lunes, 31 de agosto de 2020


 

Historia general de la Orden IV: El Pergamino de Chinon


 El jueves 25 de octubre de 2007, los responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento Processus contra Templarios, que recopila el Pergamino de Chinon, o las actas de exculpación de la Santa Sede a la Orden del Temple, precisamente el año en que se conmemoraba el 700º aniversario del inicio de la persecución contra la Orden.

El acto tuvo lugar en la Sala Vecchia del Sínodo, en la Ciudad del Vaticano, con la asistencia de Raffaele Farina, archivista bibliotecario de la Santa Romana Chiesa; Sergio Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano; Bárbara Frale, descubridora del pergamino y oficial del archivo; Marco Maiorino, oficial del archivo; Franco Cardini, medievalista, y Valerio Massimo Manfredi, arqueólogo y escritor.

Los documentos que sirvieron al Tribunal papal para decidir la suerte de los templarios se encuentran en el Archivo Secreto del Vaticano, y se habían extraviado desde el siglo XVI, después de que un archivero los guardase en un lugar erróneo. En 2001, la investigadora italiana Bárbara Frale los encontró y su estudio demostró que el papa Clemente V al principio no quiso condenar a los templarios, aunque finalmente, cediendo a las presiones del rey de Francia, Felipe IV, terminaría haciéndolo.

El Pergamino de Chinon, uno de los documentos del volumen Processus contra Templarios presentado por la Santa Sede, corrige la leyenda negra sobre la Orden y muestra que todas las acusaciones fueron injurias de Felipe IV en beneficio propio. A pesar de ello, y habida cuenta de que el Pergamino de Chinon es anterior a la fecha de las bulas papales de disolución de los templarios, quedó como una expresión de la conciencia personal del papa. En cambio, la postura oficial de la Iglesia es la de la disolución de la Orden. 

En efecto, el documento de Chinon data de agosto de 1308. Ese mismo mes, el papa promulga la bula Facians Misericordiam, por la que se devolvió a los inquisidores su jurisdicción. En la segunda sesión del Concilio de Vienne, el 3 de abril de 1312, se aprueba la Bula Vox in Excelso, emitida por el propio papa Clemente V el 22 de marzo de 1312, confirmada por la Bula Ad Providam de 2 de mayo de 1312. En ambas se declara la disolución definitiva de la Orden.

Processus contra Templarios establece que:

El papa Clemente V no estuvo convencido de la culpabilidad de la Orden del Temple.

La Orden del Temple, su gran maestre Jacques de Molay y el resto de los templarios arrestados, muchos posteriormente ajusticiados o quemados vivos, fueron luego absueltos por el pontífice.

La Orden nunca fue condenada, sino disuelta, fijando la pena de excomunión a quien quisiera reeditarla.

El papa Clemente V no creyó en las acusaciones de herejía. Por ello, permitió recibir los Sacramentos a los templarios ajusticiados. Sin embargo, fueron ajusticiados en la forma que la jurisdicción canónica establecía para los herejes relapsos (aquellos que, después de confesar, se echan atrás en sus confesiones).

Clemente V negó las acusaciones de traición, herejía y sodomía con las que el rey de Francia acusó a los templarios. No obstante, convocó el Concilio de Vienne para confirmar dichas acusaciones.

El proceso y martirio de templarios fue un “sacrificio” para evitar un cisma en la Iglesia católica, que no compartía gran parte de las acusaciones del rey de Francia, y muy especialmente de la Iglesia francesa.

Las acusaciones fueron falsas y las confesiones conseguidas bajo torturas.

A la vista de los documentos históricos cabe concluir que, aunque el papa Clemente V intentara en su fuero interno evitar la condena a los templarios, su debilidad frente a Felipe IV de Francia hizo que continuara con el proceso de disolución de la Orden, que acaba en 1312. Recojamos en este punto lo que la bula Ad Providam, que no ha sido al día de hoy derogada, dice al respecto:


... Hace poco, Nos, hemos suprimido definitivamente y perpetuamente la Orden de la Caballería del Templo de Jerusalén a causa de los abominables, incluso impronunciables, hechos de su Maestre, hermanos y otras personas de la Orden en todas partes del mundo... Con la aprobación del sacro concilio, Nos, abolimos la constitución de la Orden, su hábito y nombre, no sin amargura en el corazón. Nos, hicimos esto no mediante sentencia definitiva, pues esto sería ilegal en conformidad con las inquisiciones y procesos seguidos, sino mediante orden o provisión apostólica.

Fragmento de la bula Ad Providam

Esteban Harding

 


Esteban, nacido en el condado de Dorset, había tenido una juventud alborotada. Después de profesar los votos monásticos en la abadía benedictina de Sherborne, abandonó la vida religiosa en el período turbulento que siguió a la conquista normanda de Inglaterra. Primero se mudó a Escocia y luego a París, donde continuó estudiando. Arrepentido por haber abandonado la vida monástica, fue en peregrinación a Roma para obtener el perdón, acompañado por un joven clérigo con quien recitó, a lo largo del camino, todo el Salterio.

Durante el camino de regreso de esa peregrinación, Esteban y su amigo pararon en Borgoña, en la abadía de Molesmes, fundada en 1075 por san Roberto (c. 1029-1111). Este último esperaba alcanzar un equilibrio entre el modelo benedictino cluniacense y el eremítico, en nombre de una mayor austeridad y una revalorización del trabajo manual. Las ideas reformistas de Roberto despertaron el entusiasmo de Esteban y otros 20 monjes, todos ansiosos por observar de manera más estricta la Regla original de san Benito. El 21 de marzo de 1098, después de haber obtenido las autorizaciones necesarias, Roberto y sus monjes fundaron la abadía de Citeaux en un lugar pantanoso entonces llamado Cistercium: así nació la Orden Cisterciense.

Los inicios para los cistercienses no fueron sencillos. Roberto sólo pudo permanecer al frente del nuevo monasterio hasta julio de 1099, porque los monjes que se habían quedado en Molesmes apelaron a Urbano II pidiendo el regreso del fundador de su abadía. Mientras tanto, las cosas allí no iban bien. Por obediencia, san Roberto regresó a Molesmes, mientras que en Citeaux fue sustituido como abad por san Alberico († 1108/09), que dirigió a los cistercienses en los años más duros. La recién nacida orden corría el riesgo de derretirse como nieve al sol debido a la dificultad por atraer nuevas vocaciones. En esa etapa, Esteban Harding actuó como prior y en 1108 se convirtió en el tercer abad de Citeaux. El santo inglés dedicó los 25 años que estuvo al frente de la abadía (renunció un año antes de morir, ya enfermo) a la reforma de los libros litúrgicos, para adherirse más fielmente al espíritu benedictino. También trabajó en una escrupulosa revisión de la Vulgata.

En 1112 tuvo lugar un hecho de enorme importancia para el futuro de la orden: Esteban acogió en el monasterio a un joven de gran fe y personalidad, san Bernardo de Claraval (c. 1090-1153), que vistió el hábito cisterciense junto con una treintena de amigos y familiares. Gracias a la providencial llegada de nuevos monjes, Esteban pronto pudo ayudar a sus religiosos a constituir las «abadías primigenias», así se llaman las primeras cuatro abadías descendientes directamente de la casa madre de Citeaux, que son: La Ferté (1113), Pontigny (1114 ), Morimond (1115) y Clairvaux (1115), esta última fundada precisamente por Bernardo. Para garantizar la unidad de la orden, ya en rápida expansión y caracterizada por una ferviente devoción mariana, Esteban escribió la famosa Charta Caritatis. Este documento regulaba las relaciones entre la casa madre y todas las demás abadías-hijas, estableciendo que cada año el abad de Citeaux visitaría los varios monasterios y convocaría un Capítulo General, para preservar el carisma y velar por el cumplimiento de la disciplina. Un sabio modelo de gobierno interno que el IV Concilio de Letrán (1215) solicitará adoptar también para otras órdenes religiosas.

Gérard de Ridefort


 Gérard de Ridefort, también llamado Girard de Ridefort (Flandes, 1140 – San Juan de Acre, 1 de octubre de 1189), fue un noble que llegó a ser Décimo Gran Maestre de la Orden del Temple desde 1184 hasta su muerte.

Segundón de un noble flamenco, no esperaba conseguir fortuna en su país, por lo que se une a la Segunda Cruzada en 1146, con la idea de conseguir el señorío feudal. Raimundo III de Trípoli le prometió un rico matrimonio con su vasalla Lucía de Botrun, pero el rey cambió de parecer y prefirió aceptar la oferta de un rico comerciante pisano. Esto convirtió a Ridefort en su mortal enemigo.

Posteriormente se alió con Guy de Lusignan e ingresó en la Orden del Temple, llegando a ser Senescal en 1183 y logró ser elegido Gran Maestre en 1184. Tras la muerte de Balduino IV en 1185 y de Balduino V poco después, en 1186, Ridefort arrebató la corona del Reino de Jerusalén a Raimundo III en beneficio de su aliado Guy de Lusignan.

Gerard de Ridefort fue elegido en Europa como décimo gran maestre gracias a la influencia de Heraclio de Cesárea.

Como Maestre de la Orden fue uno de los mas temerarios y valientes, pero su temeridad y valentia le hicieron pasar a la historia como el peor de todos los que tuvo la orden en todos los aspectos tanto, en la vida interna de la orden, asi como en la diplomacia y en decisiones políticas, y de acciones de guerra.Impulso temerarias campañas contra Saladino resultaron desastrosas y causaron numerosas pérdidas humanas en ambos bandos, todo ello dejándose llevar por sus intereses mundanos y ansias que no favorecieron para nada ni a la orden ni a los Estados Latinos en Tierra Santa.

