miércoles, 25 de mayo de 2022

La Sanidad en el Temple: “omnibus fratribus”

 






El auxilio a los enfermos y heridos en la Orden del Templo tenía doble servicio. El primero era el que se dispensaba en la encomienda o casa del Templo; el segundo el que esos mismos médicos y sanitarios administraban en el campo de batalla.

En la encomienda atendían a los enfermos, curaban a los heridos y cuidaban de los ancianos. De este servicio sanitario no solo se beneficiaban los soldados, suboficiales y caballeros del Templo, sino también los numerosos peregrinos que diariamente llegaban al hospital de la encomienda, sin hacer excepción entre ellos.
Estos peregrinos eran alimentados, albergados y curados de sus heridas. Dichas heridas eran, mayoritariamente, ampollas en los pies, golpes propinados por salteadores de caminos y mordeduras de perros.

El servicio que ejercían en el campo de batalla no tenía una verdadera organización, pero sí tenían claro que debían de estar divididos en dos agrupaciones: avanzados y retaguardia, y ambas debían servir bajo el lema en latín de “omnibus fratribus” (todos hermanos).

Los servicios avanzados se dedicaban a recoger a los heridos en angarillas y llevarlos rápidamente a los hospitales de campaña que se hallaban en retaguardia, situados no muy lejos del campo de batalla, pero sí fuera de la zona peligrosa. Haciendo honor al lema bajo el cual servían, este servicio recogía a cuantos todavía se hallaban con vida sin importarles si eran de un bando o de otro.

El personal sanitario se dividía en tres grupos: el primero se encargaba de la recepción de los heridos y de las curas sencillas; el segundo de las operaciones más urgentes, y el tercero cuidaba de los casos más difíciles y graves.

Como nota curiosa haré saber que, la CRUZ ROJA, el elemento más eficaz de sanidad militar que ha existido desde que fue fundado por el suizo Juan Enrique Dunnart en el año 1864, ha estado siempre basado en los servicios que en su tiempo ofrecieron los caballeros templarios, como pioneros que fueron de esta clase de piedad militar.

Don Juan Enrique Dunnart, además de aristócrata, banquero y escritor, fue, como bien saben quienes han estudiado su biografía, un admirador de los templarios. Llevado siempre por los buenos ejemplos de estos monjes soldados, gastó toda su fortuna en propagar este apostolado bajo el templario lema de “tutti fratelli”, es decir, todos hermanos en lengua italiana.

Llevar a cabo este benéfico apostolado lo dejó en la más absoluta miseria, ya que gastó toda su fortuna en ello. Tuvo que vivir durante algunos años de la caridad y, al fin, decidió tomar asilo en un convento cisterciense, donde enfermó y fue atendido por los servicios sanitarios del hospital del convento. Muriendo en el año 1910, habiendo recibido los Santos Sacramentos.

Mientras que existan personas que sientan dentro de sí el verdadero espíritu del temple, y su comportamiento sea para beneficiar a sus semejantes y no para ensalzarse y presumir condecorándose los unos a los otros y buscando altos puestos en las seudo órdenes donde entran, no para servir, sino para ser servidos, el recuerdo de la CRUZ ROJA de la Orden del Templo seguirá viviendo.

Lalibela...


