lunes, 28 de marzo de 2022

La Recoquista: El Reino de León


En 912, tras la muerte de Alfonso III el Magno, el reino de Asturias, que fue cuando éste reino alcanzo su mayor extensión,  se dividió y quedó repartido entre sus hijos de la siguiente forma:

  • García I recibió León, Álava y Castilla, fundando de hecho el reino de León.
  • Ordoño II recibió Galicia
  • Fruela II recibió Asturias

Al morir García I en 914 sin descendientes, Ordoño II se trasladó a León donde fue aclamado rey, trasladando definitivamente la capital de Oviedo a León. Con lo que se creará un nuevo reino, el de León, que aglutinará al asturiano, ya que Fruela II permaneció en Asturias, pero reconociendo la primacía del reino leonés.

Batalla de Castromoros o de San Esteban de Gormaz (917)

Ordoño II, rey del León, el verano siguiente de su coronación (915) inició su primera expedición militar contra los invasores musulmanes, llegando hasta tierras de Mérida. Al año siguiente repitió con igual éxito la campaña, con cuyo botín, y en agradecimiento a la Santa Madre de Dios, mandó construir la catedral de León.

En el 917 el emir cordobés, Abderramán III organizó gran ejército para atacar a los cristianos leoneses en represalia por sus ataques de los años anteriores a Mérida. La inmensa hueste mahometana salió de Córdoba el 2 de agosto y llegó a la ribera del Duero el 11 o el 2 de septiembre, sembrando la muerte y el saqueo.

Se dirigieron a tomar San Esteban de Gormaz, denominada en aquella época Castromoros, su objetivo era destruir esta plaza y aniquilar los puntos neurológicos de la repoblación cristiana. Los musulmanes establecieron su campamento junto a la localidad para iniciar el asedio. Entonces aparecieron de improviso el rey Ordoño II y sus hombres, que cayeron como un lobo sobre un indefenso rebaño. La batalla es uno de los hitos de la historia medieval española. Según las crónicas cristianas, “los leoneses causaron tanta muerte entre sus enemigos que el número de sus cadáveres excedía del cómputo de los astros, pues desde la orilla del Duero hasta el castillo de Atienza y Paracuellos, todo estaba cubierto de cadáveres”.

En cualquier caso, el derrotado ejército invasor se retiró a sus tierras el día 4, completamente desbaratado. Entre los muchos musulmanes que sucumbieron estaba el propio Hulit Abulhabat, comandante de la fuerza, cuya cabeza mandó el rey Ordoño II suspender de las almenas de San Esteban de Gormaz junto a la de un jabalí.

Batalla de Valdejunquera o de Muez (920)

Abderramán salió de Córdoba el 4 de julio, para dirigir una campaña de castigo por la derrota musulmana por parte de la coalición navarro-leonesa en la batalla de Castromoros. Sancho Garcés I, el joven rey de Pamplona, mantenía un férreo cerco a la ciudad mora de Tudela, que gobernaba un Banu Qasi. El emir pasa por Toledo y enfila el camino de Atienza hasta alcanzar Medinaceli (Soria). Allí, en vez de internarse por el desfiladero del Jalón, ruta habitual del valle del Ebro, se dirigió a tierras del Duero, donde emprende una dura represión, arrebatándole al rey de León las plazas que tres años antes le había quitado.

Desde San Esteban de Gormaz, en una rápida marcha de cinco días, cruzó el Ebro y se presentó al fin en la sitiada Tudela, el 19 de julio, un mes y medio después de su salida de Córdoba.

El rey Sancho, incapaz de hacer frente a tamaña fuerza, retrocedió a Calahorra y Arnedo, momento que debió de aprovechar para pedir ayuda a su amigo Ordoño II, se hallaba por tierras de Nájera.

Liberada la ciudad de Tudela, el emir envía por delante a la caballería al mando del gobernador Banu Qasi, que por las inmediaciones de Sartaguda cruzó el Ebro y tomo al asalto la fortaleza de Cárcar. Pero no se detiene ahí, sino que se dirige hacia el corazón del País de Deio, arrasando todo lo que encuentra. El objetivo primordial tan al norte no podía ser otro que recuperar el castillo de San Esteban sobre el Monjardín, que el rey Sancho había conquistado hacia el 910.

