lunes, 27 de septiembre de 2021

El fatigoso trabajo en los scriptorium medievales



Si partimos de la base de que al scriptorium llegan las piezas de pergamino preparadas para recibir la escritura, pero aún del tamaño del animal que la produjo, la primera labor, que realizarían monjes expertos, sería cortar la pieza con el objeto de obtener de ella una superficie rectangular que, como mínimo , proporcionaría un bifolio, al plegarla en dos según un eje que, si se pretende obtener un libro de calidad , ha de coincidir con la espina dorsal del animal, lográndose de esta manera evitar curvaturas naturales de la piel en sentido opuesto a la forma del libro ; o, mediante plegado múltiple, obtener un binión, ternión, cuaternión u otro tipo de cuadernillo , según el tamaño de la piel y asimismo el tamaño que se le pretenda dar al libro.
Muy pronto este plegado va a realizarse según una regla que enfrentaba en el momento de tener entre las manos un libro abierto , dos páginas de igual tonalidad, ya que el pergamino presentaba coloración diferente en sus dos caras más oscura, amarillenta, en la parte correspondiente al pelo del animal, y más clara, blanquecina, en la parte correspondiente a la carne. Evitar- base de esta manera el mal efecto que ofrecía a la vista del lector una superficie bicolor.
 
Una vez cortado el pergamino de modo que permitiera la constitución de los cuadernillos, en el propio scriptorium se procedía, en caso de ser necesario, a una preparación más cuidada del mismo, mediante pulido con piedra pómez, o suavizándolo con una mezcla de yeso fino y cera; o, en casos extraordinarios, para códices de gran lujo, tiñendo el pergamino de púrpura o negro.
 
Ya lista definitivamente la materia sustentante, un segundo paso lo configura el pautado. Bien el propio escriba, bien otro de los monjes adscrito al scriptorium, procedía, con ayuda de punzones o compás de puntas, regla, estilo y mina de plomo, o pluma y tinta, a trazar la justificación, es decir los límites entre los que debía desarrollarse la escritura, límites que, en su versión más sencilla, vendrían determinados por un rectángulo que delimitaría en la hoja un espacio central, bordeado por cuatro márgenes. 
 
En ese espacio central, un segundo pautado serviría para trazar las líneas o renglones sobre los que se ejecutará la escritura. El pautado se hace más complejo cuando la distribución del texto sobre la página no se hace de forma unitaria y a renglón seguido, sino que se pretende distribuirlo en dos o más columnas, con lo cual las líneas verticales de la justificación se multiplican para delimitar claramente el espacio dedicado a la escritura y los intercolumnios; o posteriormente cuando, en el caso de tener que reproducir un texto comentado, se pauta un espacio central con renglones más separados, que permitan una escritura de mayor módulo, para el texto original y, en torno al mismo, se pautan los cuatro márgenes con menor separación entre los renglones, para en ellos, con letra de menor módulo, reproducir las glosas de los comentaristas.
 
El pautado suele dejar como huella en los manuscritos los pinchazos de guía, punto de partida y fin o trayectoria de las líneas maestras de la justificación y de los renglones. Deja igualmente marcadas las líneas directrices de ambos, tanto si se trazan a punta seca, imprimiendo sobre el pergamino una recta con el estilo, que marcará en el mismo una huella cóncava o convexa, la primera en la cara del pergamino que recibe la presión, y la segunda en la cara opuesta, como si se traza con mina de plomo o tinta, que marcarán en color las líneas directrices . Es posible, asimismo , la existencia de un doble pautado, primero a punta seca y sobre él a mina o a tinta.
 
Sobre el pergamino ya pautado , se procedía a la copia del texto, labor que para cada obra podía ser realizada por un solo escriba o por varios, y en este último caso , debido a una división de trabajos, bien fragmentando el texto entre varios copistas, bien diversificando las tareas entre escriba y rubricator, bien por la imprescindible sucesión de copistas en el trabajo por fallecimiento o ausencia de los precedentes, tal y como se explicita en el siguiente colofón:
 
"Huic lecto libro tres insudasse videbis et cuiusque manum scrutando notare volebis. Eius principium sulcavit cura Iohannis Brocensis, monachus, qui primus crevit ab annis. Sorsque sequens cessit tibi, Cellense Rainere; nec permissus es hic dum perficeres remanere . His succedente lacobo , scriptore retente. Esi liber espletus. Sit scriptor in ethere .etus."
 
