miércoles, 27 de enero de 2021

La espada

 


En todas las culturas, la espada simboliza el poder y la fuerza, e históricamente ha sido un instrumento reservado al guerrero, al ser defensor de las fuerzas de la Luz. Como símbolo de poder es capaz de quitar la vida, pero también de proveer la energía regeneradora que destruye la ignorancia para establecer la paz y la justicia, de allí que se la asocie a un sentido espiritual y de purificación.

La espada -y sus equivalentes simbólicos, la lanza y la flecha- son armas representantes del eje del mundo, si las consideramos en un sentido profundo y, aunque no siempre los tengan, pueden ser tomadas de modo general, con doble filo o doble punta. En la espada de doble filo, la dualidad está marcada en el mismo sentido del eje y refiere a los dos conjuntos de fuerzas inversas resultantes de la polarización que, habiéndose originado en una única esencia, el Principio, condiciona el mundo manifestado; idea también presente las dos serpientes enroscadas en torno al caduceo. El eje es lugar donde las oposiciones se resuelven y concilian en el equilibrio perfecto. Su carácter esencial es la inmutabilidad; en torno de sí, se efectúa la revolución de todas las cosas y de la cual él no participa. Es el llamado "invariable medio" por la tradición extremo-oriental.

Asimilada y usada durante siglos a la idea de arma y elemento de conquista, su concepto y utilización ha sido consagrado en el ámbito iniciático por los pensamientos y la conducta de dedicados estudiantes de los misterios a valores diferentes.

A lo sumo es lo que detiene por la fuerza de su ideal a nuestros errores y nos conquista para la luz... No es solo el saber, es el comprender y utilizar lo que nos da el completo conocimiento de cualquier símbolo... La espada que reposa sobre la mesa del maestro tiene un simbolismo definido, es el símbolo primario de la fuerza que defiende nuestros hermanos y hermanas en la invisible presencia de la egregor contra todo ataque externo y nos da los parámetros para el orden interno de la Heptada.

En este punto debemos ahondar el porque la espada tiene ese carácter defensivo y ordenador. Dentro de nuestra tradición occidental es marco de referencia del ideal caballeresco.

Es el poder que puede destruir el mal preservar la justicia.

Es las fuerzas de la luz y el orden enfrentadas a la de la oscuridad y el caos.

Es por ello que se convierte en un Axis Mundi en relación a determinados principios; En ella se encuentran representados:

el honor, el valor, el poder, la verdad, la rectitud, el equilibrio.

Dentro de su construcción en el plano espiritual representado por la hoja que toma contacto con el plano material representado por la empuñadura para plasmar en los mundos material y espiritual la voluntad de quien tiene el conocimiento el poder para empuñarla. Por ello que a los caballeros les era dado el “espaldarazo” al ser consagrados (por otro caballero) como tales. Al encontrarse asociada desde tiempos inmemoriales a la luz y al fuego, su empleo constituye una purificación, al como se encuentra expresado en la alquimia donde representa el fuego purificador. Dentro de los relatos de caballería representa la fuerza espiritual del caballero, y a este respecto podemos decir que es reflejo de la autoridad al encarnar quien la empuña los ideales citados anteriormente.

Los materiales en los cuales está construida tienen particulares simbologías las que quedan en el misterio oculto de la alquimia del saber.

Recordemos que es uno de los elementos utilizados dentro de lo que se llamó en siglos pasados la magia práctica. Como ejemplo podemos citar que el hierro para los romanos simbolizaba al Dios Marte y tenía la capacidad de ahuyentar a los espíritus malignos.

Pero hay algo a lo que sí debemos referirnos y es al temple, para que una espada tenga utilidad debe estar templada, al igual que un iniciado...Templar significa tomar conciencia de su propia esencia y sutilizar los cuerpos transformándolos en instrumentos apropiados para tal esencia.

Cuando un individuo templa es cuando alcanza una realización interior de continuo equilibrio con las leyes del UNO; sin necesidad de mediar su mente su accionar es el correcto, cumple como lo expresa uno de nuestros discursos el óctuplo sendero.

Otro simbolismo es su referencia al Verbo, dentro del cristianismo representa al espíritu y la palabra de Dios, obrando en ella un ser con voluntad propia. De allí la medieval costumbre de darle nombre a las espadas. Cito como ejemplo una de las más famosas:Excalibur, su mas antiguo nombre es Caliburn que significa “la que hace una marca a fuego en la materia”, dejo a vosotros sacar las conclusiones entre su simbología de palabra divina y lo antes citado sobre la realización en los planos espiritual y material y su referencia a quien puede empuñarla.

La espada occidental es recta y tiene referencia a la tradición solar y un simbolismo que cae dentro de lo fálico en atribución a su energía regeneradora que destruye la injusticia y la ignorancia generando paz y justicia, el poder de la luz envainada en la oscuridad de las posibilidades del no-ser y que al ser empuñada en un relámpago denota realización, actividad, acción...creación. Un capítulo aparte merecería la realización interior y exterior del héroe que tiene las facultades del uso de la espada.

Entre la mitología y la realidad multitudes de iniciados empuñaron la espada para defender milenarios ideales.

En la antigua tradición celta encontramos la invencible espada del dios LUG, divinidad de la luz. Arturo, Sigfrido, arquetipos que tuvieron la capacidad de liberar o recomponer sus espadas.

Aquel que la puede sacar, empuñar, de su prisión ó recomponer si se encuentra rota recompone el desorden y es capaz de restaurar el orden ideal. Es aquel que utilizando su voluntad, iluminado por la luz del ideal, decide restaurar para sí y para otros la armonía perfecta, la armonía cósmica. Quien ha demostrado ser merecedor de tal don. Asimismo dentro de la tradición ritualistica se enseña y señala que la espada ritualística representa la dualidad, lo positivo y lo negativo, y en ello se nos indica un sendero en el medio. Con ello se dispone el orden interno de nuestra Heptada, pues es en esa correcta actitud y acción que podemos desarrollarnos y progresar tanto como individualidad o como grupo. Para los árabes la espada simboliza la paz obtenida de la justicia y el buen obrar. Es curioso pero este dato nos muestra que cuando vemos videos o noticias en la televisión de árabes levantando espadas, creemos que es un levantamiento de armas contra los enemigos.

Hay espadas simbolicas, como es la espada flamígera, usada a veces por órdenes iniciáticas, como es el caso de la Masonería.

La espada Flamígera representa la relación entre el metal (acero o hierro) y el fuego. El calor y el frío, los dos extremos, lo dual. También esta espada simboliza la sabiduría o el conocimiento. Para algunos magos o en ceremonias esotéricas, el mago utiliza la espada (la levanta), para ser una especie de antena de las energías cósmicas.

Según una leyenda árabe, los inventores de la espada fueron los hebreos. En el monte Casium, cerca de Damasco, se construyó la primera espada del mundo. Este monte había sido ya escenario de un trágico suceso. Unos cuantos años antes Caín habría matado a su hermano Abel. Como obedeciendo a un fatal designio, los primeros y mas célebres artífices del arma se establecieron en el monte Casiam, pero la historia y el poder oculto e iniciático de las espadas va mucho más allá...

Entre las leyendas más comunes, se menciona que se a costumbraba a forjar en las espadas hechas en España, como aún se puede observar en colecciones modernas, la leyenda: "No me saques sin razón, ni me envaines sin honor" "No hagas uso de mí sin justicia, ni me guardes sin honor"

Era a tal grado considerada la espada, durante la Edad Media, como parte esencial del equipo del caballero, que se designaban nombres especiales a las de los héroes más famosos, y que nos han sido transmitidos, en las estrofas, baladas y romances de esa época. Por ejemplo, tenemos entre los hombres de armas de Escandinavia, Foot-breath, la espada de Thoralf Skolinson.Quembiter, la espada de King Hako. Balmung, la espada de Sigfrido. Angurvardal, la espada de Frithiof.

Y entre los Caballeros de la Orden caballeresca tenemos: Durandal, la espada de Orlando. Balisardo, la espada de Ruggiero. Colada,la espada de El Cid. Aroundight, la espada de Lancelot du Sac Joyeuse, la espada de Carlomagno. Excalibur, la espada de El Rey Arturo. 

De la última de éstas, hay la muy conocida leyenda, de que, fue encontrada incrustada en una piedra, como semejanza de su vaina, en la que existía la inscripción, de que solo podía ser desenvainada por aquél que fuese el heredero legítimo del trono de Bretaña. Y después de haber probado en vano doscientos uno de estos caballeros, incluyendo los más fuertes, fue al fin sacada por Arturo, quién fue proclamado rey en ese tiempo con el aplauso del pueblo. En los momentos de morir, ordenó que fuese arrojada en uno de los lagos de los alrededores; y al punto de caer en las aguas, fue empuñada por un brazo que apareció en la superficie, el que asiéndola del pomo, la hendió tres veces, sumergiéndola enseguida para no aparecer más. Existen otras muchas espadas famosas en estos romances antiguos, por razón de que los caballeros daban invariablemente a su espada del mismo modo que lo hacían con su caballo, el título más expresivo de sus cualidades o de los hechos o hazañas que esperaba realizar con ellos. 

La espada es el símbolo por excelencia del poderío y la bravura militar, con dos vertientes; el negativo: cuando la fuerza se emplea para destruir. Y el positivo: cuando restablece la justicia y la paz. En la cultura megalítica, este atributo masculino de transformación (construcción o destrucción) se opone al huso (objeto que sirve para hilar fibras textiles), atributo femenino y de continuidad de la vida por antonomasia. No es casualidad que las princesas de las cortes medievales salen siempre hilando o bordando. La espada y el huso simbolizan, respectivamente, muerte y fecundidad.

A partir de la interpretación cósmica de los sacrificios, reflejo orden terrestre y celeste, la espada pasa a representar el exterminio físico y la decisión psíquica. Lo que explica que en la Edad Media recibiera nombre propio, como si fuera un ser vivo y símbolo preferente del espíritu o de la palabra de Dios. Mientras el arma es el cosmos o luz, el monstruo es el caos o tinieblas. El simbolismo de las diversas variantes de la leyenda del caballero venciendo al dragón, no son más que representaciones de esta lucha: el caballero-luz contra el monstruo-tinieblas. El orden frente al caos. Las espadas y los caballeros se hicieron famosos en la lucha con los dragones. 

En la tradición china el ritual de fundición de una espada se convierte en la boda simbólica de los elementos. De la síntesis surge la herramienta capaz de transformar la realidad, el mundo.

La espada occidental de hoja recta, es por analogía, solar y masculina. Mientras que la oriental y curva, el sable, es lunar y femenino. Se relaciona con el planeta Marte, con la vida y la muerte. Se la asocia también con el acero, por su trascendente dureza de espíritu dominador. Es asimismo símbolo de elevado mando y alta jerarquía. Y cómo no, símbolo fálico por excelencia.

El sable no será reglamentariamente aceptado por los caballeros franceses hasta finales del siglo XVII; pero los ejércitos árabes, turcos, clúnos y, japoneses lo usaban desde mucho antes. El punto de máxima perfección de esta espada fue alcanzado en japón con los samurais.

Cuando se la asocia al fuego o a la llama es símbolo de purificación. Esta asociación está reforzada por su forma y su resplandor. La espada de fuego refuerza también la relación entre el elemento acero o hierro, propios de Marte y el elemento fuego. Destacando el dualismo u oposición entre el calor del fuego y el frío del metal. Siendo la espada flamígera el arma de escisión entre el paraíso, como reino del fuego del amor, y la tierra como mundo del frío castigo. Este simbolismo queda reflejado en el ángel que guarda la entrada al paraíso. Según la tradición cristiana empuña una espada de fuego. Pero la espada flameante es también símbolo del conocimiento puro, de la destrucción de la ignorancia. La vaina es la ignorancia y la oscuridad. Esta espada del conocimiento no puede ser desenvainada por un profano bajo pena de ceguera o abrasamiento. Sólo los iniciados están preparados para soportar los destellos de la espada.

La espada es en la magia como el motor que desencadena todo el acto, siendo símbolo del poder mágico. Forma junto con el anillo y el bastón, una trilogía indivisible. Así como el anillo es el poder fáctico del mago y bastón, el citador de espectros y espíritus, la espada es la corriente generadora de magia práctica, hechizos, encantos y sortilegios, por ello podemos considerar la espada como la antena potenciadora del mago.

Balduino IV

 


Balduino IV, llamado el Leproso o el Santo (Jerusalén, 1161 – 16 de marzo de 1185), hijo de Amalarico I de Jerusalén y de su primera mujer Inés de Courtenay, fue rey de Jerusalén desde el 15 de julio de 1174 hasta su muerte en 1185.

Maniobras políticas

Descendiente de la Casa de Château-Landon, Balduino pasó su niñez y juventud en la corte de su padre en Jerusalén, con poco contacto con su madre, Inés de Courtenay, condesa de Jaffa y Ascalón (y posteriormente señora de Sidón), de la cual su padre se había visto obligado a divorciarse. Balduino IV fue educado por el historiador Guillermo de Tiro (que luego sería arzobispo de Tiro y canciller del reino), que descubrió que el niño padecía lepra: el niño y sus amigos estaban jugando un día a pincharse en los brazos, pero Balduino no sintió dolor cuando le pincharon, Guillermo reconoció el hecho inmediatamente como señal de la lepra.

Su padre murió en 1174 y el niño ascendió al trono con trece años. Durante su minoría, el reino fue gobernado por dos regentes sucesivos, primero Miles de Plancy, aunque de forma no oficial, y luego por Raimundo III de Trípoli. En tanto que leproso, no se esperaba que Balduino reinase muchos años o que tuviese un heredero, por eso, cortesanos y señores buscaron cómo influir sobre los herederos de Balduino: su hermana la princesa Sibila y su medio hermana la princesa Isabel.

Raimundo de Trípoli, como regente, casó a Sibila con Guillermo de Monferrato en otoño de 1176, y se les dio el título de condes de Jaffa y Ascalón. Pero este murió al año siguiente, dejando a Sibila embarazada del futuro Balduino V de Jerusalén.

