sábado, 9 de enero de 2021

El Císter, San Bernardo y la Virgen María


Si fue San Bernardo quien volvió a colocar en un lugar preferente en la Iglesia Católica el culto y devoción a “Nuestra Señora”, no es absurdo deducir que esta devoción estuvo muy arraigada y presente en los monjes guerreros que se nutrieron y formaron a la luz del Santo de Claraval, de sus escritos, sermones y normas, incluida la propia Regla Primitiva del Temple.

Durante la Vela de Armas e investidura de ingreso en la Orden, las promesas del caballero postulante se efectuaban – y se efectúan aun hoy en la mayoría de nuestros Prioratos - a Dios y a Nuestra Señora, sustituyendo así a la habitual pareja de soberanos terrenales y, por supuesto, sustituyendo con la Virgen a la Dama, que para los seglares era la belleza terrena amada a la que conquistar, por la que trabajar y a la que dedicar los propios logros. 

En el fondo, esta presencia de María venía a resolver uno de los puntos más innovadores y chocantes que pudo significar en su momento la “Nueva Milicia”: hombres de Iglesia y hombres de guerra, que identificaron en María a la Dama a quien servían los laicos que sólo eran hombres de guerra. Estos dos ejes del Rey de Reyes y de Nuestra Señora, con el objetivo del Reino de los Cielos en la Tierra Santa, coloca a los Pobres Soldados de Cristo muy por encima de los caballeros seglares, tal como dice San Bernardo en la “Loa de la Nueva Milicia”, en la que duda en llamarlos monjes o soldados. 

Por si había alguna duda, María estaba colocada en el eje y razón de ser de la vida diaria de los Templarios y así lo recogen los “Retraits”6 de la Regla Primitiva en su precepto 306 hablando del rezo de completas. Este precepto coloca a Nuestra Señora incluso como el fin último de nuestra vida, cuando dice que los rezos de Horas de Nuestra Señora en la Casa del Temple se han de decir en primer lugar– y resaltamos el “en primer lugar” -, excepto en el rezo de Completas, que entonces las de Nuestra Señora serán las últimas “porque Nuestra Señora fue el comienzo de nuestra Orden y en ella y por el honor de ella, si place a Dios, estará el final de nuestra vida y el de la Orden”.