En los scriptoria el trabajo se realizaba de forma colectiva , bajo la dirección de un «jefe de taller », que en muchos de los casos coincidía en la persona del bibliotecario . El distribuía el trabajo, asignando a cada monje el libro o el cuaderno a copiar y , muy probablemente, determinaba el tipo de escritura a practicar en la transcripción del mismo, porque si bien, por lo general, en cada scriptorium se practicaba básicamente un determinado tipo de escritura libraria, inserta primero en el ciclo de las denominadas precarolinas, luego dentro de la carolina , en ellas se podían utilizar subtipos canonizados o usuales e incluso transcribir textos completos utilizando escrituras ya caligrafizadas, pertenecientes al ciclo de las escrituras tardorromanas , como es el caso de la escritura uncial y de la semiuncial , practicadas en scriptoria franceses, italianos o insulares. 
 
Todo ello hace suponer que el responsable del scriptorium asignaría el trabajo de copia teniendo en cuenta la eficiencia de cada uno de sus monjes y su formación gráfica.
En el caso de que la asignación del trabajo se hiciese de manera compartida de modo que en la copia de una obra laborasen das o más manos simultáneamente, el tipo de escritura elegido suele ser el de uso común en el monasterio, dominado por todos sus escribas , y el cambio de mano procuraba hacerse en el vuelto de un folio, para evitar una vez más, como en el caso de la coloración del pergamino , una confrontación entre dos hojas escritas por manos difrerentes.
 
El monje scriptor trabajaba a dictado o copiando directamente de la obra modelo. 
 
Ambas modalidades han sido utilizadas indistintamente y se han reflejado en los diferentes tipos de errores de copia a que dan lugar.
Pero de cualquier forma que se efectúe la copia, el trabajo del monje escriba era largo y dificultoso, pues «aunque la pluma sea sostenida sólo por tres dedos, es todo el cuerpo el que trabaja», como reza el colofón de un manuscrito de Corbie-
 
 El trabajo sólo se ve interrumpido por la oración y por el obligado descanso nocturno y de las festividades religiosas. El resto del tiempo el escriba trabaja de sol a sol; cada hora de luz, es una hora de trabajo, a veces prolongado, en caso de urgencia, bajo la luz de velas o candiles. Es un trabajo duro, hecho propter amorem Dei, calladamente y con humildad, aunque en algunas ocasiones, las menos, el autor haya dejado su nombre y en otras su retrato, caso este último de Eadwin, amanuense de la iglesia de Cristo de Canterbury, que, no contento con legarnos su efigie reproducida en actitud de escribir, la hace bordear por una inscripción en la que, en un diálogo mantenido entre él y la escritura, se proclama príncipe de los escritores:
 
" Scriptor: Scriptorum princeps ego, nec obitura deinceps laus mea nec fama, quis sim niea littera clama.
Littera: Te tua scriptura quem signa picta figura praedicat Eaodwinum fama per secula vivum, ingenium cuius libri decus indicat huius, quem tum seque datum munus Deus accipe gratum."
 
De todos modos, la dureza del trabajo hace que en diversos colofones, de distantes procedencias, también se compare la labor del escriba a una ardua singladura marítima:
 
Nam quam suavis est navigantibus portuni extremum ita et scriptori nobissimus versus: explicit Deo gratias semper amen".
 
Es, además, el escriba quien marca el camino a las siguientes manos que han de completar el libro.
 
En primer lugar, deja libres los espacios que han de ser ocupados por las rúbricas que preceden a los distintos libros, capítulos o apartados en que se articula una determinada obra. Estos párrafos, escritos en tinta roja, son en ocasiones ejecutados por la misma mano que trabaja en el cuerpo de escritura del texto, en otras por una segunda mano. Pero aún en el primer caso, se ha podido apreciar que la escritura con las dos tintas diferentes no es simultánea, sino que las rúbricas se ejecutan con posterioridad, ya que, en algunas ocasiones, el espacio dejado para la rúbrica no ha sido suficiente y el escriba se ha visto obligado a comprimir la escritura, e incluso a realizar nexos con algunas de las formas alfabéticas para ajustarlas al espacio existente.
 
Aparte de las rúbricas y con una mayor carga decorativa se realizan el incipit y el explicito colofón, siendo el primero lugar para que el rubricator o, en ocasiones, el miniator del manuscrito ejerciten el trazado de alfabetos caligráficos, tomados las más de las veces de los modelos de escritura epigráfica al uso en el momento y enriquecidos con la utilización de tintas de diversos colores, mientras que en el último se incluye ocasionalmente el lugar, fecha y actor material de la obra, siendo asimismo la localización preferida por éstos para poner de manifiesto la laboriosidad de su trabajo o, incluso, para dar rienda suelta a su imaginación, proponiendo al lector enigmas que le lleven a descubrir de manera indirecta su identidad: 
 
"Scriptoris si forte velis dinoscere nomen, apicibus iunctis per cyclos invenies rem."
 