La caballería de vanguardia debió alcanzar Calahorra y esperar la llegada del emir, para asaltar la ciudad. El emir llegó con el grueso y asaltó la ciudad y se puso en camino de nuevo.

El rey de Navarra aguardaba dentro de Arnedo, pero viendo que las tropas musulmanas, después de tomar Calahorra, se dirigían hacia su capital, se apresuró a ir al norte y unir sus tropas con las del rey de León, quien venía en su ayuda.

Los moros siguieron a Viguera, donde derrotaron a las primeras fuerzas conjuntas que les opusieron Ordoño y Sancho, llegando por fin a Muez, en el valle de Junquera (Valdejunquera), lugar situado a unos 25 km al suroeste de Pamplona.

Los cristianos se situaron al oeste del río Urbagua, que llevaría poca agua por las fechas, permitiendo el cruce fácilmente, ocupando las alturas del este entre los pueblos de Irujo y Muez. Los musulmanes acamparon al oeste

La subsiguiente batalla, el 26 de julio de 920, comenzó a primeras horas, ambas fuerzas desplegaron en un frente de unos 1,5 km, los musulmanes eran superiores en número y los cristianos aún seguían esperando refuerzos.

Curiosamente la batalla comenzó con un ataque cristiano, es muy posible que el emir les tendiera una emboscada. Arib Ibn Saad constata: «Bajaron los cristianos de sus montes y atacaron a los muslimes, pero quedaron muy mal parados«. Ibn Idari sostiene lo mismo: «Precipitándose sobre los infieles que habían bajado de sus montañas, trabaron pelea«.

Moret lo detalla: «Ora fuesen presentando los reyes la batalla y aceptándola Abderramán, ora al contrario -que no se escribe-, a este campo sacaron los reyes sus huestes de las estancias, saliendo todos de los reales con gran denuedo». «Roto y desordenado el cuerno de don Ordoño (ala de su ejército ?) peleaba ya el rey don García (sic) con desigualísima fortuna… Con el menor desorden que se pudo, comenzó a retirar las tropas y seguir la fortuna común del día, y uno y otro ejército fue desamparando el campo«.

Arib Ibn Saad lo deja bien claro: «Los cristianos, vencidos, huían tan atropelladamente que ni siquiera acertaban a volver a su campamento. Los nuestros les siguieron los pasos, mataron a cuantos cayeron en su poder y no dejaron de perseguirlos hasta que cerró la noche». También Ibn Idari: «Los cristianos, derrotados, huyeron sin volverse o dirigirse hacia su campamento, mientras que los nuestros les seguían los pasos matando a cuantos caían en sus manos, y no se detuvieron en su persecución hasta que llegó la noche«.
Los reyes cristianos huyeron, salvándose por los montes, fueron hechos prisioneros los obispos de Tuy y Salamanca, Dulcidio y Hermogio. Los supervivientes se refugiaron en las fortalezas de Muez y Viguera, que fueron cruelmente asediadas por el emir. Tras tomar las plazas, todos los cautivos fueron degollados, y, finalmente, arrasó los campos antes de volver a Córdoba.

De tal descalabro se culpó a los condes castellanos Nuño Fernández, Abolmondar Albo y su hijo Diego, y Fernando Ansúrez, por no haber acudido al combate. Convocados por el monarca en el lugar de Tejar, a orillas del Carrión, los condes fueron apresados y encarcelados (aunque según la tradición fueran muertos). En cualquier caso, debieron ser liberados poco tiempo después, ya que la documentación los presenta actuando con normalidad.

Los musulmanes emplean tres días en destruir pueblos y cosechas de los valles, y retornando al Ebro, por la ruta de Atienza se presentaron al cabo de unas semanas en Córdoba, portando cientos de cabezas cristianas que exhibieron orgullosos.

El emir logró una incuestionable victoria el 26 de julio, procediendo seguidamente a devastar los territorios próximos hasta que el 26 de agosto dio la orden de regresar al emirato.

La derrota no fue tan severa como se dice ya que al año siguiente 921, Ordoño II emprendió una expedición victoriosa contra la tierra de Sintilia (Las Cendejas, Guadalajara).

