jueves, 30 de junio de 2022

El Temple II

 


La tierra prometida

En el año 1071, las tropas del Emperador Bizantino Alejo Comneno fueron vencidas cerca de Mazinkert por los turcos, quienes tras la derrota cristiana se expandieron por todo el Oriente Medio. La llegada de los nuevos conquistadores sumió a Palestina en una situación de caos y anarquía, a tal punto que los viajeros de la época tenían la impresión de que las ciudades de la región pertenecían a distintos amos.El Patriarca griego Simeón, que vivía en Jerusalén, consideró más prudente abandonar la ciudad con su clero y retirarse a la isla vecina de Chipre. Las peregrinaciones se volvieron muy peligrosas porque los caminos estaban plagados de bandidos sarracenos que robaban, y a menudo asesinaban a los viajeros. Desde hacía siglos, los emperadores de Constantinopla eran considerados los protectores de Jerusalén y de Tierra Santa, misión que siempre habían tratado de cumplir con honor que así atestiguaba los tratados acordados con los gobernadores islámicos de la ciudad para reconstruir la Basílica del Santo Sepulcro tras su destrucción en el año 1009, así como para asegurar, por medio de la diplomacia un mejor trato a la población cristiana que residía en ella.

En el año de Manzikert el Emperador Alejo, también tuvo que hacer frente a los normandos que habían conquistado Bari y trataban de arrebatar a Constantinopla un vasto territorio en Italia meridional. Atacado en dos frentes por distintos enemigos y preocupados por la expansión del peligro turco en el sector oriental, Alejo envió al papa Gregorio séptimo varias solicitudes de auxilio para que animará a la población del Occidente Cristiano a viajar en apoyo de las tropas imperiales y oponerse al avance islámico.

En aquella época, la Iglesia de Roma se hallaba en un momento delicado:la precariedad institucional.

Después de la gran crisis que había debilitado el poder de del papado entre el pontificado de Esteban Sexto y de Juan doce, cuando el cargo quedó bajo el dominio de las poderosas familias de la aristocracia romana. (a la que pertenecía la influyente Marozia, mujer que con sus escándalos e intrigas decidió la elección y el proceder de diversos pontífices), los emperadores alemanes de la dinastía otoniana, asumieron la tarea de reformar el imperio y restablecer el orden en el seno de la sociedad cristiana.

Otón tercero en particular, había elegido para el solio Pontificio el nombre de Silvestre segundo, su culto Preceptor Gerbert D Aurillac y había ayudado al papado a recuperarse de su profunda crisis moral. La muerte de Otón tercero acaecida en Viterbo en el año 1002, no detuvo el proceso de reforma en el seno de la Iglesia de Roma, que procedió en las décadas siguientes y culminará bajo Gregorio, gran defensor de la supremacía romana.

En consecuencia directa de la herencia de Pedro, a quien el propio Cristo eligiera como cabeza de su iglesia, Gregorio tuvo que luchar mucho tiempo contra las injerencias.Del poder laico del Emperador Enrique cuarto en el ámbito eclesiástico y combatir la insubordinación de muchos obispos católicos que se alinearon del lado imperial mientras el papá centraba todo su empeño en hacer frente a la oposición política en el seno de la Iglesia.

En Europa recibió la solicitud del Emperador Bizantino de ayuda contra los turcos y trató de organizar una expedición militar, para lo que requirió la intervención de algunos grandes señores feudales de Occidente que habían prestado solemne juramento de fidelidad al papado. La misión exigía meses, o tal vez, años de ausencia de su tierra durante los cuales la familia y los bienes de los señores ausentes podían ser objeto de agresiones y robos, y la propia vida de quienes partieron para combatir a los turcos, correría serios peligros por esos motivos. El papa impartió una bendición especial a los señores feudales dispuestos a obedecer en la que se proclamaba que la actividad militar de estos era un servicio en honor a San Pedro y que, por tanto, obtendría la doble ventaja de los bienes materiales arrebatados a los infieles y la merecida vida eterna.

Aunque Gregorio séptimo, había pensado encabezar personalmente la expedición de auxilio a Tierra Santa para liberar el Santo Sepulcro, en 1085, murió sin haberse ocupado nunca de los detalles organizativos de la Misión de socorro a Oriente. No obstante en pocos años este audaz proyecto no solo habría de haberse realizado, sino realizado en proporciones tales que superarían ampliamente las esperanzas del Pontífice.