A su muerte ante la ciudad de San Juan de Acre, el 1 de octubre de 1189, los cuatro Estados cruzados estaban exhaustos y desangrados y la suerte de los combates es incierta.

Su muerte la describe asi un autor:

"Saladino cargó con todas sus fuerzas e hizo retroceder a los cruzados en desorden hacia su campamento, que se hallaba al mismo tiempo atacado por una salida procedente de la guarnición de Acre. Muchos caballeros francos cayeron en la batalla, entre ellos Andrés de Brienne. 

Las tropas alemanas fueron presa del pánico y sufrieron graves pérdidas, que fueron también muy elevadas entre los templarios. El gran maestre del Temple, Gerardo de Ridfort, espíritu maligno de Guido en los días que precedieron a Hattin, fue hecho prisionero y pagó con la vida sus insensateces. Conrado sólo se libró de ser capturado por la intervención de su rival, el rey Guido."

Steven Runciman

lunes, 24 de agosto de 2020

María de Magdala y el Temple

Había acerca de si los Caballeros de la Orden del Temple veneraban a María Magdalena. Y una de las preguntas que con mayor frecuencia que se  hacen  es si los Templarios veneraban a María Magdalena o a la Virgen María, madre del Señor.

Cierto es que para la Iglesia católica no habría duda: la Orden sólo podía venerar a Nuestra Señora, a la madre de Jesucristo. ¿Cómo iban a tener como deidad a una pecadora?... Pero la cosa no es tan sencilla.

De hecho, si nos centramos en el posiblemente mayor ideólogo templario, Bernardo, siempre se refiere a Nuestra Señora, quedando para todos claro que se refería a La Virgen. Pero lo cierto es que el bueno del Maestro Bernardo trabajó, investigó, estudió y difundió (y esto es lo más importante) Lo Femenino, el Principio femenino universal, ancestral y sin tiempo, trabajando sobre el Cantar de los Cantares, posiblemente el libro más importante de la Biblia, y volviendo a traer a la cristiandad, la figura, la esencia de lo Femenino, a través de Nuestra Señora. Por cierto, una cristiandad absolutamente patriarcal, misógina, antievangélica y con nulo amor por sus hermanas de fe; cuales eran, simplemente, utilizadas como cuerpos y material mercantil; empezando por Papas y obispos.

Pero, ¿por qué sólo podría referirse Bernardo a una de ellas, a la Virgen María o a María Magdalena? ¿Por qué no trabajo en sus estudios eruditos con ambas figuras, fundamentales evangélicamente (por encima de cualquier otro personaje masculino, incluyendo a Simón,  Pedro; y por supuesto a otros no evangélicos como  Pablo) una como madre, otra como esposa (sagrada), y ambas como principio armonizante de la esencia masculina del Maestro Jesús.

La Orden del Temple, desde el primer momento, antes incluso de su fundación, ya veneraba a María Magdalena, como el personaje más importante del Evangelio (después de Jesús) como apóstol apostolorum, como autora del evangelio atribuido a Juan (craso error) el más gnóstico, femenino y representante único del Secreto Mesiánico de Jesucristo. Y también, sin duda, veneraban a Miriam, la madre del Señor, porque ella también fue dada a la Luz divina (como María Magdalena) porque fue madre, educadora, protectora de Jesús y de su legado, sus enseñanzas y su esoterismo.

Ambas Marías, madre y esposa, fueron tomadas por los freires templarios por la importancia, sublime, que tenían y siguen teniendo en la cristiandad; pese al freno y censura de la jerarquía eclesial, patriarcal, que aún continúa en la ignorancia.


María de Magdala, su Leyenda


Según la tradición ortodoxa, María Magdalena se retiró a Éfeso con la Virgen María y el apóstol Juan, y murió allí. En 886 sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla, donde se conservan en la actualidad. Gregorio de Tours (De miraculis, I, xxx) corrobora la tradición de que se retiró a Éfeso, y no menciona ninguna relación con Francia.

Más adelante, sin embargo, surgió en el mundo católico una tradición diferente, según la cual María

Magdalena (identificada aquí con María de Betania), su hermano Lázaro y Maximino, uno de los setenta y dos discípulos, así como algunos compañeros, viajaron en barca por el Mar Mediterráneo huyendo de las persecuciones en Tierra Santa y desembarcaron finalmente en el lugar llamado Saintes Maries de la Mer, cerca de Arlés. Posteriormente, María Magdalena viajó hasta Marsella, desde donde emprendió, supuestamente, la evangelización de Provenza, para después retirarse a una cueva -La Sainte-Baume- en las cercanías de Marsella, donde habría llevado una vida de penitencia durante 30 años. Según esta leyenda, cuando llegó la hora de su muerte fue llevada por los ángeles a Aix-en-Provence, al oratorio de San Maximino, donde recibió el viático. Su cuerpo fue sepultado en un oratorio construido por Maximino en Villa Lata, conocido desde entonces como St. Maximin.

La tradición del huevo de Pascua

Existe una antigua tradición cristiana de pintar huevos de Pascua. Estos huevos simbolizan la nueva vida y a Cristo emergiendo de la tumba,​de hecho, los cristianos ortodoxos acompañan esta tradición con la consigna: «¡Cristo ha resucitado!».

Una tradición ortodoxa relata que tras la Ascensión, María Magdalena fue a Roma a predicar el evangelio. En presencia del emperador romano Tiberio, y sosteniendo un huevo de gallina, exclamó: «¡Cristo ha resucitado!». El emperador se rió y le dijo que eso era tan probable como que el huevo se volviera rojo. Antes de que acabara de hablar el huevo se había vuelto rojo.

Otra tradición habla de que el corazón sagrado de Cristo quedaría encerrado en un recipiente con forma de huevo del que María Magdalena sería guardiana.


Veneración de María Magdalena

 Reliquias de María Magdalena

Vézelay

El primer lugar de Francia en el que se sabe que hubo culto a María Magdalena fue la ciudad de Vézelay, en Borgoña. Aunque, según parece, en sus inicios el templo de Vézelay estaba dedicado a la virgen María, y no a María Magdalena, por alguna razón los monjes decidieron que la abadía era el lugar de enterramiento de María Magdalena, y están atestiguadas las peregrinaciones al sepulcro de María Magdalena en Vézelay desde al menos 1030. El 27 de abril de 1050, una bula del papa León IX colocaba oficialmente la abadía de Vézelay bajo el patronazgo de María Magdalena. Santiago de la Vorágine refiere la versión oficial del traslado de las reliquias de la santa desde su sepulcro en el oratorio de San Maximino en Aix-en-Provence hasta la recién fundada abadía de Vézelay, en 771. El san Maximino de esta leyenda es un personaje que combina rasgos del obispo histórico Maximino con el Maximino que según la leyenda acompañó a María Magdalena, Marta y Lázaro a Provenza.

Saint-Maximin

Un culto posterior que atrajo numerosos peregrinos se inició cuando el cuerpo de María Magdalena fue oficialmente descubierto, el 9 de septiembre de 1279, en Saint-Maximin-la-Sainte-Baume, Provenza, por el entonces príncipe de Salerno, futuro rey Carlos II de Nápoles. En esa ubicación se construyó un gran monasterio dominico, de estilo gótico, uno de los más importantes del sur de Francia.

En 1600, las supuestas reliquias fueron depositadas en un sarcófago mandado realizar por el papa Clemente VIII, pero la cabeza se depositó aparte, en un relicario. Las reliquias fueron profanadas durante la Revolución francesa. En 1814 se restauró el templo y se recuperó la cabeza de la santa, que se venera actualmente en ese lugar.

María Magdalena según la Iglesia católica

Culto a María Magdalena en Llanes, Asturias, España

María Magdalena es venerada por la Iglesia católica oficialmente como Santa María Magdalena. Existen múltiples templos en todo el mundo dedicados a esta santa católica. Su onomástica es el 22 de julio.

Mientras que el cristianismo oriental honra especialmente a María Magdalena por su cercanía a Jesús, considerándola "igual a los apóstoles", en Occidente se desarrolló, basándose en su identificación con otras mujeres de los evangelios (véase anterior post ) la idea de que antes de conocer a Jesús, había sido muy pecadora y de ahí viene el suponer, aunque la Iglesia católica no lo afirme, que se haya dedicado a la prostitución.

Esta idea nace, en primer lugar, de la identificación de María con la pecadora​ de quien se dice únicamente que era pecadora y que amó mucho; en segundo lugar, de la referencia en donde se dice, esta vez refiriéndose claramente a María Magdalena, que de ella «habían salido siete demonios».

​ Como puede verse, nada en estos pasajes evangélicos permite concluir que María Magdalena se dedicase a la prostitución.

No se sabe con exactitud cuándo comenzó a identificarse a María Magdalena con María de Betania y la mujer que entró en la casa de Simón el fariseo, pero ya en una homilía del papa Gregorio Magno (muerto en 591) se expresa inequívocamente la identidad de estas tres mujeres, y se muestra a María Magdalena como prostituta arrepentida. Por eso la leyenda posterior hace que pase el resto de su vida en una cueva en el desierto, haciendo penitencia y mortificando su carne, y son frecuentes en el arte occidental las representaciones de la «Magdalena penitente».