En 923, Ordoño y Sancho juntamente se apoderaron de Nájera y Viguera, arruinando los últimos vestigios del poderío de los Bani Qasi en lo que hoy es la Rioja.

En 924, Abderramán III partió al frente de sus tropas en abril, atravesó las coras de Turmir y Valencia y pasó por Tortosa antes de remontar el Ebro. Los tuyibíes que dominaban Zaragoza se unieron a sus fuerzas, que saquearon varias fortalezas de la cuenca del Ebro y atravesaron distintas localidades, como Alcañiz, Tudela, Calahorra Falces, Tafalla y Sangüesa. La batalla culminante de la campaña tuvo lugar a orillas del río Ega y la victoria se decantó claramente del lado cordobés. Abderramán continuó avanzando hasta Pamplona, que arrasó. Durante la retirada se libraron varios combates más, de los que las tropas del emir salieron victoriosas. En agosto, tras pasar por Calahorra, Valtierra y Azafra, Abderramán acampó en Tudela. Los resultados de la campaña fueron ambiguos: el botín fue grande y se contuvieron los avances de los estado cristianos, pero no se recuperó el territorio perdido a manos de los navarros en el 923.

Ramiro II el Grande (931-951)

Al morir heredó el reino su hermano Fruela II, que murió al año siguiente, siendo sucedido por Alfonso IV “el Monje” (926-931) que no realizó ninguna campaña militar. Su hermano Sancho Ordóñez, se refugió en Galicia huyendo de su hermano en 926, coronándose como rey de Galicia y manteniendo el reino independiente hasta su muerte en el año 929. A su muerte, el gobierno de ambos reinos recae en la persona de Alfonso IV. Al morir la esposa de Alfonso IV, éste abdicó y se retiró a un convento, dejando el reino en manos de su hermano Ramiro II, retirándose a un monasterio en Sahagún.
Cuando Ramiro II tuvo conocimiento de que su hermano Alfonso pretendía recuperar el trono, envió un destacamento de tropas para socorrer a los sitiados en Toledo, y posteriormente se dirigió a León, donde se hallaba Alfonso IV, al que capturó. Ramiro II derrotó a los sublevados y ordenó encerrarlos en prisión. A continuación, Ramiro II se dirigió a Asturias y capturó a Alfonso Froilaz y a sus hermanos, Ordoño y Ramiro, y los llevó con él a León, donde los encerró junto con Alfonso IV, y en el año 932 Ramiro II ordenó que fueran cegados, y, posteriormente, dispuso que fueran trasladados al monasterio de Ruiforco, donde los cuatro prisioneros permanecieron hasta que fallecieron.

Ramiro II denominado “el Grande” gobernó de 931 al 951. Se enfrentó al emirato de Córdoba, pero antes se aseguró la alianza del reino de Navarra. Comenzó conquistando la fortaleza omeya de Margerit (Madrid) a mediados de 932, el monarca leonés desmantelo sus murallas y saqueó a sus moradores, su idea era liberar a Toledo, Magerit sería finalmente retomada por Abderramán. Como represalia Abderramán realizó una incursión a Burgo de Osma en 933, donde fue rechazado Fernán Gonzalez.

El año siguiente 934 otra poderosa aceifa cordobesa marchó sobre Osma, y avanzando por el corazón de Castilla llegó hasta Pamplona, donde obtuvo la sumisión de la reina Toda de Pamplona que era su tía, volvió sobre Álava y luego sobre Burgos y el monasterio de Cardeña.

En el 936 uno de los generales de Abderramán derrotó al conde Sunyer de Barcelona.

En el 937, Ramiro actuó hábilmente en apoyo de Abu Yahya o Aboyaia, rey de Zaragoza, a quien el califa acusaba de traidor y culpable principal del desastre en Osma. Ese mismo año, los navarros rompieron la tregua aliándose con León y los rebeldes tuyibíes zaragozanos obligando al califa a intervenir.

El Emir envió un ejército potente en el 939 que terminó batallas de Simancas y Alhandega.