Ese año llegó como cruzado Felipe de Flandes, primo hermano del rey y su pariente más próximo por el lado paterno. Como tal, intentó gobernar por encima de la autoridad del regente, pero la Haute Cour se lo denegó. Felipe abandonó el reino y apoyó al principado de Antioquía.

El gobierno de Balduino

Ese mismo año, Balduino alcanzó la mayoría de edad. Contaba con pocos familiares hombres en los que poder delegar. Inés ganó influencia y logró que su hermano Joscelino III de Edesa fuese nombrado senescal.En 1176 Reinaldo de Chatillon había sido liberado de su cautividad en Alepo, entonces Balduino le hizo señor de Kerak, una fortaleza sobre el mar Muerto.

En 1177, Balduino permitió a su madrastra, la reina viuda María Comneno, que se casase con Balián de Ibelín. Era una alianza peligrosa, pues con el apoyo de María, la ambiciosa familia de Ibelín intentaría casarse con las princesas Sibila e Isabel. Durante ese año, Balduino obtuvo una gran victoria con Reinaldo de Châtillon a la cabeza del ejército de Jerusalén, Saladino invadió los campos del reino creyendo atacar un país sin defensores. Pero el joven rey Balduino IV reunió a todos los caballeros que le quedaban y se llevó la Vera Cruz. Primero fue a refugiarse a Ascalón con un ejército reclutado a toda prisa y con solo 350 caballeros entre sus filas, y luego los musulmanes fueron sorprendidos por la retaguardia, lo que provocó su derrota. Balduino había salvado su reino con la astucia y habilidad de un gran gobernante, por ello fue recibido triunfalmente en Jerusalén. Fue la última gran batalla ganada por los cruzados en Tierra Santa antes de la capitulación de Jerusalén, recordada como la batalla de Montgisard.

En 1179 se libró la Batalla del Vado de Jacob, el rey Balduino IV de Jerusalén y los Caballeros Templarios iniciaron la construcción del castillo de Chastellet en el Vado de Jacob (el tamaño que iba a establecerse para el castillo era rival al del Krak de los Caballeros) el único lugar de cruce del río Jordán y la carretera principal entre el Imperio de Saladino y el Reino de Jerusalén. El castillo estaba a solo un día de marcha de Damasco, la capital de Saladino, y esto socavaba gravemente su autoridad por lo que no podía permitir la existencia de una fortaleza enemiga tan cerca de su capital, por lo que el sultán decidió atacar antes de la terminación de la fortaleza cogiendo a los cruzados prácticamente indefensos. Balduino al ver su castillo en llamas, dio marcha atrás. Saladino desmanteló el castillo, pero no antes que una "peste" devastase su ejército matando a diez de sus comandantes.

En el verano de 1180, Balduino IV casó a Sibila con Guido de Lusignan, hermano del condestable Amalarico de Lusignan. Guido se había aliado con Reinaldo, el cual aprovechaba ahora su posición para atacar las caravanas comerciales entre Egipto y Damasco. Después de que Saladino respondiese a estos ataques, Balduino nombró a Guido regente del reino.Pero en 1183, Balduino estaba descontento con las acciones de Guido como regente, y terminó por destituirlo, por lo que este se retiró a Ascalón con su mujer, la princesa Sibila.

También durante ese año evitó la conquista de Al Kerak, fortaleza de Reinaldo de Châtillon, señor de Oultrejordain, situado a 124 kilómetros al sur de Ammán a manos de Saladino, debido a que Reinaldo no paraba de saquear caravanas de comerciantes musulmanes que pasaban por sus territorios con motivo del pacto de paz entre cruzados y sarracenos. El colmo fue cuando organizó una expedición en el Mar Rojo. Capturó la ciudad de Eilat, obteniendo una base de operaciones contra la ciudad más sagrada del Islam, la Meca. Saladino, el líder de las fuerzas musulmanas, no podía tolerar esto y avanzó en contra de la fortaleza de Reinaldo. El rey Balduino inmediatamente marchó con el ejército de Jerusalén, acompañado por su regente, Raimundo III de Trípoli, llegó mientras las fuerzas de Saladino continuaban luchando contra las pesadas fortificaciones. A sabiendas de que carecían de tropas para una batalla, y que corrían el riesgo de ser aplastados entre el ejército cruzado y los muros del Kerak, el sultán decidió huir con su ejército.El rey de Jerusalén había burlado de nuevo sus rivales musulmanes, a pesar de que sufría la lepra. Si bien la suerte de los cruzados estaba ligada a la vida del rey, esta fue una demostración de fuerza decisiva.

Enfermedad y muerte

Aunque no parece que tuviese animadversión a su hermana, en los primeros meses de 1184, Balduino intentó que se anulase el matrimonio entre Sibila y Guido. La pareja se resistió, por lo que Balduino decidió nombrar sucesor a su sobrino, con el apoyo de Inés, Raimundo y de muchos barones, excluyendo así a Sibila de la sucesión. Raimundo actuaría como tutor del niño.

Los años y la enfermedad hicieron estragos en su condición física: apenas con 20 años, el Rey presentaba graves secuelas físicas, su cara estaba desfigurada y se decía que la ocultaba usando una máscara, se encontraba prácticamente ciego y con las manos y piernas mutiladas. Balduino murió en 1185, poco después de su madre Inés. Aunque había sufrido toda su vida los efectos de la lepra, pudo mantenerse en el trono mucho más años de lo previsto. Le sucedió Balduino V, tal y como se había decidido, con Raimundo de Trípoli como regente.

Murió cuando tenía apenas veinticuatro años y por todo lo que hizo en esos pocos años a pesar de su tormentosa enfermedad, su incapacidad y su ceguera final, llena de admiración y se ganó el respeto a quienes conocían su historia, incluso su enemigo Saladino le llegó a admirar y respetar. Por ello no solo los francos se inclinaron ante su memoria, sino también sus enemigos, los árabes. 

El Imán de Isapahán escribió: «ese joven leproso hizo respetar su autoridad al modo de los grandes príncipes como David o Salomón». Su estoica y dolorosa figura, tal vez la más noble de las Cruzadas, símbolo de heroísmo en la frontera de la santidad, ha sido víctima de un injusto olvido histórico.

Balduino en la ficción

En la película El reino de los cielos (2005, dirigida por Ridley Scott), Edward Norton representa el papel de Balduino. Aunque ésta contiene numerosos elementos ficticios, la figura del rey transmite con verosimilitud su valor físico y la dedicación a su reino. También lleva una máscara metálica en la película.

Organizacion de los territorios y posesiones de la Orden del Temple

 


A nivel territorial la Orden del Temple. estaba dividida en Prioratos, Bailías y Encomiendas.

En un entorno geográfico próximo, grupos con un mínimo de nueve eclesiásticos (caristicarios) de los que al menos cinco deberán ser caballeros constituyen una Encomienda. Los emperadores y patriarcas les encomendaban los monasterios y hospitales arruinados, asi como la misma Orden con sus posesiones adquiridas o donadas; a fin de que lo reedificasen y restableciesen. En esta orden uno de los caballeros por sus servicios antigüedad tomará el título de comendador y será quien dirija la encomienda.

Las encomiendas eran unidades de gestión autosuficientes y su función era acumular y comercializar los excedentes necesarios para sufragar los gastos de la Orden en Tierra Santa. Los Templarios demostraron ser excelentes administradores que en todo momento recurrieron a técnicas modernas para mejorar los rendimientos.

Realizaban también remuneradoras actividades bancarias basadas en su formalidad y solvencia. Muchos fueron los particulares que le confiaron la custodia de grandes cantidades de dinero y del Papado consiguieron que les encargase las colectas de la Cruzada. Entre sus actividades se especializaron en prestar dinero a reyes y señores en apuros a cuenta de la cobranza de impuestos

La Bailía, también llamada bailiazgo, se refiere a la comunidad donde se encuentran tres o más encomiendas. Estará lidereada por un Bailío o Baile que en algunos lugares será como un juez ordinario o alcaide de alguna villa o lugar.

Por último, el priorato, que consiste en un establecimiento monástico que está bajo la dependencia de una abadía y está liderado por un prior. Los monjes se encargaban de gestionar y enviar las rentas a su abadía. A su vez, los prioratos disponían de iglesias que eran construidas y mantenidas por la Abadía Madre.

Después de completado el trazado urbano y erigida la iglesia, las casas que con el tiempo integraron los alrededores, sus vecinos y feligreses, más sus heredades, están bajo la jurisdicción del prior que ponía allí la Orden para que sirviera la iglesia, constituyendo un priorato o encomienda menor. Si un priorato alcanzaba cierta autonomía, tanto de personal, como económico, éste podía ser elevado a la categoría de abadía. La iglesia se hacía entonces iglesia abacial y en lugar de un prior, la comunidad de monjes nombraba un abad

domingo, 24 de enero de 2021

Señorio de Culla


El 27 de marzo de 1303, las tierras del Señorío de Culla (actuales términos municipales de Culla, Benassal, Atzeneta del Maestrat, Vistabella del Maestrat, La Torre d’En Besora, Benafigos y Vilar de Canes) pasaron a control templario. 

En el documento original, que aún se conserva en el Archivo Municipal, se pueden contemplar las firmas de Guillem d´Anglesola (antiguo Señor) y de Arnald de Banyuls (Comendador templario en Peñíscola) , el cual firmó en nombre del último Gran Maestre de la Orden, Jaques de Molay.

Los templarios desembolsaron 500.000 sueldos valencianos en la compra de Culla, que curiosamente fue la última y más cara adquisición de la Orden del Temple en la Corona de Aragón antes de su controvertida desaparición el 1314.

¿A qué se debía el interés de los templarios por Culla? ¿Por qué la deseaban con tanto empeño? ¿A qué se deben 100 años de paciente aguardo?.

Muchas son las preguntas que nos surgen al pensar qué motivo pudo llevar a los Templarios a desear con tanto ahínco la posesión de Culla, sabiendo que fue la orden más poderosa y rica de Occidente. Hay publicaciones que nos hablan de la práctica de la ciencia alquímica, por las fuerzas telúricas, que parece ser confluyen en Culla. 

También se habla de terreno de evasión para instalar a los numerosos colectivos de cátaros, que desde mediados del siglo XIII, bajaban en maltrechas condiciones desde Occitania. Se establecieron por todo este territorio dedicándose a la comercialización de la lana. Tal vez su interés estaba justificado en la bondad de las aguas termales de la vecina población de Benassal. Aunque si por algo era importante la posesión de Culla era porque constituía la frontera entre Aragón y Valencia, un punto ideal para la expansión del Cristianismo.

La leyenda de los ángulos de la cruz templaria.

Algunos estudiosos como Juan G. Atienza también hablan de un “marcaje templario constante, vigilando con su presencia los núcleos mistéricos de una geografía cuyas coordenadas tuvieron que ser establecidas desde un lugar clave previamente localizado”. Por ello, Culla sería uno de esos lugares determinados que podrían señalar con exactitud la cruz templaria sobre la península.

Amalarico I

 


Amalarico I (también Amaury o Aimery) (1136 – 11 de julio de 1174) fue Rey de Jerusalén 1162–1174, y conde de Jaffa y Ascalón antes de su ascenso al trono. Amalarico era el segundo hijo de Melisenda I de Jerusalén y Fulco I de Jerusalén.

Juventud

Tras la muerte del padre de Amalarico, el trono pasó conjuntamente a su madre Melisenda y a su hermano mayor Balduino III. Melisenda no dejó el poder cuando este último alcanzó la mayoría de edad, y hacia 1150 madre e hijo mantenían una relación hostil. La guerra civil estalló, y Amalarico, que había recibido el condado de Jaffa como apañase al llegar a la mayoría de edad en 1151, se mantuvo fiel a Melisenda hasta su derrota.Amalarico se casó con Inés de Courtenay en 1157, que era hija de Joscelino II de Edesa. El Patriarca Fulco de Jerusalén puso objeciones al enlace por motivos de consanguinidad, pues compartían un cuarto abuelo. Inés le dio dos hijos: primero Sibila y luego el futuro Balduino IV. Ambos reinarían.

Sucesión

Balduino III murió en 1162 y el reino pasó a Amalarico, aunque había cierta oposición a Inés entre la nobleza: la Haute Cour se negó a aceptar a Amalarico si no se anulaba su matrimonio. Quizá la hostilidad a Inés resulta exagerada por el cronista Guillermo de Tiro, pues años después ésta se opuso al ascenso de este al Patriarcado de Jerusalén. Pero en cualquier caso, la consanguinidad era motivo suficiente. Amalarico terminó cediendo y ascendió al trono sin ella, aunque Inés mantuvo el título de condesa de Jaffa y Ascalón, con sus rentas, y se casó posteriormente con Hugo de Ibelín. La iglesia determinó que sus dos hijos eran legítimos, lo que les mantuvo en el orden sucesorio.

Conflictos con los estados musulmanes

Desde el ataque de Balduino III a Damasco en 1147, durante la Segunda Cruzada, la frontera norte del reino estaba amenazada por Nur al-Din, con un poder creciente en Mosul, Alepo y la propia Damasco. Jerusalén también perdió influencia frente al Imperio bizantino en el norte de Siria, cuando este impuso su soberanía sobre el principado de Antioquía.

Pero el principal teatro de operaciones fue Egipto bajo el gobierno de los fatimíes. Desde la época de Balduino I, los cruzados habían querido conquistar Egipto. La toma de Ascalón por Balduino III hizo que tal proyecto pareciese realizable.

Invasiones de Egipto

Amalarico dirigió su primera expedición contra Egipto en 1163, justificada por la falta de pago del tributo por parte de los fatimíes. El visir Dirgham (que acababa de desbancar a Shawar) se enfrentó a los cruzados en Pelusio y fue derrotado. Los egipcios abrieron entonces las esclusas del Nilo e inundaron la región. Amalarico volvió a Jerusalén. Mientras, el depuesto Shawar buscó el apoyo de Nur al-Din, por lo que Dirgham se vio obligado a buscar apoyo en Amalarico, sin éxito, pues fue asesinado. Distintas luchas internas en Egipto forzaron el retorno de los cruzados en 1164, aunque no hubo continuidad en sus ataques por la presión de Nur al-Din desde el norte.

