miércoles, 16 de diciembre de 2020

La misteriosa iconografía de las vírgenes negras


En los primeros siglos del cristianismo fue generalizado el recelo de las autoridades eclesiales, cuando no el rechazo absoluto, ante la posibilidad de promover el culto a la Virgen María. En el año 431, el Concilio de Éfeso proclamó a María como madre de Dios, lo que conllevó una progresiva incorporación de atributos divinos. Los recelos aumentaron ante la posibilidad de que el culto a la Virgen se entendiera como una continuidad a los cultos de las diosas paganas de la Madre Tierra, de las deidades consideradas reinas del Cielo y de las divinidades femeninas de la Sabiduría. Fue en el siglo XI, en los conventos benedictinos de Francia, cuando se evolucionó de forma decisiva en el asentamiento del culto a la Virgen María. La aportación de san Bernardo de Claraval, con unos escritos que combinaban la rigidez teológica y una profunda carga sentimental, fue decisiva. Y en ese contexto, fusionando influencias de religiones precristianas, surgieron las Vírgenes Negras, poseedoras de una carga simbólica riquísima.

Su representación fue habitual en la España medieval, pudiendo basarse su fundamentación bíblica en el poema bíblico atribuido a Salomón en el Cantar de los Cantares, “Negra soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén”. Uno de los grandes difusores de esta iconografía serían los templarios, orden autorizada en 1118 y que tuvo su primera residencia en las ruinas del templo de Salomón. En los recintos templarios se celebrarían romerías en la que los romeros captaban esa energía universal simbolizada en esta curiosa representación de María, muy difundida entre los siglos XI y XIII, que venía a adaptar al culto cristiano a la diosa madre Isis, símbolo de la tierra y la fertilidad en el mundo de la Antigüedad. Constan también precedentes del culto pagano a Diana En Éfeso, actual Turquía, como diosa negra de la tierra, a la que se rendía culto en un templo octogonal.  Isis, Venus, Diana, Ceres… Precedente de imágenes de vírgenes negras con semblante hierático, elementos orientalizantes y marcado carácter frontal. Adaptadas a las formas del Románico (solían estar sentadas) o del Gótico (de pie), se labraban en madera o piedra negra, aunque haya casos de imágenes que fueron pintadas de negro con posterioridad, dándose también el caso de imágenes a las que se eliminó su original policromía negra para transformarla en “Virgen blanca”, un ejemplo de que el decoro también sigue modas. Tanto la orden del Temple como la del Císter contribuyeron en los siglos del Románico a su difusión, entre los siglos XI y XIII, órdenes a las que se sumaron otras como la de los caballeros de la Orden hospitalaria de San Antonio.

También fueron frecuentes estas imágenes en las vías de peregrinación medievales, donde precisamente estuvo muy extendida la presencia de esta orden hospitalaria. Europa tejió una amplia red de peregrinaciones que podía encaminarse a Roma, pero también a la iglesia de la Magdalena de Vezelay, a San Martín de Tours o, sobre todo, a Santiago de Compostela, unas vías de trasmisión de la devoción, pero también un medio de comunicación de iconografías y hasta de soluciones arquitectónicas para los templos de la época. Sobre el origen del color negro para la piel de estas tallas se suelen apuntar dos teorías. La primera apuntaría al color de la tierra que, fecundada por el Sol, es fuente de vida, con lo que el paralelismo con la figura de María, fecundada por el Espíritu Santo y fuente de vida para la humanidad, estaría más que servido. La otra teoría apunta a una sustitución del antiguo culto a las piedras negras como anhelo de fertilidad, tanto espiritual como física, culto que se mantiene todavía en algunas religiones como la islámica, siendo la kaaba o piedra santa un claro ejemplo de ello.

La cuestión es que Europa e Hispanoamérica presentan numerosas vírgenes con esta cualidad, manteniendo algunas de ellas una enorme devoción. Baste citar en España ejemplos como la Virgen de Atocha (Madrid), la Virgen de la Cabeza (Andújar), la Virgen de la Candelaria (Tenerife), la Virgen de Guadalupe (Cáceres) la Virgen de Montserrat, la Virgen de la Merced (Jerez, Cádiz), la Virgen de Ujué en Navarra, la Virgen de Regla en Chipiona… Un amplio catálogo que se hace internacional con imágenes como Nuestras Señora Aparecida (Brasil), la Virgen de Częstochowa  (Polonia), la Virgen de Rocamador (Francia) o María Reina del Monte Oropa (Italia). A partir de las conquistas del rey Fernando III, a mediados del siglo XIII, Andalucía occidental se incorporaría a la Europa cristiana, un cambio fundamental que conllevaría su inclusión en las redes devocionales europeas del momento. Un contexto, por tanto, muy diferente al del resto de Europa, por el estatus musulmán mantenido durante siglos y por el riquísimo sustrato de culto a divinidades femeninas que se adaptarían al nuevo culto a la Mujer por Excelencia: María. Un culto a lo femenino que el autor propone buscar en los tiempos en los que el Guadalquivir, el río de Tartessos, formaba en su desembocadura el lago Ligustino.

La nueva creencia cristiana hay que contextualizarla, por tanto, a partir de los lejanos influjos fenicios y hasta de las tradiciones legendarias de los trabajos de Hércules que, curiosamente, influiría en tiempos del Renacimiento en la mismísima representación de Cristo. Solo así comprenderemos por qué la Virgen Negra de las aguas ligustinas presenta títulos que la hacen «la más negra de todas». Solo así comprenderemos la riqueza de sentimientos que la figura de la Madre de Jesús despierta en celebraciones y romerías andaluzas, creando ese cliché tierra de María Santísima.

Por todo ello, se propone una visión amplia para entender la devoción a la Virgen María, desde la devoción a la mítica Astarté fenicia, con su concepto de Madre y su iconografía repetida por todo el Mediterráneo para llegar a todas esas imágenes marianas que llegan a Andalucía con el nuevo cristianismo triunfante, con tallas e imágenes en ocasiones procedentes directamente del gótico francés (desde la iconografía de Roca Amador a las vírgenes fernandinas). Imágenes estudiadas en un sentido amplio, de Guadalupe a Carmona, de Andújar a Chipiona, de Utrera al Rocío, pasando por la Catedral de Sevilla. Porque la negritud va mucho más allá de un aspecto físico y superficial: el negro es la ausencia de luz, es la oscuridad, es el origen en la gran mayoría de las explicaciones cosmogónicas del origen del mundo. Si esa oscuridad es origen y madre de la cual partimos, su adecuación a la representación de la Madre de Dios y Madre de la Humanidad. Un apunte para explicar el curioso fenómeno de las Vírgenes negras.