Hay un polvoriento pueblo enclavado en las montañas del norte de Etiopía al que acuden decenas de miles de peregrinos cada año por Navidad, que según el calendario ortodoxo etíope, cae la primera semana de Enero.
Viajar en esa época a este lugar, es como estar en Belén en la noche legendaria de la primera Navidad.
Lalibela es conocida por sus iglesias intimidantes talladas en la roca roja sobre la que se asienta esta ciudad en la que aún viven monjes, sacerdotes, clérigos laicos y no pocos ermitaños.
Las personas que han estado en este lugar, comentan que el mismo hace retroceder dos mil años.
Según cuenta la historia, Lalibela recibió su nombre del principe exiliado de Jerusalén que quería construir una ciudad santa en Etiopía. Nos situamos en el siglo XII.
Es posible que el principe regresase a Etiopía en compañía de los Caballeros Templarios, hombres que buscaban el Santo Grial en una tierra cuyos habitantes creen que alberga el Arca de la Alianza.
La leyenda dice que las iglesias fueron construidas por “ángeles blancos” y no es exagerado creer que los cruzados estuvieron allí.
Siete de las iglesias están incrustadas orgánicamente en la roca y conectadas por túneles, y las otras cuatro son independientes.
Los bloques fueron cincelados formando puertas, ventanas, columnas, túneles, varios pisos, trincheras y pasajes ceremoniales, algunos con aberturas a cuevas de ermitaños y catacumbas y se dice que se construyeron en 24 años.
Se utilizaron aproximadamente 40000 trabajadores en la construcción de las iglesias y no se construyeron de forma tradicional, sino de arriba hacia abajo. El lugar fue concebido para que su topografía fuera una representación de Tierra Santa.
Los fieles a veces caminan durante días o semanas para llegar hasta aquí. Se dice que el suelo sagrado de Lalibela cura enfermedades. Los peregrinos se lo llevan a casa para los que no pudieron venir. 

El Libro de las Cruzes



Libro de las cruzes (Libro de las cruces) es uno de los códices producidos en la cámara regia de Alfonso X, rey de Castilla y León, también conocido como Alfonso el Sabio.
El libro es una de las pocas publicaciones en las que Alfonso se refiere a sí mismo oficialmente como rey de España. Con esta obra, queda patente el interés del rey por la astrología.
Los largos períodos que Alfonso permaneció en Toledo, así como la fecha de terminación del códice (1259), también insinúan que el rey podría haber estado presente para supervisar de forma activa esta traducción del árabe.
Los traductores fueron Juda ben Moses al Cohen y Juan Daspa, colaboradores en varias obras alfonsíes. La traducción se basa en la obra del astrólogo árabe Oveidala (ʿUbayd Allah b. Jalaf al-Istiyi).
Algunos eruditos consideran que la versión original fue un texto bajolatino de la época visigoda, en el que Oveidala basó su trabajo. En la versión alfonsí, se agregó un capítulo 59, referente a España.
El manuscrito se produjo en pergamino con letra gótica francesa, con detalles ornamentales y letras iniciales en rojo y azul.
Los círculos de las figuras se pintaron con tinta roja, y la filigrana que los rodea, en azul, verde o violeta.
Aparecen algunos detalles ornamentales figurativos, como rostros (recto de las hojas 14 y 36).
El título de la obra proviene de los diámetros que se cruzan en el centro de los círculos, que los dividen en seis secciones.
El tamaño manejable del libro sugiere que fue destinado al uso frecuente.


Sentir Templario


Mi cuerpo, mente y Alma con mis hermanos y hermanas. Mi alma a Dios, mi honor, mi propia vida un regalo en la defensa de la fe cristiana y de Vosotros. Hemos dado tanto por nuestros ideales , hecho de los valores cristianos y los valores de la caballería . Hemos hecho un gran esfuerzo para demostrar que todo lo ponemos en práctica , no es sólo histórico , sino un verdadero acto de fe en Cristo y Nuestra Señora y Madre.  La vida Templaria es concebid por una gran pasión , una manera de pensar y de vivir, sin fronteras , un sueño hecho realidad , que es ver a los hombres y mujeres vinculados sólo por un sentido de pertenencia, un todo . Sólo juntos y unidos para llegar a la meta, al Reino de los Cielos . Nosotros no tenemos que demostrar nada a nadie , sino sólo a nosotros mismos y nuestros hermanos Templarios . Alguien siempre saldrá en contra , muchos en cambio se han dado cuenta de las oportunidades que se les da y no las aprovecharon, libre albedrío. Muchos los llamados y pocos los elegidos“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay otros que luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida, esos son los imprescindibles, y los Temerosos de Dios".

jueves, 12 de mayo de 2022

Templarios VS Hospitalarios


Sabido es las diferencias que existían entre los templarios y los de la Orden de San Juan de Jerusalén cuando ambas órdenes tenían que luchar en la misma batalla. Siempre, sin excepción, los unos querían sobresalir sobre los otros.
Un día, enterado el rey Balduino de que un gran número de tropas árabes marchaban hacia Jerusalén, reunió a sus tropas y llamó a las órdenes de los templarios y a la de los de San Juan. Gracias a los templarios, que lucharon como verdaderos héroes, la batalla se decantó hacia el lado cristiano. Los árabes, al ver que todo estaba perdido, se retiraron.

