonias quedaba recibido templario.

De esta manera se daba por concluida la ceremonia de ingreso del candidato, que ya pasaba a ser un Templario con todos los derechos y obligaciones que los demás. Por lógica debía de atenerse a un corto periodo de aprendizaje y de adaptación a su nueva vida. Nunca se le dejaba solo, y a su lado iba el mejor profesor.

Según la Regla LXII, no se admitía a ningún muchacho que no pudiera echar varonilmente a los enemigos de Cristo de la tierra santa