En 1167, Amalarico volvió a Egipto, estableciendo un campamento cerca de El Cairo. Tras una batalla indecisa, Amalarico tomó Alejandría, pero no pudo permanecer allí y tuvo que volver a Jerusalén tras obtener grandes tributos.

Alianza bizantina

A su vuelta de Egipto en 1167, se casó con María Comneno, una bisnieta del emperador Manuel I Comneno. Las negociaciones habían durado dos años, sobre todo por la insistencia de Amalarico en recuperar la soberanía sobre Antioquía. Sólo al ceder sobre este punto, pudo casarse con María en Tiro. Mientras tanto, la reina viuda Teodora Comnena se fugó a Damasco con su primo Andrónico, de forma que Acre volvió al patrimonio real de Jerusalén. También en esta época, Amalarico encargó a Guillermo de Tiro la redacción de la historia del reino.En 1168 Amalarico y Manuel acordaron una alianza contra Egipto. Los caballeros hospitalarios apoyaron la invasión, mientras que los templarios rechazaron tomar parte en ella. El ataque se inició en octubre sin esperar a los refuerzos bizantinos. Llegaron a El Cairo, donde se les ofreció un gran tributo por retirarse. Entre tanto, Nur al-Din había enviado refuerzos, lo que forzó la retirada de los cruzados.

Ascenso de Saladino

En 1169 Saladino pasó a ser visir de Egipto. Amalarico, preocupado, buscó ayuda sin éxito en Europa. Finalmente llegó una flota bizantina y en octubre Amalarico lanzó un nuevo ataque y asedió Damieta. El sitio se alargó e hizo presencia el hambre; finalmente hubo que firmar una tregua con Saladino.

De vuelta a Jerusalén, Amalarico se encontraba rodeado de enemigos. En 1170 Saladino atacó y tomó la ciudad de Eilat. Saladino fue declarado entonces sultán en 1171 al morir el último de la dinastía fatimí. Este ascenso supuso un cierto alivio para Jerusalén, pues Nur al-Din debía estar ahora preocupado con el ascenso de su poderoso vasallo. También en 1171 Amalarico viajó a Constantinopla y volvió a enviar en vano embajadores a las cortes europeas. Durante los siguientes años, la amenaza no sólo vendría de Saladino y Nur al-Din, sino también de los Hashshashín.

Muerte

Nur al-Din murió en 1174, tras lo cual Amalarico decidió asediar Banias. De vuelta, enfermó de disentería, para morir el 11 de julio de 1174. María Comnena le había dado dos hijas: Isabel, nacida en 1172, se casaría cuatro veces y sería reina; y María, aún por nacer. Balduino IV, el niño leproso, sucedería a su padre, trayendo de vuelta a la corte a su madre Inés de Courtenay (con su cuarto marido).

Recepción de un Caballero dentro de la Orden del Temple

 


Para la recepción de los caballeros se observaban unas formalidades muy particulares. El cap. LVIII de la regla decía que cuando algún caballero, queriendo huir o renunciar el mundo, desease entrar en la milicia del Templo, no fuese admitido enseguida, sino que, siguiendo el consejo de San Pablo, se probase antes si el espíritu era de Dios.

Justificado éste, se accedía en cierta manera a su petición y se le leía la regla, y entonces era cuando el maestre y los demás hermanos determinaban si habían de recibirle o no en la Orden. Admitido ya, y cumplido el término de las demás pruebas preparatorias, se señalaba día para su solemne recepción.

Así que se procedía a un examen completo de los recién llegados ante el Tribunal de los Doce Hermanos Mayores, leyéndose anteriormente las Reglas. El escenario habitualmente era la una Iglesia de la Orden, con las velas encendidas al ser de noche.

El candidato aguardaba en una sala contigua. Llevaba una túnica blanca, su cabello siempre estaba al descubierto, aunque llevaba una especie de semi-velo del mismo color, y aparecía completamente desarmado, sin capa y sin espada. Estaba acompañado de su padrino.

En un momento dado, iban a buscarle los dos Caballeros de mas edad para formularle dos preguntas: ”

• ¿Cómo os llamáis?

• ¿Qué intenciones os han traído hasta nosotros, cuando sabéis que vais a someteros en esta milicia a duros trabajos, a combates que pueden arrebataros la vida y, a la vez, os veréis obligados a mantener una existencia en la que no podréis gozar de ninguno de los placeres del mundo exterior?”

Después de sus respuestas afirmativas, era introducido con ciertas ceremonias en la iglesia. Arrodillado entonces en medio del Tribunal de los Doce Hermanos Mayores y a los pies del gran maestre pedía por tres veces “el pan y el agua y la sociedad de la Orden“. El jefe le decía en seguida: “Caballero, vais a contraer grandes obligaciones; tendréis que sufrir muchos y dilatados trabajos, y habréis de exponeros a peligros eminentes. Será preciso velar cuando quisierais dormir; soportar la fatiga cuando desearíais descansar; sufrir la sed y el hambre en ocasiones que ansiaríais comer y beber; pasar a un país cuando os placiera quedar en otro“.

Despúes de esto se le hacían las siguiente preguntas:

• "¿Estáis dispuesto durante todos los días de vuestra vida, desde hoy en adelante, a convertiros en servidor y esclavo de la Orden?."

• "¿Os halláis dispuesto a renunciar a vuestra voluntad para siempre, obedeciendo todo lo que vuestro comandante disponga en todo momento?.”

El recién iniciado debía responder: “Si Señor; Si Dios me lo permite”.

Llegados a este punto, el candidato debía ser llevado fuera de la Iglesia. Acto seguido el Maestre se adelantaba, ponía las manos sobre los Evangelios y con voz firme se dirigía al Capitulo con estas palabras:

“En el caso que alguno de vosotros conociera una o varias causas por las que este hombre no mereciera ser un hermano nuestro que lo declare ahora mismo, por que será mejor escucharlo ahora que no cuando el aspirante vuelva a encontrarse ante nuestra presencia…

¿Deseáis que le hagamos regresar en el nombre de Dios?….”

Normalmente respondían: ” Que regrese en el nombre de Dios.”

Y una vez el candidato volvía a encontrarse ante el Capitulo de la Orden, hacia publica renuncia a su vida anterior y aceptaba convertirse en un esclavo de la Orden. Acto seguido el Maestre le hacia varias preguntas que concernían a su condición militar, a su estado social, a su salud, si tenia deudas o le movían otros intereses.

Como lo normal es que todas las respuestas fuesen afirmativas, se le obligaba a hacer sus votos de esta manera:

” Hermano, oíd con atención lo que vamos a deciros ¿Prometéis a Dios y a Nuestra Señora que desde hoy mismo hasta el final de vuestros días cumpliréis las ordenes del Maestre del Temple y de los Comandantes que sean vuestros superiores? ¿Prometéis a Dios y a la Señora Santa María que siempre de una forma absoluta y sin ninguna concesión, mantendréis permanentemente vuestra castidad? ¿Qué viviréis sin que nada os pertenezca? ¿Qué os encontrareis en condiciones de seguir y respetar las buenas maneras y costumbres de nuestra casa? ¿Qué estáis dispuesto a ayudar a la conquista de acuerdo a la fuerza y el poder que Dios os haya dado, de la Tierra Santa de Jerusalén? ¿Qué nunca abandonareis nuestra Orden ni por una causa fuerte o débil, ni por un motivo peor o mejor? ”

Nada mas escuchar estas nuevas afirmaciones el candidato ya era admitido en la Orden del Temple. Se le recordaba que solo tendría derecho a pan y agua, a un pobre ropaje, a una cama muy sencilla, a vivir casi en la miseria y a realizar unos duros trabajos.

Por ultimo se le entregaba el manto de los Templarios, una cruz y una espada. Una vez los había recogido, el Maestre y el Capellán le daban el beso de la Fraternidad y se rezaba el Himno que era común en casi todas las Ordenes Religiosas.

Cuando el aspirante había respondido de una manera satisfactoria, pronunciaba los tres votos de pobreza, castidad y obediencia en manos del gran maestre, consagrándose al mismo tiempo a la defensa de la tierra santa. Recibía en seguida el manto de la Orden con la cruz y la espada, y los caballeros que habían asistido a la ceremonia le daban el abrazo o acolade y el beso de fraternidad, con cuyas ceremonias quedaba recibido templario.

De esta manera se daba por concluida la ceremonia de ingreso del candidato, que ya pasaba a ser un Templario con todos los derechos y obligaciones que los demás. Por lógica debía de atenerse a un corto periodo de aprendizaje y de adaptación a su nueva vida. Nunca se le dejaba solo, y a su lado iba el mejor profesor.

Según la Regla LXII, no se admitía a ningún muchacho que no pudiera echar varonilmente a los enemigos de Cristo de la tierra santa

Ḥashashin II. Hassam i Sabbah.


Hassam i Sabbah, considerado el fundador de la Secta de los Asesinos.

Persia, siglo XI. La eterna rivalidad entre chiitas y suníes, que aún hoy día se mantiene, se encontraba en plena madurez y crecía al mismo tiempo que lo hacía el descontento del pueblo persa por el gobierno al que estaban siendo sometidos por los sultanes turcos selyúcidas quienes, a su vez, se encontraban bajo la autoridad religiosa suní del califato de Bagdad.

Situación política y religiosa

Para conocer el por qué del origen de los Asssassins, la Secta de los Asesinos, es preciso tener presente a los diferentes grupos religiosos que coexistían en la zona de Oriente Próximo, en particular en la que hoy se congregan países como Irán, Irak o Siria.

El chiismo es una de las principales ramas del Islam, seguidores de Alí como sucesor del profeta Mahoma.

El sunismo, por su parte, es la otra gran facción del Islam, el grupo musulmán mayoritario, y son seguidores de los hechos atribuidos a Mahoma.

El ismailismo es una de las corrientes islámica que se disgregaron del chiismo y solo reconocen a los primeros siete imanes chiíes, de los cuales, el último, era Ismail.

Siendo los tres grupos religiosos mayoritarios, Persia se hallaba en aquellos momentos gobernada por la dinastía turca de los Selyúcidas quienes alcanzaron su máximo esplendor bajo el sultanato de Malik Shah entre los años 1072 y 1092, con el apoyo del visir Nizam al Mulk. Siendo éstos de religión suní, los chiitas se encontraron en minoría política y religiosa y fueron perseguidos duramente, y, por supuesto, con ellos, los ismailitas, secta minoritaria, como he dicho, de origen chií.

Hassam i Sabbah

Con este panorama político nacería a mediados del siglo XI, en Qom, Persia, Hassam i Sabbah, considerado el fundador de la Secta de los Asesinos.

Teólogo desde los 7 años, pronto marchó a Egipto donde completó su formación religiosa bajo las creencias ismailitas del Califato Fatimí de aquel país. Tras terminar sus estudios comenzó a viajar por toda Persia entrando así en contacto directo con los problemas de su pueblo. Su firmeza y lealtad de fé radicalizó sus creencias; la fusión de conocimientos provenientes de sus primeros años en el ismailismo con los que fue desarrollando bajo los auspicios de la dinastía Fatimí acabó por dar origen a un nuevo grupo, el de los nizaríes, extremistas que actuaban por la fé contras las injusticias contra su pueblo y la defensa de sus creencias.

Buscando un lugar donde establecer su culto llegó a la región montañosa de Daylam, un lugar de valles profundos y altas montañas, zona habitada por buenos guerreros. Allí, en las montañas Elburz, se estableció en la fortaleza de Alamut, levantada a 2.000 metros de altitud sobre una roca inexpugnable y que acabaría por convertirse en el símbolo material de los nizaríes, a los que más adelante, por la barbarie de sus métodos, acabaría por conocerse como Assassins, o Secta de los Asesinos.

Fortaleza de Alamut y los asesinos

Las leyendas hablaban de Hassam i Sabbah como el primer “Viejo de la Montaña“, un extraño personaje que captaba a jóvenes guerreros para su causa y que usaban el hachís para cometer los asesinatos que les pedían (de ahí la etimología del nombre de “Asesinos” – Hashsha-shin o fumadores de hachís -). Sin embargo, hoy día, esa teoría no está apoyada por la comunidad histórica. No se sabe si realmente fumaban hachís y si lo hacían antes o después de la batalla, más con efectos tranquilizantes que vigorizantes. Tampoco parece demasiado fiable las leyendas contadas por Marco Polo que hablaban del paraíso que alcanzaban esos jóvenes fumadores de hachís en el que se permitían todos los placeres más inimaginables. De hecho, en la realidad, todos los textos de la época hablan de Hassam i Sabbah como de una persona recta y erudita que siempre mantenía el orden en su fortaleza e impedía las orgías y excesos.

El primer enfrentamiento directo entre los selyúcidas y los ismailitas de Hassam Sabbah provocaría la muerte de un muecín de una ciudad gobernada por suníes, y en venganza, la humillación y ejecución del jefe militar de los ismailíes a manos del visir suní Nizam al Mulk, el verdadero cerebro político del imperio selyúcida de la época.

Al Mulk se convirtió así en el primer gran objetivo de la Secta, y en la que se ha considerado como primera víctima de los Assassins cuando el 16 de octubre del año 1092 fue asesinado en público por un nizarí disfrazado de sufí (hombre santo del Islam).

Con el paso de los años aquel grupo se radicalizó aún más y extendió sus asesinatos y fortalezas a otras plazas repartidas por toda Siria y Persia, de las que el fuerte de Masyaf fue el más reconocido, lugar incluso temido por los caballeros templarios. Astutos, pacientes y con una alta capacidad para disfrazarse y engañar, los nizaríes fueron extendiendo sus ramas por la sociedad de forma oculta. Eran una organización secreta poderosa y muy temida, y tal el miedo que infundían que llegaron a ser perseguidos por los propios musulmanes y los cristianos, teniendo como enemigos a personajes históricos como Saladino o el templario Conrado de Montferrato (Conrado I de Jerusalén) quien, por cierto, también fue asesinado.