Batalla de Simancas (939)

Era el año 939 cuando el Califa Abderramán III decidió aplicar a los cristianos del reino de León, un castigo ejemplar, un castigo que no pudieran olvidar, quería vengar las diversas  razias y ataques  que Ramiro II había organizado contra Madrid y otras plazas al sur del Duero y de Extremadura, así como el apoyo a Muhammad ibn Hashim, gobernador de Zaragoza , a quien el califa acusaba de traidor.

La osadía del rey castellano ofendió al califa omeya. Abderramán III concibió un proyecto gigantesco para acabar de una vez por todas con el rey leonés, proclamó la yihad o Guerra Santa y convocó a sus ejércitos en una operación, que él denominó, gazat al-kudra o campaña del Supremo Poder. El objetivo iba a ser el centro del corazón del reino cristiano de León,  la ciudad de Zamora.

Los historiadores dan por válida la cifra de 100.000 efectivos el tamaño del ejército. Para aquella época era un ejército impresionante, soldados procedían de todas las provincias del califato, Córdoba, Zaragoza, Mérida, el Algarve y del norte de África y un gran número de fuerzas eslavas.

Avanzó con su ejército hasta Medinaceli, y desde allí siguió el curso del rio Duero, dirigiéndose hacia Zamora pasando por Simancas.

Ramiro II, detectó la movilización de Abderramán y organizó su resistencia en Simancas, ciudad fortaleza donde reunión su ejército de gallegos, asturianos y leoneses. El rey Ramiro era consciente de lo que se jugaba en la acción, en Simancas acumuló la casi totalidad de las fuerzas disponible a la espera del impresionante ejército moro. Allí estaba Fernán González y los obedientes condes de Castilla. También aportaron tropas los navarros y aragoneses.

El 19 de julio, cuando las fuerzas cristianas y musulmanas se iban concentrando en Simancas, hubo un  eclipse de Sol que ambos ejércitos interpretaron como un aviso de un terrible desastre. Este extraño fenómeno, llenó a terror a ambos contendientes, posiblemente nunca antes en sus vidas habían visto este fenómeno.

El 1 de agosto, comienza la batalla, duró 5 días. El  califa tomo la iniciativa y lanzó un  ataque masivo, lo que hizo retroceder inicialmente a los cristianos que posteriormente consiguieron fijar nuevamente sus posiciones, resistiendo un terrible envite de la caballería.

Las pocas noticias que se tiene sobre el detalle del desarrollo de  la batalla, indica que hubo bastante mala coordinación entre los generales del inmenso ejército de Abderramán III.  Relatos de la época señalan, como causa del mal entendimiento, que los generales árabes no asumieron con agrado que el mando supremo del ejército lo tuviera un general eslavo.

El 6 de agosto, después de que las fuerza cristianas hubieran sufrido enormes pérdidas, la ciudad permanecía intacta; todos los esfuerzos musulmanes   habían sino inútiles. Abderramán se desesperó por la impotencia de su ejército ante las murallas de Simancas y porque también sus bajas eran ya enormes. Dadas las circunstancias, el califa optó por una retirada a tiempo y decidió levantar el campamento, retirarse y volver a Córdoba salvando la cara y presentando la acción bélica como un enorme castigo al orgullo cristiano. Ramiro II se animó al ver  retroceder al inmenso ejército musulmán y decidió ir en su persecución.

Los anales castellanos describen así la batalla:
En la era 977 (año 939), martes, a las diez de la mañana del 20 de julio, fue cuando mostró Dios señal en el cielo, y convirtióse el sol en tinieblas en todo el mundo casi una hora. Dieciocho días después, es decir el 6 de agosto, día en que los cristianos celebraban a los santos Justo y Pastor, vinieron los cordobeses a Simancas con su nefandísimo rey Abderramán y todo su ejército, y allí fijaron sus tiendas. Pero les salió al encuentro el rey Ramiro rodeado de condes, que se unieron a él con sus huestes; es, a saber: Fernán González y Assur Fernández y otra multitud de tropas. Con la ayuda de Dios se arrojaron sobre los moros y allí cayeron segados por la espada más de tres mil, y entre otros fue preso Aboyahia de Zaragoza; los demás huyeron. Después, a los dieciséis días, es decir, el 21 de agosto, como ellos prosiguiesen en su fuga, estando a punto de salir hacia su tierra, se les opusieron los nuestros en el lugar llamado Leocaput y el río que llaman Vérbera, y allí fueron dispersados los ismaelitas, muertos y despojados. Regocijáronse los adoradores de Cristo, volvieron a sus casas con rico botín y se enriquecieron con sus despojos Galicia, Castilla, Álava y Pamplona, con su rey García Sánchez. A Dios gracias”.