La imagen de María Magdalena como penitente también puede ser confundida gracias a la tradición de María Egipcíaca, santa del siglo V, quien según La vida de los Santos de Jacobo de la Vorágine, se había dedicado a la prostitución y se retiró al desierto a expiar sus culpas. Es común ver representaciones de María Egipcíaca, con los cabellos largos que cubren su cuerpo o envuelta con carrizos, símbolos de su penitencia en el desierto. Estos atributos en ocasiones acompañan a la Magdalena, creando a veces la confusión de ambas santas.

En la tradición católica, por tanto, María Magdalena pasó a ser un personaje secundario, a pesar de su indudable importancia en la tradición evangélica. El relegamiento que sufrió María Magdalena ha sido relacionado por algunos autores con la situación subordinada de la mujer en la Iglesia. A esta opinión oponen algunos teólogos católicos la especial consideración que guarda la Iglesia para con Santa María, madre de Jesús, venerada con hiperdulía, en tanto que los apóstoles y los otros santos son venerados con dulía.

En 1969, el papa Pablo VI retiró del calendario litúrgico el apelativo de «penitente» adjudicado tradicionalmente a María Magdalena;​ asimismo, desde esa fecha dejaron de emplearse en la liturgia de la festividad de María Magdalena la lectura del Evangelio de Lucas​ acerca de la mujer pecadora.

Desde entonces, la Iglesia católica ha dejado de considerar a María Magdalena una prostituta arrepentida. Sin embargo, esta visión continúa siendo la predominante para muchos católicos.

En 1988, el papa Juan Pablo II en la carta Mulieris Dignitatem se refirió a María Magdalena como la "apóstol de los apóstoles"​ y señaló que en "la prueba más difícil de fe y fidelidad" de los cristianos, la Crucifixión, "las mujeres demostraron ser más fuertes que los apóstoles".​

El 10 de junio de 2016, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó un decreto por el cual se eleva la memoria de santa María Magdalena al grado de fiesta en el Calendario Romano General,​ por expreso deseo del papa Francisco.

 Arthur Roche señaló en su artículo en el L’Osservatore Romano titulado Apostolorum apostola que la decisión se enmarca en el contexto eclesial actual a favor de una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y la grandeza de la misericordia divina. El propio Roche señaló que «es justo que la celebración litúrgica de esta mujer tenga el mismo grado de fiesta dado a la celebración de los apóstoles en el Calendario Romano General y que resalte la especial misión de esta mujer, que es ejemplo y modelo para toda mujer en la Iglesia».

María Magdalena y otras santas católicas

María Magdalena fue fuente de inspiración para dos de las místicas y doctoras de la Iglesia más importantes en el catolicismo: santa Teresa de Ávila, quien refirió haber recibido ayuda espiritual de la Magdalena ​y santa Teresa del Niño Jesús, quién admiraba este amor tan profundo relatado en el Evangelio en el cual María Magdalena piensa en servir a quien ama; así, Teresa decidió dedicar su vida a quién más amaba: Jesús de Nazaret. En 1894 escribió: «Jesús nos ha defendido en la persona de María Magdalena».​

Teorías recientes acerca de María Magdalena

Sobre su relación con Jesús

Algunos autores recientes han puesto en circulación una hipótesis según la cual María Magdalena habría sido la esposa, o la compañera sentimental, de Jesús de Nazaret, además de la depositaria de una tradición cristiana de signo feminista que habría sido cuidadosamente ocultada por la Iglesia católica. Estas ideas fueron desarrolladas primero en algunos libros de pseudohistoria, como El enigma sagrado («The Holy Blood and the Holy Grail», 1982), de Michael Baigent, Richard Leigh, Henry Lincoln; y La revelación de los templarios («The Templar Revelation», 1997), de Lynn Picknett y Clive Princey. En estos libros se mencionaba además una hipotética dinastía fruto de la unión entre Jesús de Nazaret y María Magdalena. Posteriormente estas ideas han sido aprovechadas por varios autores de ficción como Peter Berling (Los hijos del Grial) y Dan Brown (El código Da Vinci, 2003), entre otros.


Los partidarios de esta idea se apoyan en tres argumentos:

1. En varios textos gnósticos, como el Evangelio de Felipe, se muestra que Jesús tenía con María Magdalena una relación de mayor cercanía que con el resto de sus discípulos, incluidos los apóstoles. En concreto, el Evangelio de Felipe habla de María Magdalena como «compañera» de Jesús. Sin embargo, su autor usa el término copto hotre, que puede servir tanto para una unión sexual como para una simple acompañante. También en el mismo Evangelio y en el Segundo Apocalipsis de Santiago se menciona que Jesús la besaba en la boca.​ Sin embargo, el ósculo o beso santo era para los gnósticos el inicio de un acto donde se recibía una revelación.​

2. En los evangelios canónicos María Magdalena es (excluyendo a la madre de Jesús) la mujer que más veces aparece, y es presentada además como seguidora cercana de Jesús. Su presencia en los momentos cruciales de la muerte y resurrección de Jesús podría sugerir que estaba ligada a él por lazos conyugales. Pero está deducción es considerada por los estudiosos como fantasiosa. ???​

3. Otro argumento que esgrimen los defensores de la teoría del matrimonio entre Jesús y María Magdalena es que en la Palestina de la época era raro que un varón judío de la edad de Jesús (unos treinta años) permaneciese soltero, especialmente si se dedicaba a enseñar como rabino, ya que eso hubiese ido en contra del mandamiento divino «Creced y multiplicaos». No obstante, el judaísmo que profesó Jesús era muy distinto del actual, y el papel del rabino no estaba todavía bien definido. Solo después de la destrucción del Segundo Templo, en 70, el papel del rabino quedó establecido con claridad en las comunidades judías. Antes de Jesús, está atestiguada la existencia de maestros religiosos solteros, como el profeta Jeremías y, ya en el siglo I a. C., se dieron muchísimos casos entre los esenios.También Juan el Bautista fue soltero, según todos los indicios. Más adelante, algunos primeros cristianos, como Pablo de Tarso, serían también predicadores célibes.

Magdalena penitente

Sin embargo, no existe ningún pasaje ni en los evangelios canónicos ni en los apócrifos que permita afirmar que María de Magdala fue la esposa de Jesús de Nazaret. Para la mayoría de los estudiosos del Jesús histórico es una posibilidad que ni siquiera merece ser tomada en serio; entre ellos destaca Bart Ehrman quien concluye que la evidencia histórica no dice nada, «ciertamente nada que indique que Jesús y María (Magdalena) tuvieron una relación sexual de ninguna naturaleza».

​ Ehrman señala que la pregunta que la gente le formula con mayor frecuencia es si María Magdalena y Jesús se casaron. Su respuesta es: «No es verdad que los rollos del Mar Muerto contengan Evangelios que hablen de María (Magdalena) y Jesús. [...] No es verdad que un casamiento de María (Magdalena) y Jesús se discuta repetidamente en los Evangelios que no entraron en el Nuevo Testamento (el canon). De hecho, no se discute nunca ni se menciona siquiera una vez. [...] No es verdad que el Evangelio de Felipe llame a María la esposa de Jesús».

​ Regino Cortes también concluye la inexistencia de tal relación marital como un error desde el punto de vista bíblico y una irrealidad desde un punto de vista fáctico.​ Otro biblista contemporáneo de primer orden ironizó al respecto:

"A veces los biblistas que se dedican a buscar cualquiera de las obras que hasta el momento se dan por perdidas, o a publicarlas, no se ven libres del sensacionalismo; y, por supuesto, aunque no colaboren con ella, la prensa disfruta con el sensacionalismo. Si se me permite generalizar, con una cierta dosis de cinismo, los lectores que no tienen interés en lograr a través de los evangelios canónicos un mayor conocimiento de Jesús, parecen embelesados ante cualquier nueva obra que venga a insinuar que ¡Jesús bajara de la cruz, se casara con María Magdalena, y se fuera a la India a vivir tranquilamente!"​

Raymond Edward Brown


Sobre la autoría del Cuarto Evangelio

Ramón K. Jusino propuso la teoría de que María Magdalena pudo ser el «discípulo a quien amaba Jesús» que se presenta como autor del Evangelio de Juan​ y que es tradicionalmente identificado con el apóstol Juan.

​ Jusino se basó en el hecho de que en varios textos apócrifos, como los citados más arriba, se dice que hubo una relación de especial cercanía entre Jesús y María Magdalena. Raymond E. Brown hipotetizó que el Evangelio de Juan recogería la tradición de una comunidad a la que él denominó comunidad joánica o juánica.​ Según Jusino, esa comunidad podría remontarse al testimonio de María Magdalena como testigo ocular de Jesús. Esta teoría de Jusino no cuenta con la aceptación de la mayor parte de los historiadores e investigadores bíblicos.

Maria de Magdala

 

 María Magdalena (en hebreo: מרים המגדלית; en griego antiguo: Μαρία ἡ Μαγδαληνή) es mencionada, tanto en el Nuevo Testamento canónico como en varios evangelios apócrifos, como una distinguida discípula de Jesús de Nazaret. Su nombre hace referencia a su lugar de procedencia: Magdala, localidad situada en la costa occidental del lago de Tiberíades y aldea cercana a Cafarnaúm. Es considerada santa por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y la Comunión anglicana, que celebran su festividad el 22 de julio. Reviste una especial importancia para las corrientes gnósticas del cristianismo. En 1988, el papa Juan Pablo II en la carta Mulieris Dignitatem se refirió a ella como la "apóstol de los apóstoles", y el 10 de junio de 2016, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó un decreto por el cual se eleva la memoria de santa María Magdalena al grado de fiesta en el Calendario romano general,​ por expreso deseo del papa Francisco.

