domingo, 29 de agosto de 2021

Lugares de asentamientos Templarios en España y Portugal.



Los Templarios, desde su fundación, han tenido como proyecto establecerse en lugares específicos de la Península Ibérica. En sus intervenciones ante los reyes solicitaban y, no raras veces, obtenían, posesiones territoriales en lugares especialmente elegidos, cuando estos mismos territorios no habían sido conquistados todavía a los musulmanes. La elección de esta milicia cristiana no se basaba en fines estratégicos ni en intereses económicos. Pero si es así, por qué pidieron en muchos casos tierras que todavía estaban en poder del Islam? Tal vez la respuesta sea que se expandieron precisamente por toda la cultura megalítica que en ese momento abarcaba una parte significativa de las tierras musulmán.

La tradición popular atribuyó la construcción de muchos de estos monumentos megalíticos a enanos o a gigantes, llamándolos ′′ Casas de Hadas ", ′′ Covas de Moros ", etc., y concediendoles, en muchos casos, virtudes curativas. Estas tradiciones ocasionaron que muchos de estos monumentos fueran en el transcurso de los tiempos profanados por el pueblo.

Estos lugares deberían contener algo que atraía especialmente la atención de los templarios.

Con la gradual decadencia de la Orden de Cluny, se siguió la reforma de Cister, siendo S. Bernardo el principal promotor de esta reforma. Los cistercienses y sus hijos espirituales, los templarios, buscaron muchos de sus conocimientos más internos y profundos en creencias religiosas y filosóficas bien anteriores al cristianismo.

Su discreción se debió a que esas mismas creencias eran consideradas herejías por el poder eclesiástico. Gracias a esa búsqueda, de carácter espiritual, los benedictinos lograron reunir y preservar para el futuro en Monte Cassino, Italia, textos de Platón, de Pitágoras, Aristóteles y de los neoplatónicos de Alejandría. Como resultado de esta búsqueda, durante la evangelización de las Galias por el benedictino celta S. Columbano se conservaron y reutilizaron los lugares mágicos de los druidas (que también ya los habían reutilizado).

Así, no es de extrañar que, de igual modo, en la Península Ibérica, tanto los templarios como los monjes benedictinos se hubieran fijado precisamente en aquellos lugares donde todavía se mantenía la vivencia de creencias ancestrales y de cultos olvidados.

Estos lugares no eran comarcas elegidas al azar, sino puntos clave donde se conservaba el recuerdo, cuando no incluso la presencia oculta de cultos remotos, en forma de indicios o símbolos innegablemente anteriores a la entrada en la Península de los pueblos invasores de la proto - Historia.