Batalla de Alhándega 21 agosto 939

La persecución del califa por las tropas cristianas durará varios días y terminará en los barrancos de Alhándega, lugar donde Abderramán lo pasó muy mal,  estuvo cerca de caer prisionero o de morir. En estos lugares, todavía hoy no sabemos dónde está este paraje, los ejércitos musulmanes empujados por las fuerzas cristianas acabaron en una terrible emboscada implacable en un paraje de barrancos y  gargantas el 21 de agosto de 939, fue la mayor victoria de Ramiro II de León y la mayor catástrofe de los ejércitos moros desde que iniciaron la invasión y sometimiento de la Hispania Visigoda. Las pérdidas musulmanas ascendieron a la cifra de 20.000 hombres, muy necesarios para el Califato Omeya de Córdoba.

El escritor musulmán Al-Muqtabis la describe así:
en la retirada el enemigo los empujó hacia un profundo barranco, que dio nombre al encuentro (Alhándega), del que no pudieron escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento: el califa, que se vio forzado a entrar allí con ellos, consiguió pasar con sus soldados, abandonando su real y su contenido, del que se apoderó el enemigo..”.

Abderramán escapó de milagro, gracias a su escolta personal y su caballo. En el campo de batalla dicen las crónicas de la época que se dejó sus mallas de tejido de oro puro y su ejemplar favorito del Corán, que utilizaba durante sus aceifas. El botín fue extraordinario, el rey moro de Zaragoza, que participó en la batalla, quedó prisionero en León. La victoria de Ramiro II había sido total y ahora Abderramán III, a su vuelta a Córdoba tenía que explicar lo ocurrido.

El regreso a  Córdoba  fue tristísimo, Abderramán mostró su ira contra sus generales y oficiales. Ordenó que los supervivientes fueran ajusticiados, 300 murieron crucificados en público como si hubieran sido cristianos, acusados de nula combatividad y de traición al Estado, de esta manera pasó el califa omeya la página del vergonzoso suceso para los intereses musulmanes en España.

Abderramán aprendió la lección y jamás  volvería a dirigir personalmente una operación militar, la campaña del Supremo Poder había sido la campaña del Supremo Fracaso. Después de esto, el califa se dedicó a la dirección de sus obras civiles y dejó las militares a sus  generales.

La batalla de Simancas, fue un acontecimiento en todo el orbe conocido,  el mundo conoció la derrota del aquel ejército de 100.000 moros, las noticias llegaron a Aquisgrán,  a Roma,  a Bagdad.

Después de esta victoria, el reino de León pudo asegurar sus fronteras durante mucho tiempo asegurando la repoblación hasta el río Tormes. Tras estas batallas Ramiro II repuebla lugares como Salamanca, Peñaranda de Bracamonte, Sepúlveda, Ledesma y Vitigudino.  Además encarga la repoblación de Peñafiel y Cuéllar al conde castellano Asur Fernández, distinguiéndole con la merced de Conde de Monzón.

La línea del Duero quedó asegurada definitivamente al tiempo que se creaba una zona defensiva entre este río y la sierra de Guadarrama, zona denominada «Extrema Durii«. El siguiente paso sería poner en marcha un plan de repoblación que alcanzó las plazas fuertes de Salamanca, Peña Ausende, Ledesma o Sepúlveda.

Los problemas con Fernán González debilitaron el reino leonés, lo cual fue aprovechado por los mahometanos para lanzar varias razzias o aceifas de castigo con destino al reino cristiano. El arabista francés Lévi-Provençal sospechaba que durante estos años Fernán González pudo establecer algún tipo de amistad o de alianza con el califa de Córdoba.

