miércoles, 25 de mayo de 2022

La Sanidad en el Temple: “omnibus fratribus”

 






El auxilio a los enfermos y heridos en la Orden del Templo tenía doble servicio. El primero era el que se dispensaba en la encomienda o casa del Templo; el segundo el que esos mismos médicos y sanitarios administraban en el campo de batalla.

En la encomienda atendían a los enfermos, curaban a los heridos y cuidaban de los ancianos. De este servicio sanitario no solo se beneficiaban los soldados, suboficiales y caballeros del Templo, sino también los numerosos peregrinos que diariamente llegaban al hospital de la encomienda, sin hacer excepción entre ellos.
Estos peregrinos eran alimentados, albergados y curados de sus heridas. Dichas heridas eran, mayoritariamente, ampollas en los pies, golpes propinados por salteadores de caminos y mordeduras de perros.

El servicio que ejercían en el campo de batalla no tenía una verdadera organización, pero sí tenían claro que debían de estar divididos en dos agrupaciones: avanzados y retaguardia, y ambas debían servir bajo el lema en latín de “omnibus fratribus” (todos hermanos).

Los servicios avanzados se dedicaban a recoger a los heridos en angarillas y llevarlos rápidamente a los hospitales de campaña que se hallaban en retaguardia, situados no muy lejos del campo de batalla, pero sí fuera de la zona peligrosa. Haciendo honor al lema bajo el cual servían, este servicio recogía a cuantos todavía se hallaban con vida sin importarles si eran de un bando o de otro.

El personal sanitario se dividía en tres grupos: el primero se encargaba de la recepción de los heridos y de las curas sencillas; el segundo de las operaciones más urgentes, y el tercero cuidaba de los casos más difíciles y graves.

Como nota curiosa haré saber que, la CRUZ ROJA, el elemento más eficaz de sanidad militar que ha existido desde que fue fundado por el suizo Juan Enrique Dunnart en el año 1864, ha estado siempre basado en los servicios que en su tiempo ofrecieron los caballeros templarios, como pioneros que fueron de esta clase de piedad militar.

Don Juan Enrique Dunnart, además de aristócrata, banquero y escritor, fue, como bien saben quienes han estudiado su biografía, un admirador de los templarios. Llevado siempre por los buenos ejemplos de estos monjes soldados, gastó toda su fortuna en propagar este apostolado bajo el templario lema de “tutti fratelli”, es decir, todos hermanos en lengua italiana.

Llevar a cabo este benéfico apostolado lo dejó en la más absoluta miseria, ya que gastó toda su fortuna en ello. Tuvo que vivir durante algunos años de la caridad y, al fin, decidió tomar asilo en un convento cisterciense, donde enfermó y fue atendido por los servicios sanitarios del hospital del convento. Muriendo en el año 1910, habiendo recibido los Santos Sacramentos.

Mientras que existan personas que sientan dentro de sí el verdadero espíritu del temple, y su comportamiento sea para beneficiar a sus semejantes y no para ensalzarse y presumir condecorándose los unos a los otros y buscando altos puestos en las seudo órdenes donde entran, no para servir, sino para ser servidos, el recuerdo de la CRUZ ROJA de la Orden del Templo seguirá viviendo.