El rey, para agradecer a los caballeros que habían luchado por su reino, invitó a comer en su palacio a los templarios y a los de San Juan.
Los de San Juan, habiéndose puesto de acuerdo, se sentaron de una forma tan holgada, que no dejaron sitio para que se pudiesen sentar los templarios.
Los que quedaban de pie, como ya se ha dicho, fueron precisamente los que más habían contribuido y más vidas habían perdido por ganar la batalla. Observando el rey aquella intriga, se levantó de su asiento y, haciendo levantar a los de San Juan, les dijo: “Haced lado a los caballeros templarios porque sin ellos, tal vez no hubiéramos tenido hoy qué comer”.

Iglesia de Bordón




Derrocha gracia y salero en sus explicaciones, con la deriva del humor inteligente y exento de clichés. Paquita Cebrián no nació en Bordón, pero lleva muchísimos años viviendo en el pueblo, y nadie sabe más de la iglesia de la Virgen de la Carrasca que ella. Docente de profesión desde siempre, disfruta en su retiro de una agradable tarea; mostrar el templo y ahondar en su historia, tanto la oficial como la oficiosa.

“Es una iglesia construida por los templarios en el siglo XIII; hacia finales del siglo estaba terminada. No había pueblo entonces; los templarios tenían castillos en Mirambel, Cantavieja y Castellote, lugares unidos por un camino real que pasaba por nuestra actual plaza. Aquí había buenos pastos, y ellos tenían rebaños de ovejas cuidados por pastores; uno de ellos halló en una carrasca vieja una escultura de una mujer con un niño pequeño, algo que pasó mucho en la Edad Media”.



Paquita sonríe con cierta pillería. “Enseguida pensaban que era la Virgen María, aunque también cabe la posibilidad de que fuera una figura de culto a la maternidad… se llevó, como mandaba la tradición, a la iglesia más cercana, que era la de Castellote; dicen que al día siguiente, la imagen apareció de nuevo en la carrasca, porque ahí es donde quería estar. ¿Tenéis pueblo y allí pasó algo parecido? Me lo dicen muchos visitantes... ¿eran milagros, o estrategias para que se hiciera una construcción o poblamiento en un lugar donde interesaba? Aquí hacía falta una hospedería en la orilla del camino: talaron unas cuantas carrascas y construyeron una ermita para alojar la imagen, además de una hospedería”.


Paquita arguye que la necesidad hubo de terminar en este punto, pero la cosa se ‘complicó’ un poco. “Los viajeros que pasaban por Bordón solían pedir la lluvia para las cosechas; comenzaron las peregrinaciones de los pueblos cercanos, y a veces llovía durante las plegarias, lo que multiplicó la fama del lugar. Pronto hubo riñas para entrar primero en la ermita; los templarios decidieron derribarla y hacer una iglesia mayor, sin capillas ni coro, más convento y casa contiguos”.
El tritono

Muchos visitantes vienen atraídos por el misticismo y el supuesto atractivo esotérico de la edificación. “Todo viene –explica paquita– de las aspas en el techo, que según los especialistas en esoterismo simbolizarían simetrías alusivas al efecto del tritono, la llamada ‘nota del diablo’, un sonido metálico estridente que aturdía. Hay quien lo asocia también a prácticas de meditación; por otro lado, se ven pintadas dos cabezas muy siniestras que representarían el hecho de sacar la maldad de adentro y renacer como un ave fénix. Son creencias medievales”.


En 1307 los templarios cayeron en desgracia, y en 1312 el papa Clemente V abolió la orden por decreto, sin declaración de herejía para que sus posesiones no quedaran manchadas al pasar a sus nuevos propietarios; en este caso, los hospitalarios. “Hicieron reformas, además de delimitar un término para Bordón y vender tierras a particulares. En 1399 se añadió una primera capilla, que hizo para enterrar a un matrimonio de hidalgos ricos en su cripta. Posteriormente se harían las demás capillas”. Las últimas reformas son del siglo XVIII.