Tras la muerte de Hassam Sabbah, le sucedieron varios de sus descendientes en años sucesivos, todos ellos bajo el mismo título de “Sheik al-Jebal” (traducido, “Príncipe o Viejo de la Montaña”), pero con el aumento de su poder en pleno siglo XII, y el miedo que suscitaban, también crecieron sus enemigos y con ellos el declive de la Sociedad.

Tras leer todos estos hechos históricos siguen existiendo leyendas que quieren acercar a estos asesinos letales a los templarios y en mi opinión humildemente creo que ese acercamiento  existió ya que en el exterior visible y el interior espiritual de los caballeros templarios no había cabida para estos métodos , distinto sería que aprendiesen y se formasen en las técnicas utilizadas para conocer mejor a estos sicarios pero la historia nos muestra que moralmente el temple no debió tener un contacto que no fuese ese.

miércoles, 20 de enero de 2021

Ḥashashin. Introducción


 Los Asesinos (persa Ḥashashiyan , árabe Ḥashīshiyya o Ḥashīshiyyīn , singular Ḥashīshī ) fueron una secta Nizari Isma'ili que vivió en las montañas de Persia y Siria entre 1090 y 1275. Durante ese tiempo, mantuvieron una estricta política de subterfugios en todo el Medio Oriente a través del asesinato encubierto de los primeros líderes musulmanes y luego cristianos que fueron considerados enemigos de su estado. El término moderno asesinato se basa en las tácticas utilizadas por los Asesinos. El islamismo islamista se formó a fines del siglo XI después de una crisis de sucesión dentro del califato fatimí entre Nizar ibn al-Mustansiry su medio hermano, califa al-Musta'li .

Los historiadores contemporáneos incluyen a los árabes ibn al-Qalanisi y Ali ibn al-Athir y el persa Ata-Malik Juvayni . Los dos primeros se referían a los Asesinos como batiniyya , un epíteto ampliamente aceptado por los propios Isma'ilis.

Si bien los Asesinos generalmente se refieren a toda la secta, solo un grupo de discípulos conocidos como los fida'i realmente se involucraron en un conflicto. Al carecer de su propio ejército, los nizaríes confiaron en estos guerreros para llevar a cabo espionaje y asesinatos de figuras enemigas clave. El método preferido de matar era con daga, nunca con veneno o flechas.

Los Asesinos representaron una amenaza estratégica para la autoridad fatimí , abasí y selyúcida y, en el transcurso de casi 300 años, mataron a cientos, incluidos tres califas, un gobernante de Jerusalén y muchos otros líderes musulmanes y cristianos.  La primera instancia de asesinato en el esfuerzo por establecer un estado Nizari Isma'ili en Persia fue la del visir Seljuk Nizam al-Mulken 1092.  Otras víctimas notables de los Asesinos incluyen a Janah ad-Dawla , emir de Homs, (1103), Mawdud ibn Altuntash , atabeg de Mosul (1113), visir fatimí al-Afdal Shahanshan (1121), Seljuk atabeg Aqsunqur al-Bursuqi (1126), califa fatimí al-Amir bi-Ahkami'l-Lah (1130), Taj al-Mulk Buri , atabeg de Damasco (1132) y califas abasíes al-Mustarshid (1135) y ar-Rashid ( 1138). Saladino , un enemigo importante de los Asesinos, escapó del asesinato dos veces (1175-1176). El primer Franco conocido por haber sido asesinado por los Asesinos fue Raymond II, conde de Trípoli , en 1152. Los Asesinos fueron reconocidos y temidos por los cruzados, perdiendo al Rey de facto de Jerusalén, Conrado de Montferrat , por una espada de Asesino en 1192 y Felipe de Montfort de Tiro en 1270.

Durante el gobierno del Imam Rukn al-Din Khurshah , el Estado Nizari Isma'ili disminuyó internamente, y finalmente fue destruido cuando Khurshah entregó los castillos después de la invasión mongola de Persia . Khurshah murió en 1256 y, hacia 1275, los mongoles habían destruido y eliminado la orden de los Asesinos.

Las cuentas de los Asesinos se conservaron en fuentes occidentales, árabes, sirias y persas, donde se representan como asesinos entrenados, responsables de la eliminación sistemática de figuras opuestas. Los orientalistas europeos de los siglos XIX y XX también se refirieron a los Asesinos Isma'ili en sus trabajos, escribiendo sobre ellos basándose en relatos de obras seminales de autores árabes sunitas y persas medievales, particularmente Mudhayyal Ta'rikh Dimashq de ibn al-Qalanisi (continuación de la Crónica de Damasco), al-Kāmil fit-Tārīkh (La historia completa ) de ibn al-Athir y Tarīkh-i Jahān-gushā (Historia del conquistador mundial) de Juvayni .

La última víctima conocida de los Asesinos fue Felipe de Montfort , señor de Tiro, durante mucho tiempo enemigo de Baibars. Felipe ayudó a negociar la tregua tras la captura de Damietta por Louis IX y había perdido el castillo de Torón en Baibars en 1266. A pesar de su avanzada edad,  fue asesinado por los Asesinos de Baibars en 1270. 

El último de los bastiones de los Asesinos fue al-Kahf en 1273. Los mamelucos continuaron utilizando los servicios de los Asesinos restantes y el erudito del siglo XIV, ibn Battuta, informó su tasa fija de pago por asesinato, y sus hijos recibirían la tarifa si el Asesino No sobrevivia al ataque. Sin embargo, no hay casos registrados de actividad de Asesinos después del siglo XIII. Se establecieron notablemente cerca de Salamiyah , con una población isma'ili aún grande que reconoce al Aga Khan como su Iman.

Tienen una historia muy extensa en poco mas de 300 años, los asesinos se especializaban, preparaban y ejecutaban a personajes importantes de ambas culturas contrarios a sus principios o ideas tanto musulmanes como cristianos , se podría decir que ellos inventaron hace mas de 900 años las técnicas de los asesinatos de los espías en nuestra época y las células durmientes. Estaban especializados en la infiltración y acercarse al circulo mas intimo de su objetivo y esperando largos periodos de tiempo la orden para acabar con su objetivo. Uno de los ejemplos mejor documentados, fue el de el sultán musulmán: Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, mas conocido como Saladino en occidente.

Saladino evitó ser asesinado por los seguidores de Rashid en dos ocasiones cuando se dirigía contra Alepo y devastó posesiones de los nizaríes en el Levante.

El primer intento fallido fue cuando un asesino entro en la tienda de Saladino mientras asediaba Alepo, en ese momento Saladino se encontraba durmiendo, cuando el susodicho asesino fue apuñalarle en la cabeza, el cuchillo o daga reboto en su cabeza haciendo que Saladino se despertase.

Este primer ataque fracaso porque Saladino se durmió con el yelmo puesto, asique se podría decir que la vaguería masculina le salvo la vida. El segundo intento fue peor fracaso que el anterior dado que el asesino tenia intención de rajarle el cuello de lado a lado pero una vez mas Saladino se había dormido con la armadura puesta, viendo que no conseguiría su objetivo decidió apuñalar un pastel o una fruta según la crónica con una nota amenazante que en resumen decía: "La próxima vez serás tu".

Pero las cosas no quedaron ahí, Saladino que los tenia bien cuadrados, solicito entrevistarse con un embajador de los asesinos, este se reunió con Saladino en una sala en la que el sultán tenia dos guardias de su escolta privada y de su máxima confianza. 

Saladino inicio la conversación: no os tengo ningún miedo a ninguno de vosotros me habéis amenazado e intentado asesinar y habéis fracasado e incluso en esta habitación seria imposible asesinarme. Las acusaciones de Saladino continuaron un buen rato mas y el embajador muy tranquilo alzo la vista y contesto dirigiéndose a los dos guardias: vosotros dos ¿ si yo ahora mismo en este momento os ordenase matar a Saladino que haríais? Los dos guardias desenvainaron sus espadas sin mediar palabra y el embajador alzo la mano deteniéndoles ellos volvieron a envainar las espadas y regresando a su posición original protegiendo a Saladino y el embajador continuo: Como ya le dijimos sultán estamos en todas partes, en todos sus circulos de confianza, por favor deje la ciudad de Alepo y márchese o no vera amanecer. Ya podréis imaginar la cara del sultán, esa misma semana retiro el asedio dejando la ciudad intacta.

La Flor de Lis


Sobre la Flor de lis el historiador Alberto Montaner, experto en emblemática, también mantiene sus dudas. "Puede tratarse de un emblema heráldico, pero no necesariamente lo es" ,asegura.La flor de lis es el emblema de la Casa Real francesa y de sus diversas ramas nobles desde principios del siglo XIII, así que cronológicamente podría indicar ese origen. Lo que pasa es que no parece probable.

Las podemos encontrar en la arquitectura aragonesa sobre todo en templos e iglesias... ¿Una representación mariana? Y es que solo una de las cuatro o cinco grandes familias aragonesas de la época podría financiar la construcción o decoración de iglesias tan grandes como las de la Magdalena o San Miguel. Y ninguna de esas familias tiene relación heráldica con la flor de lis.

Puede ser simplemente que ese tipo de decoración estaba de moda en aquel momento o le gustaba especialmente a los que trabajaron en los monumentos. Pero también puede tener otro significado. La flor de lis no es otra cosa que la estilización del lirio, y este se suele emplear desde hace siglos como símbolo de la Virgen María. En las letanías del Rosario, siguiendo "El Cantar de los Cantares", se llama a la Virgen "lirio entre espinas". Quizá sea simplemente una representación mariana.

Jacques de Mailly, el Templario honrado por los musulmanes


 Fue en la batalla de Seforia; fue corta, en muy poco tiempo los francos resultaron diezmados a pesar de su gran empuje guerrero.

Los dos últimos combatientes cristianos fueron un caballero del Hospital, de nombre desconocido y uno templario, el mariscal “JACQUES DE MAILLY”.

El Mariscal Templario Jacques de Mailly, al ver a su compañero del hospital finalmente abatido, redobló su empuje y resistencia luchando como un torbellino.

Primero sobre su caballo y luego a pie, su espada heroicamente segaba, como si de trigo se tratase, las vidas de los enemigos que lo rodeaban.

Asombrados por este prodigio de valor, los musulmanes cesaron de combatirlo y formaron un círculo a su alrededor, ofreciéndole la vida a cambio de la rendición.

Rechazadas tales proposiciones, consideradas como ofensivas para su honor, el templario acabó abatido y asesinado, por las flechas de los arqueros musulmanes.

Pero como iban ataviado con las honorables vestiduras de la orden del temple, y montado sobre su corcel blanco, al caer muerto, “pero no vencido”, los musulmanes irrumpieron con gritos, convencidos de haber vencido al mítico san Jorge de los francos.

El cadáver del Mariscal Templario, fue asaltado por los mamelucos, quienes, presos de un terror reverente, se disputaron hasta el más insignificante de sus despojos: ropas, armas, adornos, etc, como si fuesen talismanes o reliquias muy valiosas.

Hasta el punto, que algunos mamelucos se frotaban la cabeza con el polvo empapado en su sangre, como si de esa forma pudieran adquirir su gran bravura y valor.

Enterado “Al-Afdal” de dicho heroico suceso, el hijo de Saladino ordenó se enterrase con toda la máxima dignidad y honor, el cadáver del mariscal templario Jacques de Mailly, y que, como signo de gran respeto por su valor y heroismo, le enterrasen con su espada en la mano.

El resto de las fuerzas cruzadas, francos y templarios (incluso el maestre del hospital “Roger des Moulins”), todos perecieron.

Solamente tres caballeros del Temple, consiguieron escapar con vida, uno de ellos fue “Gérard de Ridefort”, que, a pesar de estar gravemente herido, consiguió llegar en su caballo hasta Nazareth.

Por el camino, resonarían en sus oídos la proféticas palabras que le dirigió antes de entrar en combate Jacques de Mailly: “Sois vos Gérard de Ridefort quien volverá como un traidor”.

Mortificado por las heridas y tal vez por la vergüenza, el maestre Gérard de Ridefort, se entretiene en el camino y la noticia del combate llega a Jerusalén, antes que él.

Los otros dos templarios supervivientes, cuentan al convento lo sucedido y se produce tan gran consternación.

Sin esperar el regreso del maestre, los caballeros forman un “comando”, que volvió a la Fuente del Berro para buscar el cuerpo del mariscal Templario Jacques de Mailly.

Encuentran su tumba, desentierran el cadáver del mariscal Jacques de Mailly y lo llevan a su Casa Madre de Jerusalén.

Depositaron el cadáver en la iglesia poligonal de la Cúpula de la Roca, donde le rindieron honores, comenzó a ser venerado como un héroe por todos los hermanos de la orden, y como mártir por muchos peregrinos.

Muy astutamente el maestre “Gérard de Ridefort” consintió en todo, prefería tener al mariscal como héroe-mártir y así tranquilizar su conciencia.

Teniendo en cuenta, que los otros dos templarios supervivientes ya habían relatado a los hermanos la disputa entre Jacques de Mailly, y el maestre “Gérard de Ridefort”, así como la “profecía” sobre su huida en pleno combate.

Pero claro, en cuanto se repuso del descalabro físico y moral, el maestre “Gérard de Ridefort” volvió a las andadas.

No sabía que su nuevo despropósito daría el respaldo definitivo a la santidad de Jacques de Mailly.

Gérard de Ridefort, murió en 1190 combatiendo ante las murallas de San Juan de Acre.