Las razzias sospechosamente dejaron en paz a Castilla y se dirigieron hacia la zona occidental del reino. La de 940, capitaneada por Ahmed ben Yala, va hacia la llanura leonesa;

En el 943 el conde castellano Fernán González, junto con su yerno Diego Muñoz , se levantaron contra Ramiro II, pero fueron encarcelados. La necesidad de mantener las tropas cristianas unidas llevó a su liberación en el 945, y para fortalecer los lazos con el condado de Castilla, se concertó el matrimonio entre Ordoño II, hijo de Ramiro II, y Urraca, hija de Fernan Gonzalez.

En 944, una aceifa mandada por Ahmed Muhammad ibn Alyar, penetró en el corazón de Galicia; la de 947 bajo el mando de Kand, un cliente del Califa, llevó la misma dirección, aunque no logró pasar de Zamora; y la de 948 penetró hasta Ortigueira.

En 950 Ramiro partió desde Zamora hacia su última aventura en tierras mahometanas, realizando una expedición de saqueo por el valle del Tajo, en la que derrotó una vez más a las tropas califales en Talavera de la Reina, matando según Sampiro a 12.000 musulmanes y apresando otros 7.000, además de obtener un rico botín.

Ese mismo año, al regreso de un viaje a Oviedo, murió víctima de una grave enfermedad y fue enterrado en el monasterio de San Salvador de León que había fundado para su hija Elvira.

Ordoño III

Ordoño III ocupó el trono el 5 de enero del año 951, tras presenciar la abdicación formal de su padre ante los personajes más importantes del reino. El nuevo rey demostró en varias ocasiones su gran pericia en el manejo de las armas y su amplio conocimiento de las distintas instituciones y de la administración.

El primer año tuvo que hacer frente a tres aceifas musulmanas cada una de ellas correspondiente a una marca fronteriza: por el caíd de Badajoz, el de Toledo y el de Huesca.

Al año siguiente 952 los musulmanes realizaron una campaña de la que apenas hay noticias.

En 953 hubo dos expediciones una dirigida por el caíd de Badajoz contra Galicia y otra por el de Madinaceli, que posiblemente se dirigió contra las tierras de Fernán González.

En 955 tuvo que enfrentarse a un importante contingente de tropas navarras y castellanas, confabuladas para instaurar en el trono a su hermano Sancho, el cual había albergado esperanzas de suceder a su padre, por no mencionar, según atestiguan las fuentes musulmanas, que sintió desde su juventud una profunda antipatía por Ordoño.

El contingente tenía previsto reunirse en Sahagún, para desde allí iniciar la conquista del reino, por lo que Ordoño decidió organizar sus defensas en la línea fluvial del Cea, lugar en el que contó con el inestimable apoyo del conde de Monzón, Fernando Ansúrez. El ejército navarro-castellano se encontró con un poderoso baluarte defensivo, prácticamente inexpugnable, que deshizo por completo sus esperanzas de obtener la victoria, por lo que retrocedieron rápidamente.

Pero la tranquilidad no llegó para Ordoño III tras esta primera victoria, ya que poco después tuvo que partir a la llamada tierra Llana de Lugo, donde parece que se había iniciado una importante rebelión, posiblemente en relación con la anterior rebelión castellana. No tardó Ordoño en hacer valer su autoridad en tierras gallegas, tras conducir personalmente a su ejército, y con el fin de evitar nuevos conflictos, entregó a un familiar el gobierno efectivo de la zona. Desde allí bajó hasta la desembocadura del río Tajo y tomó y saqueó Lisboa (955), para luego regresar a León.

La respuesta de los andalusíes no tardó en llevarse a cabo. Entraron por el territorio castellano hasta Burgos, saqueando y devastándolo todo a su paso, siendo detenidos por Fernán Gonzalez en San Esteban de Gormaz. Esta acometida hizo reconciliarse a Fernán González con Ordoño III.

La situación del reino aconsejó firmar una tregua con Abderramán III, que también deseaba esta paz para poder centrarse en sus acciones contra el norte de África. Las conversaciones se iniciaron a fines del verano o en el otoño del año 955. En el 956 Ordoño solicita que se incluya en dichas negociaciones al conde Fernán González, pero Ordoño no pudo llegar a firmar la paz pues le sorprendió la muerte en Zamora. Sus restos se trasladaron a la iglesia de San Salvador de León. Fue sucedido por su hermanastro Sancho I el Craso (El Gordo).