Templarios tras la disolución de la Orden


Los documentos dicen que, cuando los templarios fueron disueltos, en numerosos lugares de los reinos hispanos los caballeros que tenían familia se retiraron a los dominios de sus parientes. El cronista Francisco de Mendieta y Retes, en sus “Anales del Señorío de Vizcaya, que comprende desde 1399 a 1456”, nos proporciona en 1596 una muestra de lo dicho. En su crónica relata el ejemplo de don Sancho Sánchez de Carranza, señor de la casa y solar de Carranza, cuyo hijo fue caballero del Temple y cuando la Orden fue disuelta se volvió a casa de sus padres, con otros dos compañeros templarios, donde vivieron recogidos como en un monasterio, practicando la caridad y la oración. Por esto, el "solar de Carranza" trocó el nombre por “solar de Monasterio”. Allí fueron enterrados, en el templo familiar de San Miguel de Ahedo (Vizcaya). La tradición popular ha convertido en piedra dicho suceso. Una escultura antigua, con forma de prisma, presenta un orante y tres caballeros armados, con espuelas y cogullas, al modo medieval, que la tradición dice representar a los tres templarios allí enterrados, pues esa escultura procedería de su túmulo funerario. Dicha piedra se empotró en el muro exterior, durante la reforma de 1628, dejando a la vista únicamente la imagen del orante. ¿Para ocultar las figuras de los templarios? Curiosamente, la figura del orante fue tachada de diabólica por algún sacerdote y era regularmente apedreada por la chiquillería, de modo que hoy día apenas se la distingue.

La Reconquista: Fundacion del Reino de Castilla



Fernando I de León

Fernando I llamado “el Magno” o “el Grande” (fue conde de Castilla y rey de León). Fue designado conde de Castilla en 1029, si bien no ejerció el gobierno efectivo hasta la muerte de su padre en 1035. Se convirtió en rey de León por su matrimonio con Sancha, hermana de su rey y señor, Bermudo III, contra el que se levantó en armas, el cual murió sin dejar descendencia luchando contra Fernando en la batalla de Tamarón el 4 de septiembre de 1037. Las tropas castellanas venían reforzadas por el ejército del rey García de Pamplona. Bermudo, con el ímpetu propio de su edad, picó espuelas a su caballo y se introdujo en las filas enemigas, donde fue muerto atravesado por una lanza castellana. Los leoneses trasladaron su cuerpo a León y lo depositaron, junto a los de sus padres, en el panteón de la iglesia de San Juan.

Guerra con Navarra

En 1053, Fernando hubo de hacer frente a la guerra contra su hermano mayor, García III de Pamplona. Ambos hermanos llevaban años disputándose los territorios que su padre había segregado de Castilla y anexionado al reino de Pamplona (La Bureba, Castilla la Vieja, Trasmiera, Encartaciones, y los Montes de Oca), realizando constantes incursiones.

Las crónicas cuentan que estando García enfermo en Nájera, fue a consolarle el rey leonés, que sospechando de su hermano, evitó ser apresado y se puso a salvo. Arrepentido, García retornó la visita a Fernando para hacer las paces y disculparse. Fernando no solo no lo aceptó, sino que lo cargó de cadenas y encerró en un torreón de tierras del río Cea. Cuando García pudo escapar, se preparó para la guerra, y con algunos musulmanes aliados invadió las tierras de Castilla. Rechazó a los emisarios que le propusieron la paz en nombre de su hermano, “proponiéndole que cada uno viviera en paz dentro de su reino y desistiese de decidir la cuestión por las armas, pues ambos eran hermanos y cada uno debía morar pacíficamente en su casa”. Así pues, Fernando le salió al encuentro con un fuerte contingente, y ambos ejércitos se encontraron en la batalla de Atapuerca librada en 1054.