Santiago Matamoros


 Santiago Matamoros es el nombre que se da a la representación iconográfica del apóstol Santiago el Mayor cuando se le representa tal como se le describe en las crónicas medievales, según las cuales intervino milagrosamente en favor de los cristianos contra los musulmanes durante la Batalla de Clavijo (23 de mayo del año 844).La tradición del Matamoros, origen del antiguo linaje, se remonta al reinado de Ramiro I (muerto en 850) que sucedió en el trono de Asturias a su tío Alfonso el Casto (muerto en 842). Al fallecer su tío, los moros del Emirato de Córdoba reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas) que tenían impuesto a los reinos cristianos del norte. Ramiro I, que estaba en Bardulia (antiguo nombre de la primitiva Castilla), no quiso entregarles las cien doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo, donde en la víspera de la batalla, según la tradición, se le aparece en sueños el apóstol Santiago. 

Santiago le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas. Santiago anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque. Los españoles dan batalla al grito de "¡Dios ayuda a Santiago!", y los moros son vencidos, matando más de cinco mil moros en aquella jornada. Los moros, por su lado, también tenían figuras Mata Cristianos.

Balduino III


Balduino III (1130-10 de febrero de 1162) fue rey de Jerusalén de 1143 a 1162. Era el hijo mayor de Melisenda y Fulco de Jerusalén, y nieto de Balduino II de Jerusalén.

Baudouin-Balduino tenía 13 años cuando murió su padre Fulco, y el reino pasó a su madre Melisenda, hija de Balduino II. Con una mujer y un niño en el trono de Jerusalén, la situación política no era fácil: los principados cruzados del norte tendían a marcar su independencia, y no había rey para dirigir el ejército. Zengi, en el norte de Siria amenazaba desde Mosul y Alepo, y buscaba añadir Damasco a sus territorios. En 1144, tomó Edesa, un shock que daría lugar a la convocatoria de la Segunda Cruzada.

Esta cruzada tardó en llegar a Jerusalén, y mientras tanto, Zengi fue asesinado (1146) y sucedido por su hijo Nur al-Din, que tenía las mismas intenciones sobre Damasco. Jerusalén se alió con Damasco para su mutua protección, aunque luego los damascenos se aliaron en contra de Jerusalén.

Segunda Cruzada

En 1148 llegó la cruzada, liderada por Luis VII de Francia, su mujer Leonor de Aquitania y Conrado III. La consiguiente reunión de cruzados decidió atacar Damasco, que fue un fracaso y la ciudad cayó en manos de Nur al-Din. En 1149 los cruzados volvieron a Europa, dejando un reino más debilitado, lo que aprovechó Nur al-Din para invadir el Principado de Antioquía. Balduino acudió en su ayuda para hacerse con la regencia del principado. También perdió el último resto del condado de Edesa a favor del emperador bizantino Manuel I Comneno en 1150.

Guerra civil

En 1152 hacía siete años que Balduino había alcanzado la mayoría de edad, y pidió mayores poderes. Desde 1150 se había ido separando de su madre, y Balduino culpó a Manases de esto. En 1152 pidió al patriarca una segunda coronación en solitario, que le fue denegada. Acordó con su madre dirimir sus diferencias en la Haute Cour; la cual decidió dividir el reino en dos unidades administrativas: el norte (Galilea) con Acre y Tiro para Balduino, y el sur, más rico (Judea y Samaria) para Melisenda, con Nablus y la propia Jerusalén. La solución no gustó a ninguno de los dos, y a las pocas semanas Balduino invadió el sur. Melisenda con su hijo menor Amalarico y otros buscaron refugio en la torre de David. La mediación de la Iglesia entre madre e hijo supuso la concesión de la ciudad de Nablus y sus tierras a Melisenda de por vida, y el juramento solemne de Balduino de mantener la paz. Melisenda había "perdido" la guerra civil con su hijo, pero mantuvo gran influencia y evitó ser recluida en un convento de por vida.

Recuperación

Durante la guerra civil, Nur al-Din consolidó su poder en Damasco. Con Siria unida bajo un solo poder, Jerusalén sólo podía mirar hacia el sur, hacia Egipto, si quería expandirse. Egipto también estaba debilitado por las guerras civiles. Hacia 1150 Balduino reforzó Gaza ante la presión egipcia desde Ascalón, y en 1153 logró tomar la propia Ascalón. Un año antes también había derrotado un intento de invasión de los ortóquidas.

En 1156 se vio obligado a firmar un tratado con Nur al-Din; pero en el invierno de 1157-1158, dirigió una expedición contra Siria, aunque tuvo que retirarse por una disputa interna de los cruzados. Aun así, pudo hacerse con Harim, un antiguo territorio de Antioquía, y en 1158 derrotó al propio Nur al-Din.

Alianza bizantina

La modesta recuperación de Balduino le confirió prestigio suficiente para buscar esposa en el Imperio bizantino. En 1157 negoció con el emperador Manuel I y se decidió su matrimonio con Teodora Comnena, sobrina del emperador. La alianza era más favorable para Bizancio que para Jerusalén, pues Balduino tuvo que reconocer la soberanía bizantina sobre Antioquía.

Las relaciones entre Jerusalén y Bizancio mejoraron y en 1159 Balduino conoció a Manuel en Antioquía. Se hicieron amigos y Manuel, adoptando las costumbres y ropajes occidentales participó en un torneo contra Balduino. A finales de ese año, Balduino pasó a ser regente de Antioquía de nuevo (pues Reinaldo de Châtillon había sido capturado en batalla), pero esto ofendió a Manuel, que consideraba Antioquía territorio imperial. El emperador reforzó sus lazos con el principado en 1160 al casarse con María de Antioquía, prima de Balduino.

Muerte

La reina Melisenda murió en 1161 y Balduino en Beirut al año siguiente. Según ciertos rumores, había sido envenenado en Antioquía por su médico, un sirio ortodoxo. Teodora, la reina viuda sólo tenía 16 años y ningún hijo. A Balduino le sucedió su hermano Amalarico I.

Carácter personal

Guillermo de Tiro, que le conoció personalmente, da la siguiente descripción del rey:

"…Era más alto que la media, pero sus extremidades estaban tan bien proporcionadas a su altura que en nada se salía de la armonía. Sus rasgos eran refinados, su piel florida, prueba de su fuerza innata... Sus ojos, de tamaño medio, era prominentes y tenían brillo. El pelo era liso y rubio, y tenía barba. Era amplio de cuerpo, aunque no se podía decir que estuviese entrado en carnes, como su hermano, o que fuese demasiado delgado, como su madre..."

Recibió una magnífica educación, hablaba bien y era muy inteligente. Dedicaba mucho tiempo a la lectura de obras de historia y tenía conocimientos del ius consuetudinarium del reino, que sería recopilado por juristas posteriores como Juan de Ibelín y Felipe de Novara en los "assizes de Jerusalén". Respetó la propiedad eclesiástica y no la cargó de impuestos. Fue popular y respetado por sus súbditos, y se ganó también el respeto de sus enemigos, como Nur al-Din, quien dijo a su muerte: "los francos han perdido un príncipe como no existe en el presente".

domingo, 17 de enero de 2021

Por qué tutelaron los Templarios a Jaime I de Aragón ?

Tras la conquista de Tortosa, Miravet y los diferentes reinos de taifas que cayeron a finales del siglo XII, la Orden del Temple era una institución más que consolidada en la Península Ibérica. Los años que siguieron a su participación en las primeras conquistas fueron años prósperos en los que su poder creció. Como también creció la estima en que los tenía una población cada vez más encariñada con estas figuras misteriosas. Poco a poco, se les empezó a conceder ese aura mística que se hizo grande en siglos posteriores. En el siglo XIII, la población veía a los templarios como unos caballeros religiosos que protegían sus tierras y que defendían sus ideales. Los templarios no tardaron en hacerse un hueco en la sociedad de la época, casi como ídolos de masas.

La situación, para ellos, no se complicó ni siquiera cuando la situación, en general, se complicó. Si bien la segunda mitad del siglo XII estuvo caracterizada por unos años tranquilos y victoriosos, el reinado de Pedro II, que comenzó en 1196, sumió al reino en un periodo de caos que, en cualquier caso, terminó por consolidar aún más el poder político de la Orden del Temple.

El caos tras Pedro II

La gestión del Reino de Aragón por parte de Pedro II nunca fue acertada, ni siguió la estela exitosa que había dejado su familia, aunque sí trató de seguir los principios que habían regido a la monarquía aragonesa desde hacía décadas. Era un hombre religioso y tenía un cierto carácter expansionista, pero tomó malas decisiones y murió, al final, en batalla. Con respecto a la Orden del Temple, Pedro II mantuvo intacta la relación que trazaron sus antecesores. Los templarios acompañaron al monarca en sus batallas. Cuando no podían cabalgar a su lado, eran los principales responsables de defender las tierras que dejaba atrás.

El principal conflicto de su reinado tuvo que ver con la represión a los cátaros promulgada desde Roma. Sin entrar en detalles y simplificando de alguna manera el momento que debemos retratar, porque no es el tema que aquí nos ocupa, Pedro II decidió servir a sus vasallos antes que al Papa. Eso le llevó a enfrentarse directamente con Simon de Montfort en la Batalla de Muret, en 1213. Fue en esta batalla en la que Pedro II falleció, dejando al Reino de Aragón con un único sucesor de cinco años de edad que, además, Simon de Montfort había tomado como rehén. Quien terminaría siendo Jaime I, el Conquistador, estuvo retenido en el castillo de Carcasona durante casi un año.

Hizo falta una intervención papal para liberarlo, y es aquí donde entra en juego la Orden del Temple. Personificando todo en una persona, podríamos decir que es Guillem de Montrodón quien entra en juego. Este caballero templario, antes perteneciente a una familia de la baja nobleza, tendría, en aquellos años, un poder asombroso en el territorio. Poder que concretaría en Monzón, encomienda de la que hablaremos más adelante. Guillem de Montrodón lideró un viaje a Roma para reclamar al pontífice la libertad del joven Jaime, futuro Rey de Aragón. Esta libertad fue garantizada, y se decidió que, en un momento de revueltas y confusión en el Reino, Jaime quedaría bajo protección de los templarios en el castillo de Monzón.

Jaime I, el Conquistador, nació en Montpellier en el año 1208, cinco años antes del fallecimiento de su progenitor, de quien heredaría los títulos. Fue el único hijo de Pedro II y Maria de Montpellier. El matrimonio real nunca tuvo una buena relación y vivieron, siempre que fue posible, distanciados el uno del otro. Jaime nació para aliviar las preocupaciones de los nobles de Aragón, que veían en Pedro II lo que tanto lamentaron de Alfonso I: un futuro problema de sucesión en el trono, precedido, en este caso, de años menos victoriosos. Pero Jaime nació.Nació y creció, durante un tiempo, bajo la tutela del mencionado Simon de Montfort, pero, con su padre fallecido y la Orden del Temple intercediendo por él, se trasladó a Monzón, donde empezó su educación templaria. Las lecciones que se llevó de estos años pueden distinguirse tanto en sus decisiones como en sus actos futuros. Jaime I fue un digno heredero de la monarquía de Aragón. También él tuvo la fe como su pilar básico y su carácter expansionista le llevó a tomar territorios que otros monarcas solo se atrevieron a soñar. De los templarios aprendió, en ese sentido, importantes lecciones sobre disciplina y valor militar.

De nuevo con Guillem de Montrodón al frente, los templarios hicieron de esta encomienda de Monzón uno de sus enclaves principales. Configurada desde 1192, estaba compuesta por 28 iglesias y un territorio amplísimo que reunía las Tierras del Cinca, y que les valió para ejercer un poder sin precedentes en la zona. Líderes religiosos, políticos, civiles y militares, los templarios dispusieron de explotaciones ganaderas y de varios enclaves básicos para la producción de la época, como hornos o molinos.

Las donaciones a la Orden, además, siguieron siendo numerosas durante estos años. Realeza y nobleza continuaron legando sobre los templarios tierras y atributos económicos. También muchas personas pertenecientes a clases sociales más bajas se sumaron a estas donaciones, en agradecimiento por sus servicios y como muestra de la admiración que despertaron en la época. Los templarios, a comienzos del siglo XIII, seguían amasando fortunas en todo el Reino de Aragón.

Simbología del numero 8


 No debemos olvidar que el número ocho tiene una amplia significación en el sentido simbólico y esotérico. Si colocamos el número ocho en posición horizontal obtenemos el símbolo del infinito, una representación de la unión entre Dios y el Hombre. El símbolo del infinito se asocia al del Ouroboros, la serpiente mordiéndose la cola, acompañando siempre a los temas de Alquimia, reiterando la naturaleza cíclica de las cosas. En el oriente el ocho se asocia a los ocho pétalos de la Flor de Loto, el culto a Isis y los ocho brazos del Visnú. En el simbolismo de la naturaleza anatómica el ocho se asocia con la vagina, es decir, con la “puerta” por la que una nueva vida entra en el mundo. 

En el Cristianismo el número ocho y su representación geométrica octagonal se asocia a la resurrección, por ello aparece como forma de la planta del Santo Sepulcro. Infinidad de pilas bautismales estaban diseñadas en forma de octágono, o bien la planta del recinto de los baptisterios se hacia de esa forma. 

En Numerología, este número esta relacionado con el karma, con la Ley de la Causa y el Efecto, que nos dice: “A toda acción corresponde una reacción en el mismo sentido y en la misma intensidad”. Con claridad indica que “se recoge lo que se siembra”. 

El ocho es un símbolo utilizado en muchas religiones y creencias espirituales. La estrella de ocho puntas que obtenemos de un octógono representa a un sol radiante, símbolo de los Templarios Iniciados, Los Hijos del Sol del Secretum Templi, por lo que nos recuerda el culto solar en numerosas culturas de todo el planeta. Esta estrella está asociada a las diosas Inanna, Astarté e Ishtar (Venus), y especialmente a Isis y que han sido interpretadas posteriormente como vírgenes negras, que a su vez se asociara con los caballeros templarios y su Apóstol de Apóstoles y líder espiritual, la Santa Magdalena. Los Templarios usaron la forma octagonal reiterativamente. Para ellos representa la Senda del Retorno hacia la Madre Tierra – Virgen Eterna del Universo. Lugar del encuentro de la naturaleza y sus reinos, con la esencia divina que todo lo penetra; unidad de lo terrestre con lo celeste. 