María Magdalena en el Nuevo Testamento

La información sobre María Magdalena en los evangelios canónicos es escasa. Es citada en relación con cinco hechos diferentes:

De acuerdo con el Evangelio de Lucas,​ María Magdalena alojó y proveyó materialmente a Jesús y sus discípulos durante su predicación en Galilea. Se añade que anteriormente había sido curada por Jesús: «Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido curadas de enfermedades y espíritus malignos: María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios Lucas 8:1-2.

De acuerdo con los Evangelios de Marcos, Mateo​ y Juan,​ estuvo presente con María, la madre de Jesús, otras mujeres y el discípulo amado durante la crucifixión de Jesús.

Estuvo presente en la sepultura y vio donde Jesús era puesto, según Mateo 27:61 y Marcos 15:47. Se la menciona junto a María, la madre de Santiago el menor.

En compañía de otras mujeres, fue la primera testigo de la resurrección, según una tradición en la que concuerdan los cuatro evangelios.​ Después comunicó la noticia a Pedro y a los demás apóstoles.

Según un relato que sólo aparece en el Evangelio de Juan, fue testigo ocular de una aparición de Jesús resucitado.​

También el Evangelio de Marcos, menciona cortamente la aparición de Jesús resucitado a la Magdalena.


Identificación con otros personajes

Los citados son los únicos pasajes de los evangelios canónicos en los que se nombra a María de Magdala. La tradición católica, sin embargo, ha identificado con María Magdalena a otros personajes citados en el Nuevo Testamento:

La mujer adúltera a la que Jesús salva de la lapidación, en un episodio que sólo relata el Evangelio de Juan​

La mujer que unge con perfumes los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos antes de su llegada a Jerusalén según los evangelios sinópticos,​ cuyo nombre no se menciona. La unción tuvo lugar durante el ministerio en Galilea.

María de Betania, hermana de Lázaro, a la que se atribuye en el Evangelio de Juan la iniciativa antes mencionada,17​ y que aparece en otros conocidos pasajes del cuarto evangelio, como la resurrección de Lázaro.18​ Se identifica también con la María del episodio de la disputa entre Marta y María.

La identidad de María Magdalena como María de Betania y «la mujer quien fue una pecadora» fue establecida en la homilía 33 que el papa Gregorio I dio en el año 591, en el cual dijo: «Ella, la cual Lucas llama la mujer pecadora, la cual Juan llama María [de Betania], nosotros creemos. Nota ​ que es María, de quien siete demonios fueron expulsados, según Marcos».20​

Difundida por los teólogos de los siglos III y IV, esta teoría gozó de mucha popularidad en el siglo XIX y constituyó un tema frecuente en la iconografía cristiana occidental.


María Magdalena en los evangelios apócrifos

El Evangelio de Pedro sólo menciona a María Magdalena en su papel de testigo de la resurrección de Jesús:

"A la mañana del domingo, María la de Magdala, discípula del Señor -atemorizada a causa de los judíos, pues estaban rabiosos de ira, no había hecho en el sepulcro del Señor lo que solían hacer las mujeres por sus muertos queridos-, tomó a sus amigas consigo y vino al sepulcro en que había sido depositado."

Evangelio de Pedro, v.50. Santos Otero, de (1956, pp. 385-386)

En al menos dos de los textos gnósticos coptos encontrados en Nag Hammadi, el evangelio de Tomás y el Evangelio de Felipe, María Magdalena aparece mencionada como discípula cercana de Jesús, en una relación tan cercana como la de los apóstoles. En el Evangelio de Tomás hay dos menciones de Mariham (logia 21 y 114), que, según los estudiosos, hacen referencia a María Magdalena. La segunda mención forma parte de un pasaje enigmático que ha sido objeto de muy variadas interpretaciones:


Sta. María Magdalena de Malambo

Simón Pedro les dijo: «¡Que se aleje Mariham de nosotros!, pues las mujeres no son dignas de la vida». Dijo Jesús: «Mira, yo me encargaré de hacerla macho, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente, idéntico a vosotros los hombres: pues toda mujer que se haga varón, entrará en el reino del cielo»​

En el Evangelio de Felipe (log. 32) es considerada la compañera (κοινωνος) de Jesús:

Tres (eran las que) caminaban continuamente con el Señor: su madre María, la hermana de ésta y Magdalena, a quien se designa como su compañera [κοινωνος]. María es, en efecto, su hermana, su madre y su compañera.

No todos los estudiosos, sin embargo, están de acuerdo en que los evangelios de Tomás y de Felipe se refieran a María Magdalena. Para Stephen J. Shoemaker se trataría más bien de una referencia a la madre de Jesús.

Por último, otra importante referencia al personaje se encuentra en el Evangelio de María Magdalena, texto del que se conservan sólo dos fragmentos griegos del siglo III y otro, más extenso, en copto, del siglo V. En el texto, tres apóstoles discuten acerca del testimonio de María Magdalena sobre Jesús. Andrés y Pedro desconfían de su testimonio, y es Leví (el apóstol Mateo) quien defiende a María.

domingo, 23 de agosto de 2020

Historia general de la Orden III


 El último gran maestre, Jacques de Molay, se negó a aceptar el proyecto de fusión de las órdenes militares bajo un único rey soltero o viudo (Proyecto Rex Bellator, impulsado por el gran sabio Ramon Llull), a pesar de las presiones papales. El 6 de junio de 1306 fue llamado a Poitiers por el papa Clemente V para un último intento, tras cuyo fracaso, el destino de la orden quedó sellado. Felipe IV de Francia convenció (o más bien, intimidó) a Clemente V, fuertemente ligado a Francia, de que iniciase un proceso contra los templarios.​ La corona francesa estaba muy endeudada con la orden, entre otras cosas, por el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la Séptima Cruzada. Además, el rey buscaba un Estado fuerte, con el rey que concentrara todo el poder (frente al de la Iglesia y al de las diversas órdenes religiosas, como los templarios)

En esta labor contó con la inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber sido el estratega del incidente de Anagni, en el que Sciarra Colonna había abofeteado al papa Bonifacio VIII. El Sumo Pontífice murió de humillación al cabo de un mes.​ También del inquisidor general de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como Guillermo de París; y de Eguerrand de Marigny, quien al final se apoderará del tesoro de la orden y lo administrará en nombre del rey, hasta que se transfiera a la orden de los Hospitalarios.

Para ello se sirvieron de las acusaciones de un tal Esquieu de Floyran, espía a las órdenes tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón.

 Se les acusó de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos: de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas.

Parece ser que Esquieu acudió a Jaime II de Aragón con la historia de que un prisionero templario, con quien había compartido una celda, le había confesado los pecados de la orden. Jaime no le creyó y lo echó «con cajas destempladas...», así que Esquieu fue a Francia a probar suerte ante Guillermo de Nogaret, que no tenía más voluntad que la del rey, y que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de utilizarlo para la operación que, a la postre, llevó a disolver la orden.

Felipe despachó correos a todos los lugares de su reino, con órdenes estrictas de que nadie los abriera hasta el jueves, 12 de octubre de 1307, en la que se podría decir que fue una operación conjunta simultánea en toda Francia. En esos pliegos se ordenaba capturar a todos los templarios y requisar sus bienes. De esta manera, en Francia, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y ciento cuarenta templarios fueron encarcelados.​

Llevada a cabo sin la autorización del papa, que tenía bajo su directa jurisdicción las órdenes militares, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos, pues los templarios habían de ser juzgados con respecto al Derecho canónico y no por la justicia ordinaria. Esta intervención del poder temporal en la esfera de personas aforadas y sometidas por ello a la jurisdicción papal, causó la protesta enérgica de Clemente V, que anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores. No obstante, la acusación había sido admitida y permanecería como base irrevocable en todos los procesos subsiguientes.

Felipe el Hermoso sacó ventaja del «desenmascaramiento», y se hizo otorgar el título de «campeón y defensor de la fe» por la Universidad de París. En los Estados Generales convocados en Tours puso a la opinión pública en contra de los supuestos crímenes de los templarios. Más aún, logró que se confirmaran delante del papa las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el papa, hasta entonces escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso dirigió él mismo. Reservó la causa de la Orden a la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.

Así pues, ese mismo verano Clemente ordenó una persecución de los caballeros allá donde se encontrasen. Ya arrestados todos sus miembros en Francia, fueron sometidos a torturas, mediante las cuales consiguieron que la mayoría de los acusados se declararan culpables de los cargos, inventados o no. Algunos incluso confesaron sin tortura, por miedo a ella. La amenaza fue suficiente. Tal fue el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, que luego admitió haber mentido para salvar la vida. Solo en París, 36 de ellos murieron debido a los suplicios. El 10 de mayo de 1310 fueron quemados otros 54, y 4 más ocho días después. En esos años muchos más morirían en prisión.19​

Esta misma misiva papal de 1308 arribó a varios reinos europeos, incluyendo el Reino de Hungría. Allí, el recientemente coronado Carlos I Roberto de Hungría tenía otros problemas mayores, pues una serie de «reyezuelos» (altos nobles) no reconocían su reinado y estaba en constante guerra contra ellos. En 1314, en el concilio de Zagrab, el rey húngaro y el alto clero decidieron finalmente disolver la provincia templaria húngara. Posteriormente, se procedió a confiscar sus propiedades en Hungría y en la región de Eslavonia (entonces dentro del reino húngaro), que pasaron a manos del rey. Posteriormente, Carlos I las donó a nobles y en su mayoría a la orden Hospitalaria, asunto que se concretó en la década de 1340, pues el rey dejó asentado en uno de sus documentos que entregaba momentáneamente las propiedades templarias (a un noble) mientras se aclaraba la situación y el destino de la orden.​

La comisión papal asignada al examen de la causa de la orden había asumido sus deberes y reunió la documentación que habría de ser sometida al papa y al concilio convocado para decidir sobre el destino final de la orden. La culpabilidad de las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la culpabilidad de la orden. Aunque la defensa de la orden fue deficiente no se pudo probar que ésta, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que practicase una regla secreta, distinta de la oficial. En consecuencia, en el Concilio General de Vienne, en el Delfinado, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la orden. Pero el papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condena, y no por sentencia penal, sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).