García se había establecido a mitad del valle de Atapuerca, tres leguas al este de Burgos, pero los leoneses ocuparon de noche un altozano cercano y desde él cayeron al amanecer contra los navarros y sus aliados. Fernando dio orden de capturar vivo a su hermano, porque así se lo había pedido su esposa Sancha. Pero los nobles de León, que no habían olvidado la muerte su rey Bermudo, acabaron con García. Otra versión atribuye su muerte a un grupo de sus propios súbditos, obligados a huir a Castilla ante las humillaciones y exigencias tributarias de García.

En todo caso, el ejército de García huyó en desbandada, cayendo numerosos prisioneros en manos leonesas, entre ellos buena parte de sus contingentes moros. Fernando recuperó el cuerpo de su hermano y ordenó enterrarlo en la iglesia que éste había fundado, Santa María de Nájera. La victoria de Fernando tuvo como consecuencia la reincorporación a Castilla de las tierras reclamadas, estableciéndose la frontera en el río Ebro e imponiéndose vasallaje a su joven sobrino Sancho Garcés IV, el nuevo rey de Pamplona.

Ampliación del reino

Una vez unidos ambos reinos, expandió sus conquistas conquistando las plazas portuguesas de Lamego (1057) y Viseo (1058) y la toma definitiva (1060) de las de San Esteban de Gormaz, Berlanga de Duero y demás castillos y plazas del río Bordecorex, en territorio del alto Duero. Asimismo, las tomas temporales de Toledo (1062) y Zaragoza (1063), y la definitiva de la estratégica Coimbra (1064), junto al río Mondego, que puso bajo el mando del conde mozárabe Sisnando Davídiz.
Consiguió las parias de los reinos taifas más ricos como Zaragoza, Toledo, Badajoz y Sevilla.

Batalla de Graus (1063)

Ramiro I de Aragón intentó repetidas veces apoderarse de Barbastro y Graus, lugares estratégicos que formaban una cuña entre sus territorios. En la primavera de 1063 comenzó a sitiar Graus y Al-Muqtadir de la Taifa de Zaragoza, pidió ayuda al rey castellano-leonés de acuerdo con la paria que estaba pagando.

Envió al infante Sancho de Castilla, que contaba en su mesnada con un joven Rodrigo Díaz de Vivar. El 8 de mayo de 1063 el ejército castellano se enfrentó a los aragoneses que fueron derrotados y perdieron en esta batalla a su rey Ramiro I; al parecer fue muerto por un soldado árabe, llamado Sadaro, que hablaba romance y que, acercándose al real de Ramiro I disfrazado de cristiano, le clavó una lanza en el rostro.
La ciudad sería finalmente conquistada por los aragoneses 20 años después en 1083.

Posteriormente, se produjo una matanza de cristianos, y al-Muqtadir dejó de pagar las parias, por lo que en 1065 el monarca leonés condujo una expedición de castigo al valle del Ebro, devastando sus tierras y sometiendo a al-Muqtadir a vasallaje. Tras ese castigo, la expedición continuó hacia Valencia, gobernada por el amirí Abd al-Malik ben Abd al-Aziz al-Mansur, taifa que, probablemente, solamente quería reducir al vasallaje.

Tras poner sitio a la ciudad de Valencia, los leoneses se encontraron con una enérgica defensa y la imposibilidad de tomar las murallas al asalto. Debido a ello, el rey Fernando decidió simular una retirada. Los valencianos, encorajinados, salieron en su persecución. Pero a la altura de Paterna, a 5 km de Valencia, en la orilla izquierda del Turia, los leoneses los acometieron por sorpresa. Totalmente desprevenidos, los valencianos sufrieron bajas muy elevadas, y su rey solamente pudo volver a la seguridad de los muros de Valencia gracias a la rapidez de su caballo.

Tras la batalla se inició nuevamente el sitio, pero al poco, Fernando I se sintió enfermo y ordenó la vuelta a León, donde falleció el 27 de diciembre de 1065.

Repartición del reino

A su muerte en 1.065 dividió el reino entre sus hijos: Sancho II heredó Castilla con la paria de Zaragoza, Alfonso VI heredó León con la paria de Toledo, y García que heredó Galicia con las parias de Badajoz y Sevilla, sus hijas Urraca y Elvira heredaron Zamora y Toro respectivamente.

