miércoles, 18 de agosto de 2021

Templarios en el Reino de Navarra


Santa Maria de Eunate

A Navarra llegan los templarios a partir de 1127, con excelente acogida de los tres últimos reyes de la dinastía Garcés: García Ramírez, Sancho el Sabio, Sancho el Fuerte, que cubren los cien años que van de 1134 a 1234.

Ellos entienden que aquel grupo de hombres disciplinados, que saben combatir y trabajar, respetuosos con la autoridad, son un buen apoyo para la Corona. En Navarra, no hay ya reconquista. Pero sí hay tierras ya abandonadas, mal comunicadas, pobres y tristes. Y los caballeros no aman la ciudad, prefieren el campo. Ya Bernardo de Claraval (en 1128 el Concilio de Troyes se aprueba la Regla del Temple redactada por el mismo), les decía que "los guerreros no deben vivir en la ciudad, ésta les corromperá". Y citaba la Biblia: Henoc, la primera ciudad del mundo. fue fundada por los hijos de Caín. En el fondo para los templarios , todas las tierras eran "tierra santa".

Sin embargo, el Camino Francés había concentrado sobre sus estrechos márgenes gran parte de la población, la riqueza y la cultura del Reino; mientras que valles interiores de Navarra y Aragón permanecían estancados en sus tradiciones casi paganas, su escaso comercio y su endogamia familiar y cultural. Por otra parte, el Camino estaba en manos de los monjes de Cluny; tampoco sería irrazonable implantar otra Orden distinta.

Así, el Temple aparece en Artajona; en 1142 los acoge la piedad del Rey García Ramírez. La Vera-Cruz de la Iglesia San Pedro y la Virgen de Jerusalén proceden de la Cruzadas. También el mismo año se les entrega "la población vieja" de Puente la Reina, a raíz de la construcción del primer puente de piedra, en el que habían participado expertos procedentes de las escuelas de cantería del Temple. Se decía entonces que los caballeros habían estudiado durante años las estructuras, dimensiones y bóvedas del Templo de Jerusalén, dictadas por Dios a David y a Salomón; y que mantenían aún el secreto de los sólidos puentes, los atrevidos arbotantes y las altas bóvedas que iluminaron las primeras catedrales de Europa. Tiempos del optimismo gótico, cuando las Vírgenes eran sonrientes, las columnas esbeltas, los vitrales deslumbradores; cuando partían cantando los cruzados y las catedrales eran blancas. En Puente se construyó la Iglesia del Crucifijo en dos naves, como las sinagogas judías, con la más importante dedicada a María. Pronto hubo Hospital de Peregrinos en Bargota y cerca, en Eunate, la más bella capilla de la Orden en Navarra, de planta octogonal, en recuerdo de Jerusalén y como símbolo de la unión entre lo eterno (el círculo) y lo terrenal (el cuadrado) que desarrollan el octógono. Puente fue residencia del Prior.  Y en la Ribera del Ebro, el mismo Rey García les donó Alcanadre y Novillas, encomienda matriz de las cercanas de Borja, Buñuel y Ribaforada; Villa esta última donde los caballeros habitaron y conservaron, casi sin cambios, el castillo moro y la antigua mezquita.

* EL LEGADO TEMPLARIO. 

Entre 1128 y 1136 se computan siete importantes donaciones al Temple, primero particulares y posteriormente reales, en la ribera navarra del Ebro, todas ellas al sur de Tudela. Entre estas donaciones destaca la de Lope Kaisal en 1134, hecha poco antes de la muerte del donante en la batalla de Fraga, donde luchó junto al rey Batallador. La primera donación real sería la villa y el castillo de Novillas, entregados a los templarios en uno de los primeros actos oficiales del rey Restaurador, en 1135. Las donaciones en cuestión, antes de que aparezca como recipiendario el maestre de Provenza Pedro Rovira (Rovera en Navarra), se hacen en abstracto a la orden. Y, según apunta el historiador aragonés Paulino Usón, son todas de carácter agrario, con una clara preferencia de los templarios por territorios fértiles antes que estratégicos.

Naturalmente esta circunstancia resultaba lógica en Navarra, que con su emancipación de la Corona de Aragón se había quedado sin tierra por conquistar a los moros. No existían razones válidas para pedir o aceptar lugares de frontera, ni el Temple podía ofrecer contraprestaciones de aquel tipo en tierras navarras. Sin embargo, resulta significativo que esta circunstancia se refleje en las donaciones reales, que de seis durante el reinado de García Ramírez (1134-1150), se reducen a cinco en el de Sancho el Sabio (1150-1194) y a una en cada uno de los de Sancho el Fuerte – a pesar de la intervención de los templarios en las Navas de Tolosa – (1194-1234) y de Teobaldo II (1253-1270); muchas menos, en cualquier caso, que las que recibieron los freires sanjuanistas en los mismos períodos, lo que les permitió crear un priorato navarro de la Orden, mientras que los templarios apenas alcanzaron a conformar un par de encomiendas para administrar unos territorios que se distribuyeron prácticamente en tres únicas zonas del reino:

La primera, constituida por tierras que se extendían entre Tudela y la orilla izquierda del Ebro, con Ribaforada como centro vital y económico; 

La segunda, que abarca hoy tierras riojanas, se encontraba al oeste de Tudela y llegaba hasta Alcanadre, Yanguas y Arenzana, teniendo como centro a Funes; y la tercera, en la merindad de Estella, comprendía una zona del Camino de Santiago, fue la más tardía y, a mi parecer, la más significativa por lo que a implantación firme de los templarios se refiere. Tenían casa en Estella – no localizada, aunque muchos suponen, y no sin razón, que fuera el actual santuario de Rocamador – en Artajona, en Sagüés, en Legarda, en Aberín (donación de 1177), en Allo y en Obanos. Según todos los indicios, el núcleo de aquella propiedad se encontraba en Puente la Reina, cedida por el rey García Ramírez a los templarios en 1142 y nombrada por él mismo “illam meam villam veteram.”