El papa reservó para su propio arbitrio la causa del gran maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos habían confesado su culpabilidad y solo quedaba reconciliarlos con la Iglesia una vez que atestiguasen su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para dar más publicidad a esta solemnidad, se erigió una plataforma para la lectura de la sentencia delante de la catedral Notre Dame de París. Pero, en el momento supremo, Molay recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de su confesión, debida esta a las torturas sufridas y a las presiones del rey.

En reparación por este deplorable instante de debilidad, se declaró dispuesto a sacrificar su vida. Fue inmediatamente arrestado como herético reincidente, junto a otro dignatario que eligió compartir su destino, y fue quemado junto a Godofredo de Charnay atados a una estaca frente a las puertas de Notre Dame en l'Ille de France el día de la Candelaria (18 de marzo) de 1314.

Quema de templarios en Francia

En los otros países europeos, las acusaciones no fueron tan severas, y sus miembros fueron absueltos, Pero, a raíz de la disolución de la orden, los templarios se dispersaron. Sus bienes se repartieron entre los diversos estados y la orden de los Hospitalarios.

En la península ibérica pasaron a la corona de Aragón en el este peninsular, a Castilla en el centro y norte, a Portugal en el oeste y a los Hospitalarios. Tanto en Aragón como en Castilla surgieron varias órdenes militares que tomaron el relevo a la disuelta, como la orden de los Frates de Cáceres, Santiago, Montesa, Calatrava o Álcantara, a las que se concedió la custodia de los bienes requisados. En Portugal, el rey Dionisio les restituye en 1317 como Militia Christi o Caballeros de Cristo, asegurando así sus pertenencias (por ejemplo, el castillo de Tomar) en este país. En Polonia, los Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de los Templarios.

Actualmente en los archivos vaticanos se encuentra el pergamino de Chinon, que contiene la absolución del papa Clemente V a los Templarios.​ Aun cuando este documento tiene una gran importancia histórica, pues demuestra la vacilación del papa, nunca fue oficial y aparece fechado con anterioridad a las Bulas Vox in excelso, Ad providam y Considerantes, donde se procedió a la disolución de la Orden y a la distribución de sus bienes. 

Así, según el texto de Vox in excelso: «Nos suprimimos (...) la Orden de los templarios, y su regla, hábito y nombre, mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos enteramente Nos que nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su hábito o presuma de comportarse como un templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión». 

En concreto, el Manuscrito de Chinon está fechado en agosto de 1308. En esas mismas fechas, el papa emite la bula Facians Misericordiam, donde confirma la devolución de la jurisdicción a los inquisidores y emite el documento de acusación a los templarios, con 87 artículos de acusación. Asimismo, emite la bula Regnans in coelis, por la que convoca el Concilio de Vienne. Por tanto, estas dos bulas, que sí fueron promulgadas oficialmente, tienen validez desde el punto de vista canónico, mientras que el documento de Chinon es un mero «borrador» de gran importancia histórica, pero escasa importancia jurídica.

San Roberto de Molesmes

 San Roberto de Molesmes (hacia el 1028 - 1111) abad, fue uno de los fundadores de la Orden del Císter en Francia.

A los 15 años ingresó en la abadía de Montier-la-Celle, de la que llegó a ser el prior. Hacia el año 1068 fue nombrado abad de Saint Michel-de-Tonnerre, pero no fue capaz de reformar dicha abadía, que se había relajado mucho, por lo que regresó a Montier-la-Celle.

Algunos eremitas que vivían en el bosque de Colan, le pidieron que dirigiera un nuevo monasterio. Obtuvo la autorización del Papa Gregorio VII para fundar un monasterio en Molesmes en el año 1075. La construcción consistía inicialmente de unas simples chozas hechas con ramas, que rodeaban una capilla dedicada a la Santísima Trinidad. Esta comunidad se hizo rápidamente conocida por su piedad y santidad. La comunidad creció y comenzó a aumentar su riqueza, lo que atrajo a monjes poco piadosos que dividieron a los hermanos. Roberto quiso alejarse de Molesmes dos veces, pero el papa le ordenó volver.

El año 1098, Roberto y algunos de sus monjes dejaron Molesmes con la intención de no volver jamás y fundaron el monasterio de Cîteaux (Císter). Sin embargo, en 1100 los monjes de Molesmes le pidieron a Roberto que volviera, resolviendo obedecer la Regla de San Benito. Finalmente volvió y dirigió el monasterio, que bajo su tutela llegó a ser uno de los mayores centros de la Orden Benedictina. El monasterio de Cîteaux, bajo la dirección de Alberico fue uno de los lugares de origen de la nueva Orden Cisterciense, que llegaría a ser famosa en el siglo XII con Bernardo de Claraval.

Roberto murió el 17 de abril de 1111. El papa Honorio III le canonizó en 1220. Se le conmemoraba en el aniversario de su muerte, pero más tarde la fiesta se trasladó al 29 de abril, en un intento de unificación de los martirologios romano, benedictino y cisterciense.

Arnaldo de Torroja

 

Arnaldo de Torroja, hermano del arzobispo de Tarragona Guillermo de Torroja, es Gran maestre de las provincias de Aragón y Provenza cuando es elegido a la cabeza de la Orden a finales de 1180, para suceder a Eudes de Saint-Amand, muerto en cautividad en Damasco. En esa época Arnaldo de Torroja tiene más de 58 años de edad, por lo tanto es un hombre curtido en la disciplina y en el funcionamiento de la Orden. Dedicado esencialmente a la Reconquista de España, Arnaldo de Torroja no conoce, o no la conoce bien, la situación política de los Estados Latinos de Oriente.

Su etapa de gobierno está marcada por las querellas que se libran entre Templarios y Hospitalarios, dado que estos últimos no cesan de acrecentar su influencia y su poder político.

Arnaldo de Torroja acepta la mediación del papa Lucio III y de Balduino IV para poner fin a estas luchas fratricidas. En 1184, la situación política degenera todavía más, cuando Reinaldo de Châtillon ayudado por los Templarios y los Hospitalarios, asola por su propia cuenta los territorios musulmanes de Transjordania.

Arnaldo de Torroja dará pruebas de una gran sagacidad política al negociar una tregua con Saladino, el cual está decidido a vengar las incursiones de Renaud de Châtillon.

En 1184, Arnaldo de Torroja y el Gran Maestre de San Juan del Hospital regresan a Europa con el objeto de obtener de los reyes europeos y del papa el envío de una nueva cruzada que refuerce a los Estados Latinos, que se encuentran a merced del creciente poderío militar de Saladino, el unificador del mundo musulmán. Durante este viaje, Arnaldo de Torroja cae enfermo y muere en Verona el 30 de septiembre de 1184; su tumba se halla en la iglesia de San Fermo, descubierta en 2018.

En la cultura popular, Arnaldo de Torroja ha sido de los pocos Grandes Maestres del Temple que ha aparecido en el cine. En 2007 fue interpretado por el actor inglés Steven Waddington en la cinta de Arn: El Caballero Templario.

  Tumba del Mestre esta en la iglesia de San Fermo, Verona.

Cruz Patté o Patada

 La cruz patada o cruz paté, es aquella cruz cuyos brazos se estrechan al llegar al centro y se ensanchan en los extremos. Su nombre proviene de que los brazos de este tipo de cruz parecen patas. Existen muchos tipos de cruces patadas.

La cruz paté se asocia con la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón (en latín: Pauperes Commilitones Christi Templique Salomonici), también llamada la Orden del Temple que en «El 24 de abril de 1147, el papa Eugenio III les concedió el derecho a llevar permanentemente la cruz; cruz sencilla, pero ancorada o paté, que simbolizaba el martirio de Cristo; de color rojo, porque el rojo era el símbolo de la sangre vertida por Cristo, pero también de la vida. La cruz estaba colocada en su manto sobre el hombro izquierdo, encima del corazón.»

Posteriormente, fue utilizada por los caballeros teutónicos (su emblema era una cruz patada negra sobre fondo blanco) y más tarde fue asociada a Prusia y al Imperio alemán de 1871 a 1918. Los militares alemanes continuaron usando esta cruz después de 1918. Una versión de la Cruz de Hierro es empleada actualmente por el ejército alemán como su símbolo y se pinta en aviones y vehículos militares.

En la actualidad existen diversas organizaciones que siguen los ideales de la Orden del Temple las cuales la utilizan como antiguamente a semejanza de esta.

Algunas modernas organizaciones francmasonas utilizan la cruz paté, lo que a veces puede causar confusión, ya que no tienen nada que ver ni por sus ideales ni fines con la Orden del Temple,.

Esta cruz también se coloca delante del nombre de un obispo que emite el imprimatur o en determinados mapas y señala el lugar donde se encuentra una localización cristiana.

La cruz patada es emblemática de la región geográfica del Vexin, en el noroeste de Francia, donde se encuentra en numerosos mojones y cruces de monumentales.