Guerra de sucesión

El reparto de la herencia entre todos los hijos de Fernando I nunca satisfizo a Sancho, que siempre se consideró como el único heredero legítimo, por lo que inmediatamente se movilizó para intentar hacerse con los reinos que les habían correspondido a sus hermanos en herencia. Se inició así un periodo de siete años de guerras protagonizadas por los tres hijos varones de Fernando I.

Ordalia de Pazuengos (1066)

Sancho II de Castilla reclamaba la aldea de Pazuengos, cercano está el monasterio de San Millán de la Cogolla. El rey de Pamplona propuso que los monjes fueran jueces en esta cuestión. Los monjes no encontraron motivos para resolver la reclamación.

Para evitar el recurso a una guerra, siempre más devastadora, se acostumbraba a ventilar las disputas mediante un Juicio de Dios u Ordalía en un combate singular. Generalmente, era a muerte entre dos caballeros o campeones, uno por cada parte, celebrado en terreno neutral ante cuantos espectadores quisiesen acudir y en un lugar que recibía el nombre de liza, o lugar de la lid.

Sancho IV el de Peñalén, rey de Pamplona, de Nájera y de La Rioja, eligió para esta Ordalía al caballero Jimeno Garcés de Azagra, su alférez real, un gigantón que había matado en estos duelos a más de 30 competidores. Sancho II, rey de Castilla, eligió a su alférez real Rodrigo Díaz de Vivar.

La lucha comenzó a caballo, utilizando las lanzas, y después prosiguió a pie, utilizando los mandobles o grandes espadas y las mazas. La lucha duró más de una hora, Rodrigo se mantuvo a la defensiva, hasta que con un mandoble de abajo a arriba le clavó la espada en la axila, cayendo Jimeno sobre un charco de sangre. Pazuengos pasó a ser a propiedad de Castilla. Con motivo de aquel combate, Rodrigo recibió un título que irá siempre unido a su nombre: Campeador o Campidoctor, que quiere decir el que defiende la justicia en el campo de batalla. El título llevaba aparejada, según la vigente legislación visigótica, la atribución de ser juez en litigios civiles.

Batalla de la Lantada (1068)

Dos años transcurrieron en paz entre los hermanos tras la muerte de su padre, los que se mantuvo con vida la reina viuda Sancha. Al fallecer se desataron las contiendas.

El primer enfrentamiento entre Alfonso y Sancho tuvo lugar el 19 de julio de 1068, en las orillas del río Pisuerga, en la batalla de Lantada; en la frontera entre el reino de León y el reino de Castilla, cerca del actual pueblo de Lantadilla (Palencia), se enfrentaron 100 caballeros de lo más selecto de los ejércitos castellano y leonés, bajo la premisa de que quien venciera se haría con los dos reinos. Cuando la contienda comenzaba a decantarse del lado castellano, Alfonso se retiró picando espuela hacía zona segura antes de ver perdida su corona.

Las relaciones entre ambos se mantuvieron, como demuestra el hecho de que Alfonso acudiera, el 26 de mayo de 1069, a la boda de Sancho con una noble inglesa llamada Alberta y donde ambos decidieron aliarse para repartirse el reino de Galicia que le había correspondido a García.

Con la complicidad de Alfonso, Sancho entró en Galicia en 1071 y, tras derrotar a su hermano García, lo apresó en Santarém y lo encarceló en Burgos hasta que fue exiliado a la taifa de Sevilla, gobernada por Al-Mutamid. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titularon reyes de Galicia y firmaron una tregua que se mantendría durante tres años.

Batalla de Golpejera  (1.072)

Sancho, no contento con Castilla y media Galicia, atacó a su hermano el 12 de enero de 1072; habían reunido todas las fuerzas posibles para la batalla. De parte castellana comandaba la hueste junto al rey Sancho II, su alférez Rodrigo Díaz de Vivar disponían de 300 caballeros con sus mesnadas; y de parte leonesa sobresalía la figura del conde de Saldaña Pedro Ansúrez, alférez real de Alfonso VI de León que tenían 400 caballeros con sus mesnadas.