Desde la Antigüedad, el octógono poseía un simbolismo de gran importancia. Era la figura “intermedia” entre el cuadrado (que representa a la tierra, lo inmutable y lo terrenal) y el círculo (símbolo del cielo, lo divino y el movimiento). Es, por lo tanto, la figura que une la tierra y el cielo, lo mundano y lo divino.

El Temple y la elaboración de los mejores vinos


 Los Templarios tenían una actitud especial hacia la uva y la elaboración del vino, y siempre plantaron vastos viñedos alrededor de sus fortalezas. Estudiaron los procesos de fermentación, maduración y almacenamiento del vino, y su impacto en el cuerpo y la mente.

Los Templarios conocían el cultivo de la vid que llevaban a cabo con la colaboración de los campesinos de la zona, a quienes pagaban entregando parte de la uva recolectada. El fruto de la cosecha daba para mucho: fruta de temporada; fruta que desecaban, colgándola, para poder disfrutar de ese postre dulce, que son las pasas, durante el frío invierno; y elaboración de vino que se bebía mezclado con agua con el fin de hacer ésta más bebible. La fermentación del mosto primero y el almacenaje del vino después se realizaba en tinajas de barro que se colocaban en lugares habilitados que gozasen de oscuridad y poco trasiego: las bodegas.

Fueron maestros en la aplicación de técnicas que contribuían a alargar la vida del vino, evitando la oxidación y el avinagramiento.

En  la región de la República Checa Moravia en las antiguas bodegas de  Templářské sklepy Čejkovice, una bodega establecida por los Caballeros Templarios en el siglo XIII, donde los Caballeros Templarios  producían uno de los mejores vinos.

El cultivo de la vid en esta región tiene una larga tradición que se debe a la Orden de los Templarios. La primera mención escrita sobre la presencia de estos caballeros misteriosos en Čejkovice data del año 1248.

Los templarios construyeron en Čejkovice una fortaleza medieval y seguidamente empezaron a cavar una extensa red de sótanos. Para la época de entonces tenían un tamaño realmente grande. Se mantuvieron conservados durante siglos y posteriormente fueron ampliados por los jesuitas que residían en Čejkovice desde el año 1623.

Su asentamiento en  Čejkovice

Estuvo relacionado con la expansión económica de la orden. Después de terminar las cruzadas en Oriente Próximo los templarios se trasladaron a Europa. Los miembros de la orden eran administradores muy capaces, llevaban libros de contabilidad, sabían calcular intereses, utilizaban pagarés. Todas estas actividades facilitaban su expansión y alrededor del año 1230 su encomienda llegó a Praga. Sin embargo, allí estaba instalada ya la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén.

Los templarios no permanecieron en Praga mucho tiempo y en 1248 su máximo representante, el comendador, estableció su sede en Čejkovice.

Tuvo quizá también un significado geopolítico porque Čejkovice se halla a 100 kilómetros de Viena. La situación geográfica de la localidad permitía mantener contactos con estirpes reales y con la nobleza. Además se podía cultivar aquí la vid y producir vino, lo cual era muy importante para una orden cristiana que necesitaba vino para oficiar las misas.

La presencia de los templarios significó un verdadero bienestar para la región. Los habitantes no conocían lo que eran las hambrunas ni otros desastres que golpeaban a la Europa medieval.

Los templarios velaban por la seguridad de los mercados y los caminos comerciales. Apoyaban la venta de productos de artesanía en Moravia del Sur. Cuidaban de la cosecha y el almacenamiento del trigo, con lo cual solucionaron los problemas relacionados con la alimentación. Y destacaban especialmente en el campo financiero.

El templario más conocido de Moravia y Bohemia fue el comendador Ekko, que vivió en Čejkovice en las postrimerías del siglo XIII. Hoy lleva su nombre una serie especial de vinos fabricados de las mejores uvas.

El vino Komtur Ekko se vende en botellas en cuyo cuello está acuñada la cruz de la Orden de los Templarios.

Se afirma que el Commandaria es el vino elaborado de los Caballeros Templarios en La Grande Commanderie de Chipre, y por esto reclama el título de vino individual más antiguo aún en producción.

En la variopinta isla de Chipre, al otro extremo del mar Mediterráneo, existe uno de los vinos más antiguos del mundo. Nadie sabe con exactitud cuando comenzaron los chipriotas con la elaboración de éstos caldos generosos, pero lo que si que es cierto es que su nombre lo tomó desde una fecha muy concreta. 1191, fue el año en el que los cruzados perdieron Jerusalén ante la pericia e inteligencia de Saladino, el paladín de los sarracenos. El rey inglés Ricardo Corazón de León decide su vuelta a Inglaterra y vende a la poderosísima Orden del Templo de Salomón la isla de Chipre, frente a Tierra Santa.

Los templarios, al igual que en todas sus posesiones en Europa, dividen la isla de Chipre en comandancias o encomiendas como se las conocen más comúnmente. La más famosa de ellas se situaba en la población costera de Limassol, donde se erigía el majestuoso castillo de Kolossi. En las colinas circundantes se cultivaba la vid desde tiempos inmemoriales y con ella se confeccionaban unos espléndidos vinos muy demandados desde la más remota antigüedad. A partir de aquel momento se denominaría Comandaria.

El cultivo y elaboración de éste vino generoso ha sido siempre objeto de estudio. Los mostos se hacían madurar en enormes tinajas de barro enterradas hasta el gollete y cuando el vino estaba en su punto para el consumo se extraía casi en su totalidad, se dejaba una parte para que sirviera de madre en la próxima cosecha y de ahí surge su primer nombre, Mana, que en griego quería decir madre.

Los templarios se encargaron de su exportación por toda Europa. De una famosa competición vinícola concertada por Felipe Augusto rey de Francia, donde se probaron más de cien vinos, tomó el apelativo de Apóstol de los Vinos y su ingesta era sinónimo de realeza y aristocracia.

Bula Vox in Excelso: Supresión de la Orden del Temple


 22 de marzo de 1312 – Bula Vox in Excelso

Vox in excelso (Voz de las alturas) es el nombre de la bula emitida por el Papa Clemente V, el 22 de marzo de 1312, en la que se determinaba suprimir formalmente la Orden de los Caballeros Templarios, eliminando de forma eficaz el apoyo papal para ellos y revocando los mandatos otorgados a ellos por los papas anteriores en los siglos XII y XIII.

La idea del Papa era que el concilio tenía que ser ecuménico, por lo que fueron enviados imposiciones a participar a 161 prelados, sus sufragáneos y a los eclesiásticos de la curia papal. Los otros prelados, si querían, podían participar o enviar a sus delegados. También se invitaron a los reyes de Francia, Inglaterra, Portugal, los reinos españoles, de Sicilia, Hungría, Bohemia, Chipre y los Países Escandinavos. De hecho, en el consejo estarán presente 20 cardenales, 4 patriarcas, obispos y arzobispos entre alrededor de 100 y algunos abades y priores. Más de un tercio de los prelados no apareció en persona, por que estuvo representado por un abogado, mientras que 114 convocados ni siquiera respondieron a la convocatoria. Ningún gobernante intervino al Consejo, salvo el rey de Francia y su hijo Luis, rey de Navarra, que el 3 de abril 1312, asistieron a la lectura de la bula “Vox in excelso”.

Recordemos las palabras del papa:

“En vista de las sospechas, la infamia, las fuertes insinuaciones y otras cosas que se han presentado contra el otro (...) y también la recepción secreta y clandestina del hermano de esta Orden; teniendo en cuenta, además, de los serios escándalos que han surgido de estas cosas, que no parecía que se fueran a detener mientras la Orden siguiera existiendo, y el peligro para la fe y las almas, y las muchas cosas horribles que se habían hecho por los hermanos de esta Orden, quienes cayeron en el pecado de la apostasía malvada, el crimen de la idolatría detestable, y el ultraje execrable de los Sodomitas (...) no sin amargura y tristeza en el corazón es que suprimimos la citada Orden de los Templarios, su constitución, sus hábitos y su nombre, por un decreto irrevocable y perpetuamente válido; y la sometemos a una prohibición perpetua con la aprobación del Sagrado Concilio, estrictamente prohibiendo a cualquiera a presumir entrar a la mencionada Orden en el futuro, o recibir o vestir sus hábitos, o a actuar como un Templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión”.

Dado en Vienne, el undécimo día antes de las calendas de abril, en el séptimo año de nuestro pontificado (22 de marzo 1312)

En el texto original en latín, de hecho, se utiliza el término “tollimus”, que traducido al español equivale a: suprimir, eliminar, destruir. Este verbo también se utilizó en las bulas posteriores “Ad providam Christi vicarii” y “Considerantes dudum”, y por lo tanto, ya que el significado del término que se utiliza en la bula “Vox in excelso” no deja ninguna duda acerca de la voluntad del Papa, es legítimo decir que la Orden fue suprimida y no suspendida.

miércoles, 13 de enero de 2021

Españoles en las Cruzadas


 Al estudiar la historia de las Cruzadas es fácil preguntarse ¿pero, hubo españoles en ellas? La respuesta tradicional ha sido casi siempre negativa: España no tuvo en las guerras de religión en Tierra Santa ningún Godofredo de Bouillon, ningún Roberto de Normandía, ningún Conrado, ni mucho menos un Ricardo Corazón de León o un San Luis de los Franceses. Ni siquiera un carismático Pedro el Ermitaño que hubiera dado lustre a la presencia destacada de españoles en la lucha contra el infiel. Como ya se sabe que la Historia la hacen los grandes personajes, oficialmente España no estuvo en ninguna de las ocho Cruzadas que Occidente emprendió contra los musulmanes.

Pero la realidad es muy distinta. En las guerras de Ultramar, como entonces se llamaban a estos conflictos, ya que el nombre de Cruzadas se empezó a utilizara partir del siglo XIII, participaron miles de castellanos, aragoneses, catalanes y navarros que conquistaron los mismos laureles y, sobre todo, idénticos fracasos que sus vecinos los francos, lorenses, germanos, flamencos, renanos y normandos. Y si no participaron más fue, en gran medida, porque los papas, reyes y nobles europeos prefirieron que los españoles siguieran peleando con los árabes en la Península Ibérica, como venían haciendo con mejor o peor suerte desde casi cuatro siglos antes de que Urbano II llamara a la primera Cruzada el 27 de noviembre de 1095.

LA SITUACIÓN PREVIA

La España que existía en el año 1095 era una profusión de reinos cristianos y musulmanes en constantes enfrentamientos por el control del territorio. En el año 718, apenas siete años después de que el bereber Tarik desembarcara en Algeciras y bautizara a la gran roca próxima, la actual Gibraltar, con su nombre Djebel al-Tarik (la montaña de Tarik), la Reconquista había comenzado en Asturias, pero el empuje árabe no había sido frenado. Tras dominar casi toda la Península Ibérica, los ejércitos musulmanes se habían plantado en Narbona y Poitiers. Toda Europa parecía a su alcance. El triunfo de Carlos Martel en estas mismas ciudades y también en Arlés, devolvieron a los invasores al sur de los Pirineos.

En los años siguientes, asturianos, cántabros, vascones y gallegos empujaron a los árabes hacia el sur, o éstos optaron por consolidarse en terrenos más favorables a su modo de vida, y el peligro de su dominio en el resto de la Europa Occidental desapareció. Pero paralelamente sus incursiones en Oriente aumentaron. Los musulmanes conquistaron Chipre, Palermo, Heraclea y Mesina. Más tarde, ya en 1010, los árabes derribaron las iglesias de Jerusalén y destruyeron el Santo Sepulcro, y unos años antes Almanzor, de nuevo en la Península Ibérica, había pasado por la piedra Barcelona, Zamora, León y Santiago de Compostela.

En 1030 cayeron los Omeyas y se desintegró el califato de Córdoba, dando lugar al nacimiento de los pequeños reinos de taifas. Cuando en 1085 Alfonso VI conquistó Toledo, la Andalucía musulmana sintió el peligro y volvió sus ojos a África, hacia las fanáticas tribus bereberes de los almorávides. La gran batalla entre los ejércitos cristianos y musulmanes cayó del lado de la media luna el 23 de octubre de 1086 en Zalaca, cerca de Badajoz. El peligro renacía de nuevo en Occidente y el papa Urbano II envió una expedición francesa a tierras españolas. Muchos de los nobles que participaron en ella iban a hacer un “ensayo general”de la Cruzada en tierras hispanas.

Entre aquellos caballeros distinguidos que vinieron en auxilio de Alfonso VI de Castilla y Ramiro de Aragón estaban algunos de los grandes nombres que muy poco después destacaron en la Primera Cruzada: Ramón de Borgoña, Enrique de Lorena, Raimundo de Tolosa… Como recuerda Martín Fernández de Navarrete en su obra “Los españoles en las Cruzadas”, la mejor y casi única referencia sólida sobre el tema, todos ellos eran “deudos del rey Don Alonso, y a quienes después de haber combatido valerosamente en Castilla y Andalucía, quiso remunerar sus importantes servicios, casándolos con tres hijas suyas, dando alde Borgoña a Doña Urraca y el gobierno de Galicia con el título de conde; al de Tolosa a Doña Elvira con grandes riquezas por querer volverse a los estados que tenía en Francia; y a Don Enrique a Doña Teresa cediéndole con el título de conde lo que en Portugal tenía ganado de los moros”.

Precisamente esta Doña Elvira fue una de las primeras españolas ilustres que participaron en la Cruzada de 1096 acompañando a su esposo y el hijo que tuvo en el castillo de Monte Peregrino, a las puertas de Trípoli, uno de los primeros“españoles” nacidos en el camino a Tierra Santa. En honor de su abuelo recibió el nombre de Alfonso y en recuerdo del río donde fue bautizado, el apellido de Jordán. Pero de esta historia y de estos personajes hablaremos más adelante.