Una versión de la Cruz Patada es usada por Teletón, evento benéfico de ayuda a niños lisiados, en las Teletones de Chile, Perú y Uruguay.

Algunas variantes de las cruces patadas:



Con brazos en forma cóncava, es la forma que posee la cruz de hierro, la cual era usada en su variante de color rojo por los caballeros templarios.



Con pequeña curvatura, llamada también cruz patada afinada o cruz del templo.





Con brazos terminados en curva convexa, llamada cruz patada alisada y redondeada.



sábado, 22 de agosto de 2020

La Espada Templaria

 

La II Cruzada


 La segunda cruzada (1144-1148) fue la segunda gran campaña militar de una serie de campañas denominadas en su conjunto como Las Cruzadas y que, durante el siglo XII , partieron desde Europa occidental (principalmente Francia) hacia Oriente Medio, con el fin de conquistar Tierra Santa y en particular la ciudad de Jerusalén, que se encontraban en manos musulmanas desde el siglo VII.

La Segunda Cruzada fue convocada en 1145 en respuesta a la reconquista del condado de Edesa un año antes. Edesa fue el primero de los estados cruzados fundados durante la Primera Cruzada (1096-1099), pero fue también el primero en caer. La Segunda Cruzada, convocada por el papa Eugenio III, contó con el liderazgo de varios reyes europeos por primera vez, entre los que destacaron Luis VII de Francia y el emperador Conrado III, y con la ayuda de numerosos nobles. Los ejércitos de ambos reyes marcharon por separado a través de Europa y en cierto modo fueron retardados por el emperador bizantino Manuel I Comneno. Después de cruzar el territorio bizantino, ya en Anatolia, ambos ejércitos fueron derrotados, por separado, por los turcos selyúcidas. Luis, Conrado y los restos de sus ejércitos llegaron a Jerusalén y en 1148 participaron en un desacertado ataque sobre Damasco. La cruzada en oriente fue un fracaso para los cruzados y una gran victoria para los musulmanes. En último término, dicho fracaso conduciría al sitio y caída de Jerusalén en 1187 y a la convocatoria de la Tercera Cruzada a finales del siglo XII.

El único éxito se produjo fuera del Mediterráneo en la península ibérica, en donde los cruzados ingleses, escoceses, flamencos, frisones, normandos y algunos alemanes, en su ruta marítima hacia Tierra Santa, se detuvieron en las costas portuguesas y ayudaron a la toma de Lisboa, Almería y Tarragona en 1147.​ Mientras tanto, en Europa oriental, se inició la primera de las cruzadas del norte para convertir al cristianismo a las tribus paganas del Báltico, en un proceso que duraría varios siglos.


Sitio de Edesa

Tras la Primera Cruzada y la Cruzada menor de 1101, se establecieron tres reinos cruzados en oriente: el reino de Jerusalén, el principado de Antioquía y el condado de Edesa. Un cuarto estado, el condado de Trípoli se creó en 1109. Edesa se encontraba en el extremo norte, siendo también el estado más débil y menos poblado; como tal, era objeto de frecuentes ataques de los estados musulmanes vecinos, gobernados por los ortóquidas, danisméndidas, y turcos selyúcidas. El conde Balduino II y el futuro conde Joscelino de Courtenay fueron apresados tras su derrota en la batalla de Harrán en 1104. Balduino y Joscelino volvieron a ser capturados en 1122, y aunque Edesa se recuperó en parte tras la batalla de Azaz en 1125, Joscelino murió en batalla en 1131. Su sucesor Joscelino II se vio forzado a una alianza con el Imperio bizantino, pero en 1143 murieron tanto el emperador Juan II Comneno como el rey de Jerusalén Fulco de Anjou. Joscelino también tuvo sus disputas con el conde de Trípoli y el príncipe de Antioquía, de modo que Edesa se quedó sin aliados poderosos.

Mientras tanto, el selyúcida Zengi, atabeg de Mosul, había conquistado Alepo en 1128. Alepo era la llave de Siria, y se la habían disputado los gobernadores de Mosul y Damasco. Tanto Zengi como el rey Balduino II volvieron entonces su atención hacia Damasco. Balduino sufrió una derrota en el exterior de la ciudad en 1129; pero Damasco, gobernada por la dinastía de los búridas, se aliaría más tarde con el rey Fulco cuando Zengi la asediase en 1139 y 1140; el cronista musulmán Usamah ibn Munqidh negoció dicha alianza.

A finales de 1144, Joscelino II se alió con los Ortóquidas y salió de Edesa con casi todo su ejército para apoyar al príncipe ortóquida Kara Aslan contra Alepo. Zengi, que buscaba beneficiarse de la muerte de Fulco en 1143, se dirigió rápidamente hacia el norte para asediar Edesa, que cayó en sus manos un mes después, el 24 de diciembre de 1144. Manases de Hierges, Felipe de Milly y otros nobles salieron de Jerusalén para prestar su ayuda, pero era ya demasiado tarde. Joscelino II siguió gobernando lo que le quedó del condado desde Turbessel, pero poco a poco, el resto del territorio sería tomado o vendido a los bizantinos. Gracias a esto, Zengi fue ensalzado en todo el mundo islámico como «defensor de la fe» y al-Malik al-Mansur, «el rey victorioso». Sin embargo, no prosiguió sus ataques sobre el territorio restante de Edesa o sobre el principado de Antioquía, como los cristianos temían que hiciese. Los acontecimientos internos de Mosul le obligaron a volver, y de nuevo dirigió su mirada hacia Damasco. Sin embargo, un esclavo lo asesinó en 1146 y le sucedió en Alepo su hijo Nur al-Din.​ Joscelino intentó recuperar Edesa tras el asesinato de Zengi, pero Nur al-Din le derrotó en noviembre de 1146.

Reacción en Occidente

 Quantum praedecessores

El papa Eugenio III convocó la Segunda Cruzada a través de su bula Quantum praedecessores.

Las noticias de la caída de Edesa llegaron a Europa primero a través de los peregrinos que retornaban a comienzos del año 1145 y luego por las embajadas enviadas desde Antioquía, Jerusalén y Armenia. El obispo Hugo de Jabala le transmitió las nuevas al papa Eugenio III que no tardó en emitir la bula Quantum praedecessores el 1 de diciembre del mismo año, por la que convocaba una segunda cruzada. Hugo también le habló de un rey oriental cristiano, que se esperaba que llegase en ayuda de los cruzados: se trata de la primera mención documentada del Preste Juan. Eugenio, que vivía en Viterbo, pues no controlaba Roma, decidió a pesar de todo que la cruzada debía de ser más organizada y centralizada que la Primera. Los predicadores debían contar con la aprobación papal, los ejércitos, estar dirigidos por los reyes más poderosos de Europa y la ruta debía decidirse de antemano.

La respuesta inicial a la bula papal fue pobre, y el hecho es que hubo que hacer una nueva convocatoria cuando se supo que Luis VII de Francia tomaría parte en la expedición. Este había estado valorando también la posibilidad de una nueva cruzada de forma independiente a la del papa y, además, así se lo anunció a su corte aquella Navidad. Es una cuestión debatida si Luis planeaba una cruzada por su cuenta, o si se trataba de un mero peregrinaje con la finalidad de cumplir el juramento que su hermano Felipe había hecho sobre ir a Tierra Santa y que no había podido cumplir por su temprana muerte. Quizá a Luis no le había llegado la bula cuando hizo el anuncio, pero en cualquier caso, ni el abad Suger ni otros nobles se mostraron partidarios de los planes del rey, puesto que le ausentarían del reino durante varios años. Luis consultó entonces a Bernardo de Claraval, que le remitió al papa. En este momento, sin duda, Luis conocía ya la bula papal y Eugenio apoyó con entusiasmo la cruzada de Luis. El 1 de marzo de 1146 se volvió a publicar la bula y Eugenio autorizó a Bernardo la predicación de la misma por toda Francia.

Bernardo de Claraval predica la cruzada

En un comienzo, apenas hubo entusiasmo popular por la cruzada, como sí que había ocurrido en 1095 y 1096. Sin embargo, el papa encargó a Bernardo, uno de los hombres más famosos y respetados de la Cristiandad, que predicase la cruzada, y le garantizó las mismas indulgencias que Urbano II había concedido durante la Primera Cruzada.

​ Bernardo decidió hacer hincapié sobre el hecho de que tomar la cruz era un medio para lograr la absolución de los pecados y alcanzar la gracia. El 31 de marzo, en presencia del rey Luis, predicó ante una gran multitud en el campo junto a Vézelay. Bernardo, el «doctor melifluo», ejerció el poder de su oratoria y sus oyentes se alzaron al grito de «¡cruces, dadnos cruces!» y agotaron las telas haciendo cruces, e incluso se dice que el propio Bernardo entregó sus vestiduras externas con este fin. A diferencia de la Primera Cruzada, la nueva aventura atrajo también a miembros de la realeza, como Leonor de Aquitania, entonces reina de Francia; Teodorico de Alsacia, conde de Flandes; Enrique, el futuro conde de Champaña; el hermano de Luis, Roberto I de Dreux; Alfonso I de Toulouse; Guillermo II de Nevers; Guillermo de Warenne, tercer conde de Surrey; Hugo VII de Lusignan; así como a otros muchos nobles y obispos. Luis VII y su esposa Leonor, junto con los príncipes y aristócratas presentes en la asamblea se postraron a los pies de Bernardo para recibir la cruz de peregrinos.