Durante todo el día se combatió sin tregua, la crónica nos dice que las bajas en ambos bandos fueron muy elevadas, y que al final de la jornada la victoria parecía segura para las huestes leonesas. Con la llegada de la noche, el combate de manera sorprendente se detuvo, ante la huida desordenada de los castellanos.

La decisión de Alfonso de no perseguir, y dar muerte a los castellanos tras la huida, es de las más controvertidas para los historiadores; pues supuso a la postre la reagrupación durante la noche del ejército castellano. Al amanecer contraatacaron, sorprendiendo a los leoneses, quienes ya se veían vencedores, dando muerte a muchos de ellos, y haciendo huir al propio rey, que consiguió resguardarse en la cercana iglesia de la Santa Virgen de Carrión de los Condes.

Alfonso fue capturado y llevado encadenado por todos los castillos y ciudades hasta Burgos, donde se le hizo renegar de sus derechos sobre la Corona. Pero gracias a la intercesión de su hermana Urraca con Sancho y con la ayuda del abad logra refugiarse en la taifa de Toledo de Al-Mamún.

Sancho entró en León y fue coronado como rey de León el 12 de enero de 1072, con lo que vuelve a unificar en su persona el reino que su padre había dividido.

Tras el acceso de Sancho al trono leonés, parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora bajo el amparo de la infanta doña Urraca. Con la ayuda de Rodrigo Díaz el rey sitió la ciudad, pero murió asesinado por un por Vellido Dolfos mientras llevaba a cabo el cerco de Zamora, el 7 de octubre de 1072. El lugar del regicidio es señalado con la Cruz del Rey don Sancho.

Alfonso VI recuperó el trono de León y sucedió a su hermano en el de Castilla, anexionándolo junto a Galicia y volviendo a conseguir la unión del reino de su padre Fernando a su muerte.

El conocido episodio de la Jura de Santa Gadea, en el cual el Rodrigo Díaz le exigió como alférez de Castilla el juramento de Alfonso VI de no haber tenido nada que ver con la muerte de su hermano, en el año 1072, parece que fue una invención.

Rodrigo Díaz de Vivar fue cesado como alférez mayor. Pero no cayó en desgracia, ya que Alfonso VI le propuso casarse con una joven guapa, como Jimena, hija del conde de Oviedo y de doña Cristina, bisnieta del rey Alfonso V de León.

Consolidado en el trono, y con el título de emperador, Alfonso VI “El Bravo” dedicó los siguientes catorce años de su reinado a engrandecer sus territorios mediante conquistas como la de Uclés y los territorios de los Banu Di-l-Nun. También se tituló, desde 1072, rex Spanie.

En 1074 falleció envenenado en Córdoba su vasallo y amigo, el rey de la taifa de Toledo Al-Mamún, a quien sucedió su nieto Al-Qádir. En 1079 al-Mutawakkil de Badajoz invadió la taifa toledana y expulsó de la ciudad a al-Qadir. Alfonso VI reaccionó conquistando Coria, plaza estratégica en la ruta hacia Badajoz. En 1081 Al-Mutawakkil, que había permanecido los últimos diez meses en Toledo, marchó a Badajoz y los castellanos contraatacaron y tomaron la zona del río Tajo, ocupando Madrid y Talavera y estableciendo fortificaciones en Escalona.

El 1082 los castellanos reconquistaron Coruche, varias fortalezas en la zona de Talavera y otros puntos y entraron en la capital, donde colocaron como rey vasallo a al-Qádir. El rey de Castilla exigió a los sevillanos la evacuación de los territorios toledanos que ocupaban (la moderna provincia de Ciudad Real y una parte de la de Cuenca) y ante la negativa declaró la guerra a la taifa de Sevilla. Una incursión castellana llegó hasta Tarifa. Al-Qádir cedió a los castellanos los territorios al norte del Tajo (Madrid, Escalona, Madina, Salim,…) e incluso algunas fortalezas al sur del río a cambio de Valencia. Finalmente, cedió Toledo a Alfonso a cambio de Valencia.

Toledo fue asediada durante cuatro años, rindiéndose pacíficamente el 6 de mayo después de garantizar a los musulmanes que se respetarían sus personas y bienes y que se les permitiría seguir en posesión de la mezquita mayor. Por su parte, los toledanos se comprometían a abandonar las fortalezas y el alcázar. El 25 de mayo del mismo año Alfonso VI entró en la ciudad. Al-Qadir fue enviado como rey a Valencia bajo la protección de Alvar Fáñez.

