miércoles, 7 de octubre de 2020

El baphomet


Diversas interpretaciones se han venido dando al respecto. Desde considerarlo como la representación del propio Cristo, extraída del Madylion o paño en el que se enjugara el rostro en su vía crucis hacia el Gólgota, o la del propio Mahoma, basándose etimológicamente en una presumible adulteración del nombre del profeta, Mahomet, con lo que se pondría de manifiesto la influencia islámica.

Más atinadas nos parecen las que lo enmarcan dentro de un contexto iniciático. El escritor sufí Idries Shah acertadamente lo interpretaba como una corrupción de la palabra árabe Abufihamat, pronunciado bufihamat, que significa maestro de entendimiento. Representa, para el sufismo, el estado mental al que llega el hombre después de pasar por un proceso de purificación. Según otras teorías, igualmente afortunadas, podría venir también de la combinación de dos palabras griegas, Baph y Metis, cuya traducción es bautismo de sabiduría. Una hipótesis que podría explicar el hecho de que si los Templarios venerasen alguna cabeza, como parece suceder, ésta sería la de Juan el Bautista, decapitado por Herodes. 

Hugo Schonfield, uno de los primeros investigadores de los manuscritos del Mar Muerto y buen conocedor de la historia de los templarios, lo interpreta en términos cabalísticos. Considera que la palabra Bafomet está escrita en el código Atbash, código hebreo que combina la primera letra del alfabeto, aleph, con la última, tau, la segunda con la penúltima y así sucesivamente. Al hacer las sustituciones se obtiene la palabra griega Sophia, que significa sabiduría.

Estas últimas sin duda, e independientemente de si aciertan o no con el origen del término, dan conceptualmente en la clave. El Bafomet, como abiertamente expresa Iacobus en su opúsculo sobre los Rituales Secretos de los Templarios, es el Guardián del Umbral, figura clave en las ceremonias de iniciación de las Escuelas de los Misterios. Tenía en este caso el aspecto de un carnero antropomorfo, propio de las representaciones demoníacas de la iconografía cristiana, extraídas probablemente del Fauno, el genio de los bosques de la mitología griega.

Pero venía a caracterizarse aquí, más que por sus cualidades proféticas, por las tentaciones o pruebas con las que habría que enfrentarse el candidato antes de su paso como Caballero. Venía a recordamos que sólo un ser purificado puede entrar en el Templo de la Sabiduría. Esta representación tan controvertida, para quien lo interpreta desde el exterior, deja de serlo en el momento que se inscribe, como vemos, en su contexto ritualístico.

En los misterios egipcios, el papel de Guardián del Umbral por excelencia lo representa la Esfinge, quien planteaba al neófito un enigma con el objeto de comprobar su capacidad y determinación. De la respuesta dependía su paso o no a las enseñanzas superiores. El propio Jesús sin ir más lejos, en el ámbito de nuestra tradición judeo-cristiana, hubo de ganarse su propio merecimiento al superar las tentaciones que el propio Diablo le planteó en el desierto, quien asumía igualmente en ese momento el papel de Guardián de los Misterios. 

La lectura resulta clara, es la representación del aspecto psíquico del hombre hundido en la materia. El guardián del umbral representaba así, en un contexto cristiano como este, al diablo personal que el aspirante debe vencer en su búsqueda iniciática de perfeccionamiento y sabiduría. Esto supone vencerlo hasta el punto de cambiar sus dudas por determinación, su ignorancia por su latente sabiduría. Despertando así el discernimiento y su intuición, mediante los que podrá oír la Voz Interior… que le guiará y con la que podrá vencer los presumibles obstáculos que aparecerán en el camino de perfeccionamiento y purificación.  


Luego, cuando llegue el momento, abordará al diablo colectivo, sea Lucifer, Satán, Iblis o Ahriman, dependiendo del contexto religioso en el que nos encontremos. Su dimensión colectiva o social, en este último caso, viene dada por la turbia creación humana. La polución psíquica nacida de los malos deseos y pensamientos de una Humanidad a la deriva, fruto del olvido de su naturaleza divina. Pues tras el olvido -o incluso muerte, como algunos coetáneos vaticinan- de Dios, el hombre solo es capaz de crear monstruos.

La explotación indiscriminada, y no ya de la Naturaleza -de la que por el contrario deberíamos ser sus defensores- sino de sus propios congéneres humanos. La riqueza en detrimento de la pobreza de los demás… en definitiva, su desarmonía con la naturaleza, consigo mismo y con los demás se perpetúan como lecciones aún pendientes a través de los tiempos. Con la pérdida y relativización de los valores de Belleza, Bondad y Justicia... como referentes de su creación y evolución, el Hombre tantea a ciegas y contranatura con artificios que tan solo le desgarran de su esencia, llevándole hacia la de desolación cuando no a la autodestrucción misma.

Pero no todo está perdido. El Bafomet llevaba sobre su frente una esmeralda luminosa en forma de octágono; es decir, encerraba en sí mismo al Alma o su despertar, la Luz, la Verdad. El guardián, por tanto, pulsa no más que las pasiones humanas y prueba nuestra capacidad de superación y determinación. De esta manera el hombre, si bien cayó envilecido en la materia, es portador igualmente -simbolizado por la piedra preciosa- de una esperanza latente que le permite retornar nuevamente hasta Dios.