Pero fue la gente común la que dio muestras de mayor entusiasmo. El papa nombró santo a Bernardo por sus méritos enardeciendo a la gente y enviándolos a combatir a los musulmanes para recuperar Tierra Santa. San Bernardo escribió al papa pocos días después: «Abrí la boca, hablé, e inmediatamente los cruzados se multiplicaron hasta el infinito. Las aldeas y villas están vacías; apenas hay un hombre por cada siete mujeres. Por todas partes se ven viudas, cuyos maridos aún viven».

Bernardo predicó también en Alemania y las crónicas recogen los supuestos milagros que protagonizó y que sirvieron para multiplicar el número de peregrinos adheridos a la Cruzada. Mientras estaba en Alemania, Bernardo predicó a Conrado III en noviembre de 1146, pero como Conrado no parecía interesado en participar personalmente, Bernardo pasó a Alemania meridional y Suiza para seguir sus prédicas. Sin embargo, en su viaje de vuelta, en diciembre, se detuvo en Espira, donde en presencia de Conrado pronunció un emocionado sermón en el que representó la figura del propio Cristo, preguntándole qué más podía hacer por el emperador: «Hombre», le dijo, «¿qué más debo hacer por ti que aún no haya hecho?» Conrado ya no se pudo resistir y se unió a la cruzada con muchos de sus nobles vasallos, entre ellos, Federico, duque de Suabia. También, al igual que meses antes en Vézelay, mucha gente común tomó la cruz en Alemania. Tanto Conrado III como su sobrino, el futuro emperador Federico I Barbarroja, recibieron la cruz de manos de Bernardo.​ Por su parte, el papa Eugenio se trasladó a Francia para seguir impulsando el número de adhesiones.

Se decidió que los cruzados partirían un año después y que, mientras tanto, se llevarían a cabo los preparativos y se trazaría la ruta hasta Tierra Santa. Luis y Eugenio contaron con el apoyo de aquellos príncipes cuyas tierras tendrían que cruzar: Geza de Hungría, Roger II de Sicilia y el emperador bizantino Manuel I Comneno, aunque este último pidió que los cruzados le jurasen fidelidad, lo mismo que había pedido su abuelo Alejo I Comneno.

Mientras tanto, Bernardo siguió predicando en Borgoña, Lorena y Flandes. Al igual que ocurrió en la Primera Cruzada, la predicación de la cruzada y la idea de guerra santa contra los no cristianos condujo a ataques mortales contra las comunidades judías, en uno de los cuales casi pierde la vida uno de los más importantes talmudistas de su generación, Rabeinu Tam.​ Un fanático monje alemán llamado Rudolf, perteneciente a la orden cisterciense, al parecer incitó a la matanza de judíos en Renania, Colonia, Maguncia, Worms y Espira, pues les acusaba de no querer contribuir con dinero al rescate de Tierra Santa. San Bernardo y los arzobispos de Colonia y Maguncia se opusieron firmemente a dichas persecuciones e incluso Bernardo viajó desde Flandes a Alemania para intentar acabar con el problema y, en gran medida, logró que gran parte de la audiencia de Rudolf le siguiese a él. Luego, se encontró con Rudolf en Maguncia y pudo silenciarle y mandarlo de vuelta a su monasterio.​

El papa también autorizó la cruzada en España, aunque hacía ya mucho tiempo que en ese territorio se mantenían en marcha guerras contra los musulmanes. Concedió a Alfonso VII de Castilla la misma indulgencia que había otorgado a los cruzados franceses e, igual que hizo el papa Urbano II en 1095, urgió a los españoles a luchar en su propio territorio en lugar de unirse a las cruzadas de oriente. Autorizó a Marsella, Pisa y Génova, así como a otras ciudades, a luchar en España también, pero en general mandó a los italianos a las cruzadas de oriente, como le pidió a Amadeo III de Saboya. Eugenio no quería que Conrado participase, pues temía que así reforzase el poder imperial en sus reivindicaciones sobre el Papado, pero en cualquier caso no le prohibió marchar.


Preparativos

El 16 de febrero de 1147, los cruzados franceses se reunieron en Étampes para discutir su itinerario. Los alemanes habían decidido ya viajar por tierra, a través de Hungría, puesto que, como Roger II era enemigo de Conrado, la ruta marítima resultaba políticamente poco viable. Muchos de los nobles franceses desconfiaban de la ruta terrestre, que les llevaría a través del Imperio Bizantino, cuya reputación todavía se resentía por los relatos de los primeros cruzados. No obstante, decidieron seguir a Conrado y se pusieron en camino el 15 de junio. Roger II se sintió ofendido y rehusó continuar participando. El abad Suger y el conde Guillermo de Nevers fueron elegidos como regentes mientras el rey de Francia permaneciera en la cruzada.

En Alemania Adam de Ebrach continuó predicando y Otto de Freising tomó también la cruz. El 13 de marzo, en Fráncfort, el hijo de Conrado, Federico, fue elegido rey, bajo la regencia de Enrique, arzobispo de Mainz. Los alemanes planeaban partir en mayo y reunirse con los franceses en Constantinopla. Por entonces, otros príncipes alemanes extendieron la idea de cruzada a las tribus eslavas del nordeste del Sacro Imperio Romano Germánico, y fueron autorizados por Bernardo para emprender una cruzada contra ellas. El 13 de abril, Eugenio confirmó esta cruzada, comparándola a las realizadas en España y Palestina. Así, en 1147 nacieron las cruzadas bálticas.

La cruzada en España y Portugal

Alfonso I de Portugal

A mediados de mayo salieron de Inglaterra los primeros contingentes, compuestos de cruzados flamencos, frisios, normandos, ingleses, escoceses y algunos alemanes. Ningún rey ni príncipe dirigía a estas tropas; Inglaterra estaba por entonces dominada por la anarquía. Hicieron escala en las costas gallegas, peregrinando a Santiago de Compostela en donde celebraron la fiesta de Pentecostés (8 de junio). Llegaron a Oporto el 26 de junio. Allí, el obispo les convenció para que continuasen hasta Lisboa, a donde había llegado ya el rey Alfonso I, informado de la llegada de una flota cruzada a su reino. Dado que la cruzada en España y Portugal había sido sancionada por el papa, los cruzados aceptaron combatir a los musulmanes en la península. El sitio de Lisboa comenzó el 1 de julio y se prolongó hasta el 24 de octubre, cuando la ciudad cayó en poder de los cruzados, quienes la saquearon a fondo antes de cedérsela al rey de Portugal. Casi al mismo tiempo, los ejércitos españoles comandados por Alfonso VII de Castilla y Ramón Berenguer IV de Barcelona, entre otros, conquistaron Almería y Tarragona, con ayuda del mismo ejército cruzado.

​ Algunos de los cruzados se asentaron en las recién conquistadas ciudades, y Gilbert de Hastings fue elegido obispo en Lisboa, aunque la mayoría de la flota continuó su viaje hacia el este en febrero de 1148. Poco después, en 1148 y 1149, las tropas castellanas y aragonesas reconquistaron también Tortosa, Fraga y Lérida.


Partida de los cruzados alemanes

Los cruzados alemanes, franconios, bávaros y suabos, partieron por tierra, también en mayo de 1147. Ottokar III de Estiria se unió a Conrado en Viena y el enemigo de Conrado, Geza II de Hungría, les permitió finalmente atravesar su reino sin causarles daño. Cuando el ejército llegó a territorio bizantino, el emperador Manuel I temió que fuesen a atacarle y destacó tropas para asegurar que no se produjeran disturbios. Hubo una breve escaramuza con algunos de los más indisciplinados alemanes cerca de Filipópolis y en Adrianópolis, donde el general bizantino Prosouch se enfrentó al sobrino de Conrado, el futuro emperador Federico I. Para empeorar las cosas, varios soldados alemanes murieron en una inundación a comienzos de septiembre. El 10 de septiembre, sin embargo, los alemanes llegaron a Constantinopla, donde el emperador les acogió con bastante frialdad y les convenció para que cruzasen a Asia Menor tan pronto como fuera posible. Manuel quería que Conrado dejase en Constantinopla parte de su ejército, para que le ayudase a defenderse de los ataques de Roger II, quien había aprovechado la oportunidad para saquear las ciudades de Grecia. Conrado, a pesar de ser enemigo de Roger, no aceptó la propuesta del emperador.


El emperador Federico I, duque de Suabia durante la Segunda Cruzada

En Asia Menor, Conrado decidió no esperar a los franceses y marchó contra Iconio, capital del selyúcida sultanato de Rüm. Dividió su ejército en dos divisiones, de las cuales la primera fue destruida por los selyúcidas el 25 de octubre de 1147 en la segunda batalla de Dorileo (Dorylaeum). Los turcos utilizaron su táctica habitual de fingir una retirada y volver a atacar a la pequeña fuerza de caballería alemana que se había separado del ejército principal para perseguirles. Conrado comenzó una lenta retirada de regreso a Constantinopla, y su ejército fue diariamente hostigado por los turcos, que atacaron a los rezagados y vencieron a la retaguardia. El propio Conrado fue herido en una escaramuza con ellos, siendo atendido de sus lesiones por el propio emperador bizantino Manuel. La otra división del ejército, comandada por Otto de Freising, se dirigió hacia la costa mediterránea y fue igualmente masacrada a comienzos de 1148.