DIOS LO QUIERE

La frase clave, el grito de guerra, que empujó a miles de europeos a reconquistar Jerusalén fue Deus vult, Dios lo quiere. Y, en efecto, la religiosidad ferviente, el fuego divino parecía mover a las gentes hacia los Santos Lugares, escenario de la Biblia, casi única lectura de las gentes de esa época. “A la llamada de Jerusalén –recuerdan Manu Leguineche y María Antonia Velasconen su divertida versión de la Primera Cruzada “El viaje prodigioso”– familias, aldeas, lugares, parroquias, ciudades enteras dejaron sus calles desiertas, abandonaron los cultivos a los grajos –aunque creyeran que se los entregaban a los cuidadosos brazos del Señor– y se pusieron de viaje. Presos de aquella obsesión, los señores no encontraron ya nada agradable en sus castillos, los religiosos abandonaron sus celdas para acceder a una penitencia más atractiva y hasta los bandidos salieron de sus guaridas y, colocándose la cruz sobre cada hombro, un poco levantada como sobre una almohadilla (pues la cruz cosida a la espalda era señal, no de que se iba, sino de que se volvía de Tierra Santa), se echaron a los caminos”.

Durante mucho tiempo se ha pensado que la defensa de la Fe fue el único motivo que impulsó a aquellas gentes a emprender un agotador viaje que en muchos casos terminaba en la muerte. Los historiadores más modernos han encontrado, además, otras razones. Hubo, por ejemplo, factores económicos, especialmente por parte de las repúblicas del norte de Italia y, como luego veremos también de algunos catalanes, que defendían sus intereses mercantiles. Venecia, Pisa y Génova controlaban las rutas comerciales por las que llegaban a Europa los productos de lujo orientales, cada vez más solicitados por una población urbana en auge.

Por su parte, la Iglesia impulsó las expediciones a Tierra Santa para consolidar su autoridad política sobre los reinos cristianos, amenazada por las rivalidades con el imperio germánico. Además, los papas querían recuperar el control sobre la Iglesia Ortodoxa Bizantina, separada del catolicismo romano desde el cisma de 1054.

También para muchos nobles aquellas expediciones militares sirvieron de válvulas de escape, sobre todo para los hijos no primogénitos que no recibían herencia ni tenían terrenos que administrar y que de este modo se ganaban la vida y canalizaban su ímpetu guerrero. En aquella Europa feudal, reyes, príncipes y nobles estaban en permanentes luchas internas y la idea de tener un enemigo común, un objetivo único, les hizo abandonar las rencillas para concentrarse en la guerra contra el infiel. Las clases humildes también vieron en las Cruzadas un medio para mejorar su nivel económico. Preferían probar suerte en tierras lejanas y desconocidas a llevar una vida mísera en los campos de Europa.

Algunos motivos menos prosaicos también tuvieron su efecto. Por ejemplo, las reliquias. En aquellos lejanos tiempos (aunque el afán de reliquias ha continuado hasta nuestros días) la posesión de despojos del cuerpo humano de algunos santos o de objetos relacionados con ellos y, sobre todo, con la vida de Jesús, obsesionaba a religiosos y civiles.

Junto a buscadores de reliquias, mercaderes, visionarios, nobles desheredados y plebeyos simplemente hambrientos también acudieron a la llamada de las Cruzadas asesinos, incestuosos, ladrones, parricidas y otros pecadores cuyos confesores recetaron, como expiación de sus culpas, la peregrinación a Tierra Santa. No es extraño, a la vista de ello, que uno de los ilustres participantes españoles en las Cruzadas tuviera como apelativo “el Fraticida”. Era el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II.

PEDRO EL ERMITAÑO Y EL CONCILIO DE CLERMONT

Aunque la convocatoria de la Primera Cruzada fue realizada por el papa Urbano II en Clermont, en la Auvernia francesa, su verdadero instigador fue un extraño personaje que desde años antes clamaba contra los musulmanes, Pedro el Ermitaño.

Miles de representantes de la humanidad de aquellos tiempos acudieron a Clermont sin saber qué se barruntaba pero con todo tipo de especulaciones que apuntaban a un anuncio importante. Entre ellos destacaban trescientos clérigos, entre los que estaban las más altas jerarquías de la Iglesia. Y entre aquellos abades y prelados había un grupo de españoles que, por provenir de un país en plena lucha con los sarracenos, era el centro de la reunión. Se nombran en las crónicas, entre otros, al obispo de Tarragona, Berenguer de Rosanes; Pedro Auduque, obispo de Pamplona y Bernardo de Serinac, ex monje de Cluny enviado por San Hugo a España. Bernardo era abad de Sahagún (León) abadía que se consideraba el “Cluny español”. La presencia de españoles en Clermont estaba sustentada por la experiencia, pues ya en 1063 se habían formado en España las primeras brigadas internacionales cristianas contra los moros en Barbastro (Huesca) con soldados borgoñones, provenzales y aquitanos. Más tarde, como hemos visto, también participaron nobles europeos en otras batallas contra el infiel en territorio español.

La convocatoria de Urbano fue un éxito ya que para la mayor parte de la gente la pérdida de Jerusalén constituía un símbolo. Con la dominación musulmana en Oriente, la Iglesia perdía la cuna de la cristiandad y extensas comarcas de cultura tradicional. Nada podía un Occidente escindido en naciones rivales contra el enorme imperio musulmán que abarcaba los inmensos territorios situados entre el Indo, los confines de China y el océano Atlántico.

LA BULA DE LA SANTA CRUZADA

Las proclamas de Pedro y Urbano inflamaron el ardor guerrero sobre todo de los franceses (los frany , como eran llamados por los musulmanes), pero también de otros muchos, entre ellos los españoles. Tal fue su entusiasmo que primero Urbano II y luego otros papas mostraron su preocupación porque los habitantes de los reinos hispanos participaran en las Cruzadas y descuidaran la defensa de sus propias fronteras. Por esta razón, los papas les recordaban la necesidad de anteponer la protección de sus reinos a la defensa de Tierra Santa. Con tal fin, empezaron a conceder indulgencias plenarias, semejantes a las ofrecidas a los cruzados, para los que participaran en la batalla contra el Islam en territorio peninsular. Fue el inicio de la mítica Bula de la Santa Cruzada, que tanta importancia iba a llegar a tener en nuestro país.

Esta Bula, que nació con tan altos ideales, fue renovada periódicamente hasta que el papa Pablo VI la abolió en el año 1966, casi 900 años después de su implantación.

Pero a pesar de las bulas y de las recomendaciones papales, muchos españoles optaron por la aventura de viajar a Oriente, dejando la defensa de sus tierras a sus compatriotas, que estaban demostrando que se sabían manejar frente a las poderosas fuerzas sarracenas. No por casualidad, en vísperas del inicio de la Primera Cruzada, el Cid Campeador había conquistado Valencia a los almorávides, lo que infundió gran moral a las fuerzas cristianas.

Uno de los más dispuestos, aunque finalmente se quedó en cruzado frustrado en dos ocasiones, fue Don Bernardo, obispo de Toledo, quien asistió al concilio de Clermont y en 1096 partió hacia Tierra Santa con un grupo de fieles. Sin embargo, al llegar a Roma para recibir la bendición de Urbano II, el papa no le permitió proseguir la jornada, “estimando más útil su presencia entre las ovejas de su grey que entre el estruendo de las armas de los cruzados”, como recuerda Mariana en su monumental “Historia de España”.

No debió conformarse Don Bernardo con las instrucciones del papa y años más tarde lo intentó de nuevo. Así lo narra el maestro Fernández de Navarrete:

“Constante, sin embargo, en su propósito de visitar los Santos Lugares, partió otra vez para Roma el 3 de marzo de 1105, con ánimo también de informar a Pascual II del estado de la Iglesia en España al mismo tiempo que del objeto de su viaje; pero extrañando al papa que abandonase su Iglesia, cuando corría tan inminente riesgo a vista del poder de los almorávides y de los reyes de Marruecos, le dispensó del voto mandándole volver a cuidar de sus diocesanos, tan necesitados entonces de sus auxilios como de su doctrina”.

LA CRUZADA POPULAR

No es muy probable que entre la masa popular que siguió a Pedro el Ermitaño en la avanzadilla de la Primera Cruzada participaran muchos españoles. Más vale así porque aquella peregrinación fue un auténtico desastre. Muchos de los que formaban parte de ella más que ir en busca de aventuras o de experiencias religiosas, salían huyendo de unas tierras que en los últimos meses sólo habían conocido granizo, hielo y falta de lluvias, donde las cosechas eran muy escasas, las despensas estaban vacías y la hambruna se extendía por toda la población.

La larga marcha a través de Europa hizo estragos. Cuando las limosnas para alimentar a esos primeros cruzados de las gentes que veían atravesar sus tierras no fueron suficientes, comenzaron los pillajes, las destrucciones, las violaciones, las matanzas. Hubo muertes en masa de judíos en Renania, batallas en Hungría y Bulgaria y enfrentamiento y riñas durante todo el camino. Se calcula que cuando la masa humana llegó a Sofía en julio de 1096, dos meses después de la partida de las llanuras de Mosela, habían muerto alrededor de 13.000 cristianos de los 20.000 que habían partido, y muchos otros miles de infieles.

Todavía habrían de pasar tres años hasta que unos pocos de aquellos avanzados cruzados vieran las murallas de Jerusalén, pero las vieron desde una segunda fila, porque la primera, claro, estuvo reservada a los nobles que habían salido meses más tarde y se habían reunido con lo que quedaba de aquella caótica avanzadilla popular en Constantinopla.

ESPAÑOLES VALEROSOS

De entre las muchas batallas que tuvieron lugar antes de la toma de Jerusalén, destaca el sitio de Antioquía donde, según las crónicas, los españoles tuvieron un papel estelar. Lo cuenta Fernández de Navarrete al hablar de las tropas que allí estuvieron:“Entre estos se distinguía un tercio de españoles veteranos, que constaba a lo menos de siete mil hombres muy bien armados y de respetable presencia y ánimo esforzado, de quienes la misma historia, recontando las tropas que salían a la famosa batalla de Antioquía, y la descripción que iba haciendo de ellas al rey Corvalan su privado Amegdélis, se explica de este modo: «Y pasaron así la puente y pararon sus haces cerca de una oliva que estaba en el campo. Y dijeron así unos a otros: gran merced nos hizo nuestro señor Dios, y muchos nos ama, que de tantos peligros nos ha librado y nos ayuntó aquí ahora para conquerir la su heredad. Y vil y deshonrado sea todo aquel de nos que huyere por moro. Catad la tienda de Corvalan como es rica. Si los caballeros mancebos antes la conquirieren, que nosotros, seremos escarnidos y alabarse han ante nos: Y nosotros no osaremos parecer ante ellos en ningún lugar do ellos sean». Entonces Corvalan, que estaba en su tienda cuando vio aquella gente tan desemejada de la otra preguntó a Amegdélis y díjole: ¿Sabes tú quien son aquellos que están apartados? Nunca vi otros tales, ni otra tal gente, ni semejante a ellos. Dijo Amegdélis: «señor, bien lo puedes saber que aquellos son los muy buenos caballeros del tiempo viejo que conquirieron a España por el su gran esfuerzo, que más moros mataron ellos después que nacieron que vos no trajistes aquí de toda gente: y aunque los otros huyan del campo, sepas que estos no huirán por ninguna manera, que conocen que han logrado ya bien sus días: y si les acaeciere querrán antes aquí morir en servicio de Dios que tornar las cabezas para huir» .

O sea, que en esta Primera Cruzada no sólo hubo españoles, sino que además estaban entre los más aguerridos, tal vez por su experiencia previa en la Península. Camino a Jerusalén, en Trípoli, encontramos de nuevo a Raimundo de Tolosa y su esposa española Elvira, de los que ya hablamos. Cuentan las crónicas que narran el nacimiento de su hijo Alfonso Jordán en el castillo de Monte Peregrino que en su corte había varios condes españoles, con sus correspondientes súbditos, e incluso algún historiador llega a meter entre ellos al persistente obispo de Toledo Don Bernardo, aunque parece claro que los papas no le permitieron abandonar a sus feligreses para ir a Tierra Santa.

EL PAPEL DE LOS CATALANES

Como buenos mercaderes, numerosos catalanes -pertenecientes a la corona de Aragón- participaron en viajes hacia Oriente, la mayoría entregados al comercio marítimo, aprovechando el retroceso islámico para ampliar sus redes comerciales a través del Mediterráneo. Pero a otros muchos les motivaba el fervor religioso. Zurita en su “Anal de Aragón” dice: “era tan grande la devoción de aquellos tiempos, que aunque tenían en España los enemigos de la fe casi, como dicen, de sus puertas adentro, y era tan fiera y obstinada gente en la guerra; pero por mayor mérito se movieron muchos señores muy principales, para ir a servir a Nuestro Señor en aquella tan santa expedición; y entre ellos fueron los más señalados Guillén conde de Cerdania, que murió en ella herido de una saeta, y por esta causa le llamaron de sobrenombre Jordán, y Guitardo conde de Rosellón su primo, y Guillén de Canet” .

Curiosamente, una de las mejores fuentes de información de la presencia de catalanes en Oriente Medio por aquellas fechas, son los testamentos. La mayoría se refieren al periodo entre la Primera y la Segunda Cruzada. Se conserva la memoria de una insigne mujer llamada Azalaida, que partiendo para Siria en 1104 con las tropas que se embarcaban en la Cruzada, dejó hecho su testamento declarando por último sucesor de sus bienes a la mesa capitular de Barcelona. En 1110 hizo también testamento Guillermo Ramón, antes de emprender su viaje a la Tierra Santa, dejando cuantiosos bienes para diversas obras pías en muchas iglesias de aquella ciudad y del condado. Y otro caballero, llamado Arnaldo Mirón, al partir hacia Palestina restituyó a la iglesia de Barcelona una viña en Monjuich. En el mismo lugar poseía otra heredad el canónigo de Barcelona Guillermo Berenguer, de la que hizo donación a favor de su iglesia en septiembre de 1111, hallándose en Trípoli con deseo de servir a Dios en la Guerra Santa y satisfacer por sus pecados (como él mismo confiesa) firmando la escritura varios caballeros catalanes que servían entre los cruzados, como Guillermo Jofre de Servid, su hermano Cúculo, Pedro Guerao, Arnaldo Guillén, Ramón Folch y Pedro Mir. Consta, igualmente por otros documentos, que Arnaldo Valgario partía para Siria en 1116; que San Olegario, obispo de Barcelona y metropolitano de Tarragona, visitó también Tierra Santa en 1124, y que en 1143 su sucesor Arnaldo, obispo de Barcelona, hizo viaje a Jerusalén con el mismo objeto de religiosa devoción.