Escribe en el colofón de unas de sus obras, pertenecientes a la abadía de Belval, el monje Hugo, el año 1157, situando en los cuatro ángulos de la justificación las letras H V G 0 .`
 
Ha de dejar asimismo dispuestos el escriba los espacios que van a ocupar las iniciales decoradas y la iluminación en general del manuscrito, preparación que no se concluye con la mera delimitación del espacio a ocupar por la decoración, sino que, con el fin de orientar al miniator indicará, mediante el trazado en pequeñas cursivas, la letra a dibujar en el hueco correspondiente, es decir trazará las denominadas lettres d'attente por los codicólogos franco-belgas, e incluso en el espacio mayor que ha de ocupar una miniatura historiada, puede indicar, mediante una breve frase, el tema a pintar: Hic Crux. 
 
Una última labor del copista se relaciona con la encuadernación del manuscrito. Realizado en cuadernos sueltos, la ordenación de los mismos para reunirlos en un único libro sería tarea laboriosa, que presupondría un conocimiento profundo, por parte del encuadernador, de la materia contenida en el libro, si no fuera porque el copista escribe en el vuelto de la última hoja de cada cuadernillo, bien en el centro, bien en el ángulo inferior derecho del margen inferior de la misma, la primera palabra del texto contenido en el cuadernillo siguiente; es el denominado reclamo o custodia, que permite la correcta ordenación de los cuadernos con un mínimo esfuerzo.
 
Concluida la labor de copia , que el monje ha realizado página a página, ordenadamente , o bien sobre la piel desplegada , antes de formar el cuadernillo que haría necesario cortarla en el filo de alguno de los pliegues , siguiendo el sistema de imposición adoptado posteriormente por la imprenta , se procede a la corrección de la copia , trabajo que efectúa el propio escriba u otra persona, preferentemente el responsable del scriptorium . Con ella se salvan los errores cometidos por el copista , raspando la palabra o frase errónea y escribiendo en su lugar la correcta ; o eliminando por subpuntuación , para evitar un antiestético hueco, la palabra o palabras duplicadas ; o interlineando la palabra omitida, si es breve; o situando la corrección en uno de los márgenes de la página, si el texto omitido es de tal envergadura que no resulta factible interlinearlo , o exige una explicación que aclare el sentido del mismo, siendo preciso en este caso el empleo de signos de llamada de aviso, que se sitúan en el lugar del error y al margen, precediendo la nota correctora o aclaratoria. 
 
Estableciendo el texto definitivamente , pasa el manuscrito a manos del rubricator y del miniator. Este último es, con relativa frecuencia, un lego y así nos lo representan las miniaturas . Su labor es muy compleja , en el caso de encomendársele iluminaciones a más de un color, ya que , tras perfilar el diseño del dibujo a realizar , ha de ir utilizando ordenadamente cada uno de los colores hasta ver completa su obra; y hay que tener en cuenta las pequeñas superficies sobre las que generalmente ha de desarrollar su labor, y que su trabajo se complica más aún cuando uno de los elementos a utilizar en la iluminación es el oro.
Y en este momento ya está el manuscrito dispuesto para la última de las labores: la encuadernación.
 
El códice Vigilano o Albeldense
 
Obra capital del escritorio albeldense y de la miniatura riojana es este códice, llamado Vigilano por el nombre de su principal autor Vigila . 
 
Contiene las actas de los concilios nacionales, de muchos generales y particulares de otras naciones, decretales pontificias, el Fuero Juzgo, el calendario mozárabe, tratados de cronología y aritmética... Era ésta una empresa realmente ardua cuya dificultad no escapaba al propio Vigila quien al comienzo del libro nos confía sus vacilaciones y temores al considerar la envergadura de la tarea que se le confiaba, y que al final emprende en nombre de Cristo y lleva hasta el fin.
 
En las páginas finales del códice se hace mención en verso y se retratan Vigila acompañado de sus principales colaboradores, Sarracino a quien llama compañero (socius) y García, discípulo (discipulus), así como los reyes de Pamplona en cuyo tiempo fue redactada la obra, constando igualmente el nombre del monasterio en el que se realizó San Martín de Albelda y la fecha en que se terminó: 976.
 
Inicial con entrelazados realizada por Vigila. Algunos de los adornos que la enriquecen, en la parte media de la letra,evocan ciertos signos de la escritura solemne y semisolemne de Vigila.
La ilustración de este códice es de extraordinaria riqueza, equiparable únicamente entre los de su época, a la de la serie de los Beatos, tanto por el número de folios miniados, algunos a página entera, como por la calidad de las miniaturas 50. Sin embargo los autores que han tratado de la miniatura española altomedieval, quizá deslumbrados por la originalidad de aquéllos, se han limitado a citarlo, señalando su lugar de origen, fecha en que se terminó, artistas que intervinieron en su ejecución, y añaden todo lo más una breve relación de las miniaturas más importantes describiendo someramente su estilo 51. Además mientras los primeros cuentan con varios estudios monográficos de conjunto y sobre alguno de ellos en particular, no existe, en cambio, ninguna monografía sobre este códice