Partida de los cruzados franceses

Los cruzados franceses partieron de Metz en junio, liderados por Luis, Teodorico de Alsacia, Renaut I de Bar, Amadeo III de Saboya, Guillermo VII de Auvernia, Guillermo V de Montferrato y otros, junto con ejércitos de Lorena, Bretaña, Borgoña y Aquitania. Una parte del ejército, procedente de Provenza, bajo el mando de Alfonso de Toulouse, decidió esperar hasta agosto y seguir por mar. En Worms, Luis se unió a los cruzados de Normandía e Inglaterra. Siguieron la ruta de Conrado en paz, aunque Luis tuvo un problema con Geza de Hungría, cuando este descubrió que Luis había permitido que se le uniese una persona que había intentado usurpar el trono húngaro.

Las relaciones ya dentro del territorio bizantino no fueron muy buenas y los loreneses, que iban en vanguardia del resto de los franceses, también tuvieron problemas con los alemanes, más lentos. Desde las negociaciones originales entre Luis y Manuel, este último había detenido las hostilidades con el Sultanato de Rüm, se había aliado con su sultán Mas'ud, sin embargo, las relaciones de Manuel con el ejército francés fueron algo mejores que con los alemanes y Luis fue recibido espléndidamente en Constantinopla. Algunos franceses se escandalizaron de la alianza de Manuel con los selyúcidas y exigieron un ataque contra Constantinopla, pero fueron refrenados por los legados papales.

Cuando las tropas de Saboya, Auvernia y Monferrato se unieron a las de Luis en Constantinopla (después de llegar por la ruta italiana y cruzar desde Brindisi a Dirraquio), el ejército al completo fue trasladado a través del Bósforo hasta Asia Menor. Se vieron reconfortados por los rumores que decían que los alemanes habían tomado Iconio, pero Manuel rechazó conceder a Luis tropas bizantinas e hizo jurar a los franceses que devolverían al Imperio cualquier territorio que reconquistasen. Tanto alemanes como franceses entraron en Asia sin ayuda alguna por parte de los bizantinos, a diferencia de los ejércitos de la Primera Cruzada.

Los franceses se encontraron con los restos del ejército de Conrado en Nicea y el propio Conrado se unió a las fuerzas de Luis. Siguieron la ruta de Otto de Freising por la costa mediterránea y llegaron a Éfeso en diciembre, donde se enteraron de que los turcos se preparaban para atacarles. Manuel les envió embajadores, quejándose de los saqueos de las tropas de Luis por el camino y quedaba claro que no había garantía alguna de que los bizantinos les ayudarían en caso de ataque turco. Mientras tanto Conrado enfermó y tuvo que volver a Constantinopla, donde el propio Manuel le atendió personalmente; pero Luis, sin prestar atención a las amenazas de un ataque turco, partió de Éfeso.

Los turcos estaban realmente esperando para atacarles, pero en una pequeña batalla a las afueras de Éfeso, vencieron los franceses. Llegaron a Laodicea a principios de enero de 1148, pocos días después de que el ejército de Otto de Freising hubiese sido destruido en la zona. Al reanudar la marcha, la vanguardia bajo el mando de Amadeo de Saboya se separó del resto, mientras que las tropas de Luis fueron desviadas por los turcos. El propio Luis, según Odón de Deuil, trepó a un árbol y los turcos no se dieron cuenta de su presencia o no le reconocieron. Los turcos no se molestaron en seguir atacando y los franceses continuaron hasta Adalia, aunque bajo la constante presión turca, que quemaba la tierra para evitar que los franceses pudiesen alimentarse de la misma. 

Luis quiso continuar por tierra y se decidió reunir una flota en Adalia que les llevase a Antioquía. Tras un retraso de un mes debido a las tormentas, la mayoría de los barcos prometidos ni siquiera llegó. Luis y los que iban con él embarcaron, dejando al resto del ejército que continuase la larga marcha hasta Antioquía por tierra. Casi todo el ejército pereció, ya fuese a manos de los turcos o por distintas enfermedades.

La marcha hasta Jerusalén

Luis llegó a Antioquía el 19 de marzo, después de sufrir una tormenta; Amadeo de Saboya había muerto en el camino en Chipre. Luis fue recibido por el tío de Leonor Raimundo de Poitiers. Este esperaba que Luis le ayudaría a defenderse de los turcos y que le acompañaría en un ataque contra Alepo, pero Luis tenía otros planes, pues prefería dirigirse primero a Jerusalén para cumplir su peregrinaje, más que centrarse en el aspecto militar de la cruzada. Leonor disfrutó de su estancia, pero su tío quería que ella se quedase con él e, incluso, que se divorciase de Luis si este no aceptaba ayudarle. Luis dejó rápidamente Antioquía camino de Trípoli. Mientras, Otto de Freising y el resto de sus tropas llegaron a Jerusalén a primeros de abril y Conrado lo hizo poco después. El patriarca Fulco de Jerusalén viajó para invitar a Luis a que se reuniese con ellos. La flota que se había detenido en Lisboa llegó también en estas fechas, al igual que los provenzales de Alfonso de Toulouse, aunque este último había muerto en el camino hacia Jerusalén, según los indicios, envenenado por Raimundo II de Trípoli, su sobrino que temía las pretensiones políticas de su tío sobre el condado.

El consejo de Acre

En Jerusalén el objetivo de la cruzada se dirigió rápidamente hacia Damasco, el blanco deseado del rey Balduino III de Jerusalén y de los caballeros templarios. A Conrado ya se le había convencido de la necesidad de participar en esta expedición. Cuando llegó Luis, la Haute Cour se reunió en Acre el 24 de junio. Fue la reunión más espectacular de la Cour en toda su historia: Conrado, Otón, Enrique II de Austria, el futuro emperador Federico I Barbarroja (entonces duque de Suabia) y Guillermo III de Montferrato representaban al Sacro Imperio; Luis, el hijo de Alfonso, Bertrand, Teodorico de Alsacia y otros señores eclesiásticos y seculares representaban a Francia y, por parte de Jerusalén, estaban el rey Balduino, la reina Melisenda, el patriarca Fulco, Robert de Craon (gran maestre del Temple), Raimundo del Puy de Provence (gran maestre de los caballeros hospitalarios), Manasses de Hierges (condestable de Jerusalén), Hunifrido II de Torón, Felipe de Milly y Barisán de Ibelín. Sorprendentemente, no asistió nadie de Antioquía, Trípoli, o del antiguo condado de Edesa. Algunos franceses consideraron que así habían llevado a cabo su peregrinaje y querían volver a casa; algunos barones del reino señalaron que no sería acertado atacar Damasco, su aliado contra los zéngidas. Pero Conrado, Luis y Balduino insistieron y en julio se reunió un ejército en Tiberíades.


Sitio de Damasco

Véase también: Asedio de Damasco (1148)

Los cruzados decidieron atacar Damasco desde el oeste, donde las huertas les facilitaban un constante aprovisionamiento de víveres. Llegaron el 23 de julio, con el ejército de Jerusalén en vanguardia, seguido por Luis y, a continuación, Conrado, en la retaguardia. Los musulmanes estaban preparados para el ataque y hostigaron constantemente al ejército, avanzando por las huertas. Los cruzados consiguieron abrirse camino y expulsar a los defensores al otro lado del río Barada y a Damasco; llegados al pie de las murallas, emprendieron inmediatamente el asedio de la ciudad. Damasco había pedido ayuda a Saif ad-Din Ghazi I de Alepo y Nur ad-Din de Mosul y el visir Mu'in ad-Din Unur dirigió un fallido ataque contra los cruzados. Había conflictos en ambos bandos: Unur sospechaba que si Saif ad-Din y Nur ad-Din ofrecían su ayuda era porque querían apoderarse de la ciudad; por su parte, los cruzados no podían ponerse de acuerdo sobre a quién le correspondería la ciudad en caso de que la conquistaran. El 27 de julio, los cruzados decidieron trasladarse al lado este de la ciudad, cuyas defensas eran más débiles, pero era menos rico en comida y agua. Por entonces Nur ad-Din ya había llegado y les fue imposible regresar a su posición anterior. Primero Conrado, y luego el resto de los cruzados, decidieron levantar el sitio y regresar a Jerusalén.

Consecuencias

Todos los bandos se sintieron traicionados por los otros. Se trazó un nuevo plan para conquistar Ascalón y Conrado llevó allí sus tropas, pero no llegaron más refuerzos, debido a la desconfianza nacida entre los cruzados durante el fallido asedio de Damasco. Se abandonó la idea de la expedición a Ascalón y Conrado regresó a Constantinopla para renovar su alianza con Manuel, mientras que Luis permaneció en Jerusalén hasta 1149. 

En Europa, Bernardo de Claraval se sentía humillado y, cuando fracasó su intento de promover una nueva cruzada, intentó distanciarse del fiasco que había supuesto la Segunda Cruzada. Murió en 1153.


El asedio de Damasco tuvo consecuencias desastrosas a largo plazo: Damasco no volvió a confiar en el reino cruzado, y la ciudad fue entregada a Nur ad-Din en 1154. Balduino III finalmente sitió Ascalón en 1153, lo que atrajo a Egipto al ámbito del conflicto. Jerusalén fue capaz de hacer algunas conquistas más en territorio egipcio, ocupando brevemente El Cairo en la década de 1160. Sin embargo, las relaciones con el Imperio Bizantino eran, como poco, delicadas, y la ayuda de Occidente se hizo escasa después del desastre de la Segunda Cruzada. En 1171, Saladino, sobrino de uno de los generales de Nur ad-Din, fue proclamado sultán de Egipto y logró unir bajo su mando Egipto y Siria, rodeando por completo al reino cruzado. En 1187 Jerusalén cayó en su poder y Saladino se dirigió al norte, donde se apoderó de todo el territorio de los estados cruzados, a excepción de sus capitales, lo cual motivaría el nacimiento de la Tercera Cruzada.