Las causas para acudir a Tierra Santa no siempre eran heroicas y voluntarias. Se cuenta, por ejemplo, el caso del conde Don Rodrigo González Girón, gobernador de Toledo en 1134, que cayó en desgracia de Alfonso VII y dimitió del mando que le había confiado y marchó a Jerusalén, donde se distinguió en muchas batallas contra los infieles. Allí construyó el castillo de Torón, que terminó entregando a los soldados del Temple, cuya orden había sido creada unos años antes y ya era receptora de importantes fortunas y donaciones.

LAS ORDENES MILITARES

Veinte años después de la liberación de Jerusalén, algunos caballeros franceses se dirigieron al patriarca de la ciudad para hacer votos de pobreza, castidad y obediencia. A estos votos añadían el de defender Tierra Santa con las armas y proteger a los peregrinos que se dirigieran allí. Este fue el origen de una orden sagrada de caballería, de una asociación de guerreros que llevaría en lo sucesivo el nombre de Orden de los Templarios, por el lugar en que se constituyó, el templo de Salomón. A ella le siguió la de los Caballeros del Hospital o Juanistas, también llamada Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Los objetivos de estos monjes caballeros, como dice san Bernardo de Claraval era “mantener una doble lucha contra la carne y la sangre, y contra el espíritu del pecado y del mal” .

En las primeras décadas de funcionamiento de estas órdenes, la presencia de españoles no fue muy numerosa, aunque más tarde jugaron un papel esencial, como se vería en el sitio de Malta por parte de Solimán II en 1565. Muchos habitantes de la Península tuvieron su particular “presencia” en Tierra Santa gracias a los legados de privilegios, tierras y bienes que los cristianos de Hispania concedieron a las órdenes militares para sostener el combate en los Santos Lugares.

Pero el ejemplo de Templarios y Hospitalarios fue seguido en España creándose nuevas órdenes militares destinadas, como en Palestina, a la defensa de las fronteras cristianas frente a los musulmanes. De las muchas que aparecieron, las que adquirieron más relevancia, sobre todo gracias al apoyo de los monarcas hispánicos que las favorecieron con donaciones, privilegios y exenciones y a la bendición del Papado, fueron las órdenes de Alcántara (1156), Calatrava (1158), Santiago (1161), Avís en Portugal (1162) y Montesa (1317). La orden de Malta fue una evolución de la de San Juan, que pobló la isla tras su expulsión de Rodas.

Buen ejemplo de las donaciones que proliferaron en la época es el del rey Alfonso de Aragón que llegó a nombrar herederos de sus reinos y señoríos a los caballeros de la Orden del Temple y a los del Santo Sepulcro de Jerusalén.

De alguna manera, los españoles se libraron del ridículo que supuso la Segunda Cruzada, debido, entre otras cosas, al “pique” entre los dos monarcas que la encabezaron, Conrado III de Alemania y Luis VII de Francia, que se tomaron la batalla contra el infiel como si fuera un torneo medieval más y sólo fueron capaces de llegar a Damasco, de donde salieron huyendo.

EL IMPETU DE SALADINO

Aunque inicialmente ninguno de los estados europeos mostró demasiado entusiasmo por una nueva Cruzada, los continuos avances de Salahjad Din contra los estados latinos de Oriente (un invento de la Primera Cruzada que permitió crear pequeños señoríos en los que gobernaban los nobles cruzados, pero donde también mandaba la Iglesia de Roma, los mercaderes genoveses, pisanos, venecianos y marselleses y, además, las órdenes de caballeros) y, sobre todo, la destrucción de Hattin, cuya narración según se dice provocó la muerte del papa Urbano III, animaron a su sucesor Gregorio VIII a convocar una nueva marcha para reconquistar los Santos Lugares.

La Tercera Cruzada, tal vez la más conocida, tampoco tuvo protagonistas españoles. En realidad, los grandes nombres de los intérpretes principales eclipsaron a todos los demás. En el lado de Oriente estaba un líder carismático que había nacido en Tikrit, en Irak, justo en el mismo pueblo que Sadam Hussein. Se llamaba Saladino y como le define Geneviève Chauvel en su biografía novelada, era “un hombre cuya gesta guerrera en el siglo XII hizo temblar los cimientos de la Cristiandad. Símbolo imperecedero de la unidad y de la lucha del Islam contra Occidente, Saladino vivió su prodigioso destino de hombre amante de la paz pero condenado a batirse con valor, para imponer el Dios único capaz de unir a todos los hombres” .

Por parte de Occidente, las figuras fueron el inglés Ricardo Corazón de León, el francés Felipe II Augusto y el alemán Federico Barbarroja. En esta Cruzada no faltó nada: Barbarroja murió ahogado al intentar cruzar un río a nado; Ricardo y Felipe protagonizaron una historia de amorodio que dio lugar a numerosas habladurías sobre una relación homosexual entre ambos, y todos ellos mostraron los mayores gestos de heroísmos y las máximas degradaciones humanas con masacres sin sentido.

Las riñas entre Felipe y Ricardo, que forzaron al primero a abandonar la Cruzada antes de su culminación, las rivalidades entre Corazón de León y Leopoldo de Austria por ver quién ponía primero su estandarte sobre las murallas de San Juan de Acre, la muerte de Barbarroja y los problemas internos en cada uno de sus países pusieron en evidencia la desunión de los europeos y la solidez de los musulmanes. Y ello pese a que el propio Saladino escribía: “¡Mirad a los frany! Ved con qué encarnizamiento se baten por su religión, mientras que nosotros, los musulmanes, no mostramos ningún ardor por hacer la guerra santa”.

CRUZADAS Y MáS CRUZADAS

No hay apenas referencias a españoles en las siguientes cruzadas que, en realidad, pasaron con más penas que glorias. La Cuarta (1202-1204) ni siquiera llegó a su destino que, teóricamente, era Egipto, ya que se hizo por mar y en el camino se pensó que era mejor conquistar y saquear Constantinopla que enfrentarse a los sarracenos.

Entre 1217 y 1229 tuvieron lugar la Quinta y Sexta Cruzadas. Cambiaron los protagonistas, ya que no se podía contar con los franys que tenían su propia guerra de religión en el interior, con las peleas con los albigenses o cátaros. Húngaros, austriacos, portugueses y alemanes participaron en estas Cruzadas con escasos resultados. En la Quinta se conquistó Damietta en el delta del Nilo, pero por poco tiempo. En la Sexta, Federico II arrancó un pacto al sultán al-Kamil por el que Jerusalén volvía a manos cristianas, permitiendo la presencia musulmana en la explanada del Templo. La paz en la ciudad iba a durar poco más de diez años.

De esta época se tiene constancia del cardenal Pelayo Galván, natural de León, a quien el papa Honorio III encargó la expedición a Tierra Santa en 1218 con un refuerzo considerable de tropas y muchos príncipes y señores principales de la cristiandad.

Dirigió por sí mismo durante dieciocho meses el sitio de Damieta, y logró la toma de esta importante plaza en noviembre de 1219. “Era hombre de mucho espíritu y muy hábil, aunque de un carácter fiero y tenaz; pero así pudo hacerse respetar de los infieles, sabiendo al mismo tiempo conciliarse el amor de los cruzados” .

La Séptima y Octava Cruzada fueron una iniciativa, o más bien una obsesión, de un francés, aunque hijo de una española. El francés era Luis IX, que a partir de 1297 será conocido como San Luis de los Franceses y su madre, Blanca de Castilla, que educó a su hijo con esta norma: “preferiría mil veces verte muerto antes que saber que has cometido un pecado mortal”.

Luis dedicó los últimos 26 años de su reinado a la lucha contra el infiel. En la expedición contra Damietta empleó cinco veces la recaudación anual de la Corona y conquistó la ciudad con facilidad, aunque posteriormente el rey fue capturado y hubo de devolver la ciudad. Los franceses, viendo las dificultades para dominar a los sarracenos, trataron de conseguir una alianza con los mongoles, que habían arrasado el mundo conocido entre Corea y los Balcanes. Parecían los únicos capaces de frenar la apisonadora musulmana, pero el acuerdo no fue posible.

En 1270, Luis IX tomaba la cruz de nuevo y en su camino a Egipto trató de convertir previamente al sultán de Túnez. Lejos de ellos murió ante los muros de la ciudad el 25 de agosto de 1270. Casi treinta años después, en 1297 fue canonizado. Una de las leyendas que menos gracia hacen a los turistas franceses que visitan la deliciosa ciudad tunecina de Sidi Bu Said es la que cuenta que el clérigo que dio nombre a la ciudad era, en realidad, el propio Luis IX, que no murió de peste en el cerco a Túnez, sino que se enamoró de una princesa bereber, cambió de nombre y se convirtió al Islam, dedicando el resto de su vida a la contemplación y la oración. Menos mal que la pía Blanca de Castilla no llegó a oír nunca esta historia.

PROTAGONISMO DE LOS NAVARROS

Una de las causas que más hizo aumentar el número de combatientes de la península en Tierra Santa fue la llegada al poder de la dinastía francesa de Champagne en el reino de Navarra. Tanto Teobaldo I (1201-1253) como su hijo, Teobaldo II (1235-1270) participaron con sus tropas activamente en las Cruzadas. El primero, en la promovida por Gregorio IX (parte final de la Sexta) que, como hemos visto, no llegó a su destino y acabó en Constantinopla, por la desunión de los príncipes cristianos. Teobaldo I sacó de sus pueblos “muchas tropas de infantería y caballería, y cuatrocientos caballeros navarros de solar conocido y sus armas en blasón para guarda de su persona, y para valerse de ellos en los lances más arrestados”. El segundo acompañó a Luis IX en su expedición contra Túnez y murió de regreso a casa.

Muchos otros españoles participaron en esta última Cruzada, lo que parecía normal teniendo en cuenta los múltiples lazos familiares del rey francés con los reyes españoles. Por una parte su primogénito Felipe III de Francia, estaba casado con Isabel hija del rey Jaime de Aragón, y hermana de Violante mujer de Alfonso el Sabio; y por otra sus dos hijas Blanca e Isabel habían contraído matrimonio, la primera con Fernando de la Cerda, infante y heredero de los reinos de Castilla y León, como hijo de Alfonso X, y la segunda con Teobaldo II de Navarra. Para luchar con su suegro en aquella empresa aprestó allí muchas tropas, y siguiendo su ejemplo tomaron la insignia de la cruz para seguirle muchos señores vasallos y dependientes suyos de Navarra y de Gascuña, y algunos de Castilla y Aragón. Las crónicas mencionan decenas de nobles españoles, cada uno de los cuales viajaba con sus tropas y comitivas. Al fin y al cabo, Túnez quedaba a la vuelta de la esquina.

LAS CRUZADAS FRUSTRADAS ESPAÑOLAS

Junto a las ocho Cruzadas tradicionales, hubo algunas otras menos conocidas y aún unas que no fructificaron y tuvieron a españoles por protagonistas. El filósofo y literato Ramón Llull (1232-1315) fue una de las personalidades más destacadas de la Edad Media.

Sus obras constituyen uno de los principales legados de la cultura cristiana medieval. Sólo una mala coyuntura económica y social evitó que su nombre brillara también con luz propia en la historia de las Cruzadas de Tierra Santa. Con un empeño infatigable que bien podría compararse al de Pedro el Ermitaño -promotor de la Primera Cruzada- o al de San Bernardo de Claraval -artífice de la Segunda-, este sabio mallorquín recorrió durante más de treinta años las principales cortes europeas intentando, sin éxito, retomar la lucha contra los musulmanes. La idea de Llull era que para conseguir la conversión de los infieles no era imprescindible la lucha armada, sino la predicación del cristianismo que debían hacer personas que hablaran hebreo y árabe y que los gastos que ello ocasionara debían ser sufragados por la Iglesia y los reinos cristianos. Estos no lo consideraron así y la Ramon Llull. Cruzada cultural de Llull resultó imposible.

También Jaime I el Conquistador intentó en dos ocasiones organizar una expedición para la conquista de los Santos Lugares. Sin embargo no consiguió el éxito esperado. La primera tentativa tuvo lugar en el año 1269, ya en la etapa final de su reinado, y fue, con diferencia, la más desafortunada. En ese año, Jaime I decidió emprender una Cruzada cediendo a las presiones del Papado, receloso de las ambiguas relaciones de este monarca con las naciones islámicas. Partió de Barcelona al mando de una poderosa flota, pero la suerte no acompañó la expedición. Una tormenta deshizo sus naves cuando se hallaban a la altura de Menorca y debieron desembarcar en el puerto de Aigüesmortes. Sólo once navíos llegaron a San Juan de Acre, entre ellos sus dos hijos naturales, donde se unieron a los cruzados. A pesar del fracaso, cinco años más tarde, en 1274, intentó organizar una nueva Cruzada, pero su llamamiento en el concilio de Lyon no fructificó.

La crónica negra de esta Cruzada cuenta que Jaime recibió un anticipo del rey francés de 30.000 marcos de plata y tropas frescas de su yerno el rey de Castilla, y que hubo cierta cobardía en su regreso precipitado a casa. Muchos historiadores desmienten este episodio o, en todo caso, alaban la valentía demostrada durante todo su reinado por Jaime el Conquistador. La historia de las Cruzadas, como todas las historias, está llena de héroes y villanos, de éxitos y fracasos, de verdades y mentiras.