La conquistada Toledo, se dejaron de percibir sus parias y, en cambio, se incrementaron los gastos militares, por lo que el rey reanudó la presión para recaudar más parias. Alfonso VI en 1083 envió embajadores a la taifa de Sevilla para exigir un aumento de las parias. Al-Mutamid los apresó y mandó matar al intérprete. En respuesta, el castellano-leonés invadió el reino y llegó hasta Tarifa y resultó con la conquista de la estratégica plaza de Aledo (1086).

La presión militar y económica sobre los reinos taifas hizo que los reyes de las taifas de Sevilla, Granada, Badajoz y Almería decidieran pedir ayuda a Yusuf ben Tasufin, el sultán almorávide del norte de África.

Destierro de Rodrigo Díaz de Vivar

Muestra de la confianza que depositaba Alfonso VI en Rodrigo es que en 1079 el Campeador fue comisionado por el monarca para cobrar las parias de Al-Mutamid de Sevilla. Pero durante el desempeño de esta misión, Abdalá ibn Buluggin de Granada emprendió un ataque contra el rey sevillano con el apoyo de la mesnada del importante noble castellano García Ordóñez, que había ido también de parte del rey castellano-leonés a recaudar las parias del último mandatario zirí. Ambos reinos taifas gozaban de la protección de Alfonso VI precisamente a cambio de las parias. El Campeador defendió con su contingente a Al-Mutamid, quien interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. Esta sería una de las causas de la enemistad de Alfonso hacia Rodrigo, instigada por la nobleza afín a García Ordóñez.

Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Rodrigo Díaz, que tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080; le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de taifa toledano y saquear su zona oriental, que también estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.

El rey Alfonso lo desterró en 1081, tras recorrer el valle del Jalón, donde construyó un castillo junto a la localidad de Ateca. Desde allí es muy posible que inicialmente buscara el amparo de los hermanos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, condes de Barcelona, pero rechazaron su patrocinio.

Rodrigo, entonces, ofreció sus servicios al rey taifa de Zaragoza, al-Muqtadir, quien gravemente enfermo, fue sucedido aquel 1081 por al-Mutamín, como comandante de sus tropas. Durante este tiempo acrecentó aún más su prestigio militar con sus intervenciones militares en las diversas reyertas entre los reinos de taifas, intentando no intervenir en las disputas que estos tenían con sus hermanos de sangre. Fue entonces cuando comenzó a ser llamado entre los moros Sidi, que en árabe peninsular venía a significar Mi Señor, transmitido al romance castellano como Mio Cid, apelativo bajo el cual será reconocido universalmente.


La hueste del Cid reforzó las plazas fuertes de Monzón y Tamarite, y derrotó a la coalición formada por al-Mundir de Lérida y Berenguer Ramón II; con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar en 1082, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II.

Dos años más tarde, en 1084, el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella, posiblemente con la intención de que Zaragoza obtuviera una salida al mar. Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras y recurrió esta vez a Sancho Ramírez de Aragón. El Cid se encontraba reconstruyendo una fortaleza llamada Hisn al-Uqab (castillo del águila) o castillo de Olocau, cuando se presentaron los enemigos. El enfrentamiento tuvo lugar el 14 de agosto de 1084 y es conocido como la batalla de Morella o de Olocau. De nuevo el castellano se alzó con la victoria, capturando una gran cantidad de prisioneros, entre los que figuraban importantes nobles de Aragón, Pamplona, Portugal, Castilla y Galicia. Muchos caballeros cristianos, posiblemente buscando fortuna tras ser desterrados. Entre ellos estaba el obispo de Roda Ramón Dalmacio o el tenente del condado de Navarra Sancho Sánchez a quienes seguramente liberaría tras cobrar su rescate.

En 1085 murió Al-Mutamin, rey de Zaragoza y gran amigo del Cid; le sucedió su hijo Al-Mustain, con quien Rodrigo no congeniaba demasiado.